Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 28 de julio de 2013 Num: 960

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Svevo, el interiorista
Ricardo Guzmán Wolffer

La escritura migrante
Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Yuri Herrera

La magia de Michel Laclos
Vilma Fuentes

El león de Calanda
Leandro Arellano

Buñuel en su liturgia:
El último guión

Esther Andradi

Buñuel y el surrealismo
de la realidad

Xabier F. Coronado

Buñuel, Cortázar y la venganza de Galdós
Ricardo Bada

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Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
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Cinexcusas
Luis Tovar


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Italo Svevo

Svevo, el interiorista

Ricardo Guzmán Wolffer

Italo Svevo (1861- 1928) escribió poco, pero con calidad. Se dice que la poca aceptación de sus primeras dos obras lo llevó a renunciar a la escritura, hasta que su maestro de inglés, un tal James Joyce, le sugirió no hacer caso de tales desatinos. Así nació su último libro, La conciencia de Zeno, un imprescindible.

Zeno es un perfecto burgués de Trieste (lugar donde nació el autor): dedica su vida a buscar cómo entretenerse. Resueltas sus necesidades económicas por los negocios heredados, incluso sus empresas están encargadas a un administrador. Así, Zeno divaga por la vida sin preocupaciones superfluas como comer o trabajar: siempre habrá más. Quizá por eso, Zeno tiene el problema de fumar con compulsión. Llega el momento, después de sus cincuenta años, en que lucha con el cigarro. Entre sus tantas curas, termina con un psicólogo, quien le pide escriba sus memorias bajo el argumento de que así llegará a la causa de tal adicción. Ese texto es la novela que ha consagrado a Svevo; emparentado literariamente con Proust por varios críticos.

Dentro de las memorias de Zeno, éste platicará sus mayores peripecias, como conseguir esposa o amante y, en algo se tiene que entretener, ser socio de su concuño, quien resulta un verdadero vivales que por error se suicida.

Como resulta en los regulares procesos mentales que pretenden escribirse, casi como en escritura automática, las divagaciones filosóficas brotan y ahí brinca el humor del personaje, muchas veces involuntario. Como la justificante para estas memorias es el encontrar la explicación de la adicción al tabaco, de entrada nos enteramos que Zeno anota la fecha del que estima como su último cigarrillo, así que hay fechas apuntadas por todas partes de su casa. Incluso se recluye en un hospital para ser vigilado y no fumar, pero pronto logra sobornar a la enfermera y, una vez más, enciende un cigarrillo. Svevo tenía interés en las teorías de Freud, lo cual se trasluce en su novela: casi al inicio narra su relación con su padre, quien lo desdeña por suponerlo proclive al humor de los locos. Esa misma mala relación la tiene con un comerciante, quien lo burla y le quita dinero en sus malas inversiones como comerciante. Zeno lo sigue a pesar de las burlas. Con un poco de premeditación, el hombretón se lleva al tímido de pocas luces para presentarle a sus tres hijas. Las figuras paternas le imponen a Zeno. Éste se prenda de una, pero los malentendidos hacen que termine con otra, pues las otras dos lo rechazan. La esposa tendrá el resto de la vida para estar celosa de su hermana (las tres y la madre saben cómo se llegó a ese arreglo). Al cabo de los años, cuando Zeno y fulana tienen hijos, luego de una vida sin amor, logran llevar un matrimonio “ejemplar”: él ha tenido su amante y ella sus hijos. Como él mismo anota, va cargando de significado a las mujeres, incluso antes de haberles hablado: son tan bellas como la porcelana, las frutas, las flores. Y apenas las trata, percibe que esa mirada las ha cargado con restos de esas virtudes que sólo él ve. En el tema de las mujeres, el personaje suele ver el pasado con nostalgia, sabiéndose “un imbécil” por no haber advertido las intenciones de las hermanas, hasta que entiende que, en muchas cosas, sólo le queda dejarse llevar. Pero de su juventud se avergüenza de no haber advertido el fracaso ineludible al escoger a la hermana que ni siquiera le consideraba candidato.

Zeno es proclive al humor. Le dice su padre: “Temo que no sabré decirte lo que pienso, sólo porque tú tienes la costumbre de reírte de todo.” Le contesta en silencio: “Yo renuncié a discutir y a convencerlo de que en este mundo había muchas cosas de las que se podía y se debía reír.” Pero, luego, se hace el embuste solo: “Sé con certeza que un hombre puede tener la sensación de poseer una inteligencia poderosísima, aunque ésta no dé otra señal de sí que esa intensa sensación.” Y así va soltando apotegmas: “Quien no ha conocido el matrimonio lo considera más importante de lo que es”; “no es necesario saber trabajar, pero quien no sabe hacer trabajar a los demás perece”; “en los negocios la teoría es utilísima, pero sólo es aplicable cuando se ha liquidado el negocio”; “confundir los sentimientos de una mujer es lo que se dice señal de escasa virilidad”; “la característica principal del amor: el sometimiento de la hembra”; “recordaba a aquel filósofo griego según el cual tanto quien se casaba como quien permanecía soltero se arrepentiría de ello”; “el amor acompañado de tanta duda es el verdadero”; “cuando adiviné que para ella el presente era una verdad tangible en que podía uno retirarse y estar calentito, comprendí lo que era la salud humana perfecta”, y muchos más.

El personaje central de esta novela navega entre las aguas de la nostalgia por un pasado que ve con desconfianza y un presente donde no capta bien qué le sucede: a ratos solitario e incomprendido, a ratos eufórico, siempre meditabundo, como si el ejercicio mental fuera un sino y no un medio. Incluso cuando la guerra lo alcanza y se topa con los invasores, esa falta de luces logra salvarlo al hacer reír a los soldados que lo separan de su casa y del café con leche que invoca varias veces a los militares.

La novela de Svevo es más una introspección en el corazón de esa burguesía pedante e inconsciente, cuyas reales preocupaciones eran la cacería y la pesca, la conquista de mujeres y supervisar a sus administradores. En esa mirada simple, cargada de pretensiones de trascendencia, brota el espíritu humano simple, pero real. Donde muchos miran la tragedia, Svevo concreta un personaje entrañable por sus limitaciones que, claramente, no advierte, y que llevan a la sonrisa por lo contradictorio de sus acciones con esos pensamientos que supone profundos y que le hacen creerse por encima de quienes le muestran una y otra vez que saben más y viven con más intensidad la vida cotidiana y sus vicisitudes, que alcanzan la felicidad y no quedan en la tristeza dubitativa.

Un clásico.