Opinión
Ver día anteriorSábado 27 de julio de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El nuevo síndrome de Estocolmo
C

on las recientes revelaciones sobre el espionaje masivo realizado por los servicios estadunidenses contra sus aliados más cercanos, como la Unión Europea o México, lo que más sorprendió es la tibieza de las reacciones de los gobiernos agredidos, a veces su falta de reacción o, peor aún, la justificación de tales actos. La prensa occidental tampoco fue muy virulenta contra esta actitud tan grosera y de prepotencia.

Los europeos minimizaron el asunto y pidieron “ pour la forme” explicaciones a Estados Unidos, cuando en realidad conocían perfectamente la capacidad de los servicios estadunidenses de escuchar cualquier mensaje, telefónico o electrónico, que circula en el mundo. Fingieron posturas de vírgenes espantadas cuando la prensa reveló el tamaño del escándalo. Amenazaron posponer el inicio de las negociaciones del gran tratado comercial transatlántico (TTIP) previsto para el 8 de julio. Pero no pasó nada, la primera ronda de negociación tuvo lugar normalmente en Washington del 8 al 12 de julio y la siguiente tendrá lugar en Bruselas en octubre. Todo como está previsto.

Sin embargo, esta negociación debería estar estrechamente relacionada con las denuncias de espionaje que sufrió la UE. Como se sabe, en los temas comerciales los estados europeos transfieren sus competencias a la Comisión Europea, quien negocia en nombre de los 28 países miembros. Los gobiernos dan un mandato de negociación a la comisión, que fija los objetivos a alcanzar y los intereses europeos a defender. El mandato fue aprobado el 14 de junio (únicamente en inglés), pero no fue dado a conocer ni al Parlamento Europeo ni a las opiniones públicas. Se supone que es un documento secreto que establece el margen de maniobra que tendrá la comisión durante los meses de negociación, en cuestiones muy sensibles para el modelo de desarrollo del proyecto europeo.

Lo irónico es que el mandato es secreto, pero los estadunidenses, teniendo ojos y orejas en todas las oficinas de la Unión Europea, conocen en detalle cuál es el margen de negociación de los europeos y sus “ fall back positions”, o sea las últimas concesiones que podrían hacer frente a las exigencias americanas para concluir el acuerdo en 2015. Naturalmente, las opiniones públicas europeas no tienen acceso a tal información, a pesar de la promesa de la comisión de ser totalmente transparente.

Es un tratado de importancia estratégica, porque si se aceptan las exigencias de Washington, la UE tendrá que renunciar a muchas de sus políticas, lo que puede provocar la ira de muchos ciudadanos europeos. Los negociadores prefieren limitarse, como el gobierno de México cuando se refiere al Transpacific Partnership (TPP), a anunciar la creación de miles de empleos y un impulso al crecimiento (ver artículos sobre el TPP y el TTIP de Jorge Eduardo Navarrete y un servidor en La Jornada del 1 de junio, 22 de junio y 18 de julio), omitiendo las concesiones tremendas que deberán hacer y que afectarán sectores enteros de la economía.

En el caso de la UE se trata ni más ni menos de transformar la zona euro-atlántica en un vasto TLC tipo México-Estados Unidos, obligando a la UE a renunciar a lo que hacía su originalidad en término de proyecto político y social. La ofensiva americana contra la excepción cultural europea es muy fuerte y pretende abrir totalmente el mercado europeo a las producciones hollywoodenses, prohibiendo a los estados europeos subsidiar sus industrias culturales y cinematográficas en general. Pese a las protestas de Francia, el negociador europeo Karl de Gucht no descarta poner el tema en la mesa si Estados Unidos insiste y trata de bloquear todo el acuerdo TTIP si no obtienen satisfacción.

¿Cómo se explica una reacción tan débil de los europeos cuando sus intereses están directamente en juego? Una de las razones es que desde el colapso de la Unión Soviética en 1991, y sobre todo después de los atentados del 09/11/2001, Estados Unidos aprovechó el contexto para imponerse como la potencia dominante en el mundo, y exigió de sus aliados cerrar filas bajo su liderazgo para cementar el bloque occidental frente al resto el mundo y darle más homogeneidad con base en intereses comunes, y en primer lugar los intereses estadunidenses. Por supuesto, la prioridad era fortalecer el liderazgo americano como gendarme del bloque occidental. Los europeos estuvieron de acuerdo y compraron hasta el concepto de guerra preventiva. Aparte de reforzar la cooperación contra el terrorismo su objetivo era impedir la emergencia de un mundo multipolar, con grandes actores como la UE, China, Brasil, India y Rusia. Hasta la fecha Washington nunca aceptó la idea de un mundo multipolar (en la cual creyeron ingenuamente muchos líderes europeos durante años, como Mitterrand o Chirac) en el cual la Unión Europea hubiera podido tener una cierta autonomía política, y desarrollar una fuerza militar propia, dentro de la OTAN, pero independiente.