Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 28 de julio de 2013 Num: 960

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Svevo, el interiorista
Ricardo Guzmán Wolffer

La escritura migrante
Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Yuri Herrera

La magia de Michel Laclos
Vilma Fuentes

El león de Calanda
Leandro Arellano

Buñuel en su liturgia:
El último guión

Esther Andradi

Buñuel y el surrealismo
de la realidad

Xabier F. Coronado

Buñuel, Cortázar y la venganza de Galdós
Ricardo Bada

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Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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Germaine Gómez Haro
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El fenómeno Dalí

Paralelo a los zafarranchos políticos y a los escándalos financieros que llenan las páginas de los diarios españoles e inundan de manifestantes las calles de Madrid, un fenómeno cultural sin precedentes acapara la atención de propios y extraños en esta ciudad donde la oferta veraniega en los museos y centros culturales alcanza un nivel impresionante, pese a la recesión económica. Se trata de la monumental exhibición de Dalí en el Museo Reina Sofía, inaugurada el pasado mes de abril y en la que se ha registrado un promedio de 7 mil 600 visitas diarias, cifra que supera por mucho las expectativas de los organizadores, y que apunta hacia un récord en los veintitrés años de historia del Museo, superando los vendavales que ha levantado Picasso. La competencia se hace cada vez más reñida con el colosal Museo del Prado, que acoge muestras excelsas de los grandes maestros de todos los tiempos.

Recientemente fui testigo de la interminable espera de horas a la que se sometían hordas de visitantes de todas las edades (familias enteras con abuelos y niños) bajo un sol abrasador que se traducía en 35º c, colosal “sacrificio” al que, quien esto escribe, no se hubiese sometido por seguir la pista al excéntrico genio de los bigotes hirsutos. (¡Me salvó la credencial de periodista proporcionada por este diario!)

Salvador Dalí es una figura emblemática que se puede escudriñar desde diferentes ángulos de percepción y de interpretación; una mirada sagaz y escéptica encontrará una maraña de claroscuros que resultan de una personalidad polifónica que construyó una imagen pública única en su género, muchas veces en concordancia con su pintura, y tantas otras en total oposición a ella. Dicho de otra manera, y desde mi personal punto de vista, Dalí –tanto el personaje como el artista plástico– oscila entre la genialidad y la decadencia, entre el rigor creativo y la provocación banal. Es sin duda un artista al que no se puede medir con una sola vara, pero la incontestable dimensión que se le ha atribuido –sobre todo después de su muerte– deja mucho que pensar. Y el éxito desmesurado de estas muestras lo confirma: ¿Qué tiene Dalí que no tengan otros grandes y celebérrimos artistas para cautivar a las masas? ¿Por qué se le ha colocado en la cúspide del movimiento surrealista, peldaños arriba de su compañero y coetáneo Max Ernst, con quien por años disputó el éxito y hasta la musa (Gala)? Max Ernst fue un pintor con un sólido rigor creativo, moral y ético quien, casualmente, también es tema de una magnífica exhibición que se presenta estos días en la importante Fundación Beyeler, en Basilea, pero cuyo público seguramente no rebasará la décima parte de los fanáticos dalinianos.

Más allá de cuestionar la gran organización de esta exhibición de Dalí, integrada por más de doscientas piezas, entre las que se presenta un valiosísimo material documental y entrevistas al artista, así como la edición de un espléndido catálogo con textos actuales realizados ex profeso para la muestra, la reflexión que queremos generar aquí es la siguiente: ¿Porqué será qué pinturas como El gran masturbador o Chaqueta afrodisiaca congregan a decenas de espectadores que se instalan por ratos interminables tratando probablemente de descubrir quién es el personaje que da título a la obra o cuál es su “objeto de deseo”, mientras que muchas obras tempranas (su mejor producción, antes de volverse un clown) cargadas de guiños poéticos, lirismo y frescura, pasan desapercibidas para el gran público? La respuesta es sencilla: el morbo siempre vende.

Admirado y repudiado por igual, Dalí fue narcisista, arrogante, megalómano, despótico, perverso, además de cínico y reaccionario. El provocador inicial que sacudió conciencias y abrió la brecha a una nueva vía para la creación (su método paranoico-crítico), devino poco a poco un farsante decadente, toda vez que se erigió como un genio del marketing que optó por convertirse en un showman mediático en vez de seguir profundizando en su pintura.

El genio (como él se autodenominaba) Salvador Dalí es un fenómeno producto de la sociedad de consumo estadunidense, un emblema de la “civilización del espectáculo” sobre la que brillante y atinadamente diserta Mario Vargas Llosa; su postura en la esfera pública deja huella en artistas contemporáneos que se manejan como trademark (Andy Warhol, Jeff Koons, Demian Hirst). Como sea, queda claro que Dalí sigue provocando y perturbando. ¡Cuánto se estará divirtiendo al ver las interminables filas de fans achicharrados bajo el sol madrileño para ver sus estrafalarias ocurrencias plásticas!