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El viejo exilio a distancia
E

n estos días se han cumplido 73 años de nuestra llegada a México. Después de un viaje aparatoso al que no le faltaban riesgos llegamos a un puerto de nombre impronunciable: Coatzacoalcos. El viaje se había iniciado en París, asediado por el ejército alemán, que desde Dunquerque pretendía invadir Inglaterra, lo que no pudo hacer porque la aviación inglesa se llenó de gloria al impedir los bombardeos alemanes. Los nazis decidieron cambiar su estrategia y ocupar la capital de Francia. Nosotros: padre, madre y cuatro hermanos tuvimos que abandonar de París aceleradamente para trasladarnos a Burdeos, donde embarcaríamos con rumbo a República Dominicana. Mi padre había tramitado unos visados y adquirió pasajes en el Cuba, un vapor de la Transatlántica Francesa. El viaje a Burdeos en tren fue un tanto dramático, desde la ocupación de un reservado para la familia y el abandono, uno más, de nuestros muy escasos bienes, en el hotel que ocupábamos en París.

En Burdeos, por supuesto, no había hotel disponible. Las dos primeras noches dormimos en un pajar y al tercer día pudimos embarcarnos. Supimos entonces que en el mismo barco viajarían alrededor de 500 españoles provenientes de los campos de concentración que la supuestamente amable Francia había destinado a los miembros del ejército republicano que salieron de España para convertirse en residentes forzosos en esos campos.

El paso de la frontera estaba bajo el control de soldados senegaleses que veían una oportunidad de maltratar a miles de personas de raza blanca. Y la residencia en esos campos era simplemente pavorosa.

Embarcamos en Bur-deos en el Cuba de la Transatlántica Francesa con destino a la República Dominicana. La salida del barco se retrasó, pero finalmente se inició el viaje, primero a Casablanca y de allí, con noticias al día de la ocupación de Francia por los nazis, al Caribe.

Fue excepcional el ánimo de los cerca de 500 españoles que viajaban prácticamente en la bodega. Organizaron todo tipo de espectáculos con un ánimo envidiable.

No pudimos desembarcar en República Dominicana. El dictador Leónidas Trujillo lo impidió y varios días después, reiniciamos viaje hacia la isla Guadalupe y después a Martinica. Allí nos trasladamos al Santo Domingo, barquito de escasos alcances, con destino a México, gracias al general Lázaro Cárdenas.

Llegamos a Coatzacoalcos, nombre imposible de repetir, el 26 de julio. Nos hicieron una recepción extraordinaria. Unos días después la familia De Buen: mis padres y mis hermanos Paz, Odón y Jorge y por supuesto que yo también, viajamos a Veracruz, por cierto en un barco petrolero que salió de Nanchital y después en camión ADO, a la ciudad de México.

Nos hospedamos en el hotel Asturias, viejo y feo, pero al día siguiente mi padre nos inscribió en el Instituto Luis Vives, colegio formado por el exilio. El Vives fue sin duda la prolongación de España. Todos, maestros y alumnos, eran amigos. Ingresé a tercero de secundaria y tuve que presentar a título de suficiencia en la Secundaria Tres, un montón de materias extrañas para mí, entre otras civismo, historia de México y algunas más. Pasé con más suerte que méritos y en 1943 ingresé a la Escuela Nacional de Jurisprudencia.

Nada hacía pensar en que todo era definitivo. Mi ingreso a derecho me fascinó, pero no fueron pocas las dificultades. Tuve problemas con la materia de derecho civil, nada menos, y en el mismo año de 1943 decidí inscribirme para hacer el servicio militar. Salí agraciado en un sorteo inolvidable e ingresé al Batallón de Transmisiones en el que viví un año fundamental en mi vida. Aprendí, entre otras cosas, a ser mexicano.

Después ha habido de todo. España se perdió, pero ganamos a México. Nos fue muy bien en la jugada.