Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 14 de julio de 2013 Num: 958

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Geometría de la música y armónicos de la pintura
Norma Ávila Jiménez

Recetario
Fernando Uranga

La flor del café
Guillermo Landa

En el tren de la muerte
Agustín Escobar Ledesma

Elsa Cross: el mapa del amor y sus senderos
Antonio Valle

Madiba Mandela
Leandro Arellano

Con Nelson Mandela
Juan Manuel Roca

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
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Cinexcusas
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Directorio
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Enrique López Aguilar
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Gaspar Aguilera Díaz: adelantado,
trovador y viajero (IV DE V)

Quisiera insistir en la ausencia de secuencias descriptivas: sólo una cierta atmósfera, los nombres que ruedan entre los poemas y las emociones dilapidadas por el locutor poético le indican a quien lee que se encuentra frente a una ciudad con determinadas características. Lo más importante ocurre dentro del poema y fuera del paisaje: en el ánimo del viajero. Con esa perspectiva, los textos de Gaspar Aguilera quieren ofrecer una constancia del conocimiento adquirido y, por lo mismo, de alguna manera, se convierten en la inminencia de Ítaca, en el instrumento empleado por Odiseo para hablar con Penélope después de matar a los pretendientes. Si la imagen del viajero griego le conviene al poeta de Parral, es porque su viaje nunca tiene reposo y porque, seguramente, terminará convertido en salmón, viajero incansable y dispuesto a ascender en contra de la corriente, tal como el mito afirma que le pasó a Odiseo en el transcurso de su último viaje. Si Ítaca es el pretexto para viajar durante diez años en la Odisea, el poema y el regreso a Parral-Morelia es el de Aguilera Díaz.

Aparte de lo no dicho o de lo eludido (paisaje desde una postal, arquitectura, descripciones exhaustivas), ¿podría señalarse alguna otra razón por la que Praga puede volverse una ciudad íntima, una ciudad para la memoria? Es posible que la clave menos monumentalista se encuentre entre las líneas de “Salve, oh César!”, donde Gaspar Aguilera regresa a sus obsesiones y al rechazo por lo más evidente para apropiarse de un lugar, de acuerdo con lo expresado por Lawrence Durrell: “Una ciudad se convierte en un mundo cuando se ama a uno de sus habitantes.” En el viaje erótico planteado por Aguilera Díaz, él vuelve a sus tonos y temas usuales, pero con una mayor madurez expresiva: siempre están en sus textos la suavidad y la ternura entreverados con una amable ironía que nunca llega al cinismo, un leve acento escéptico que no se convierte en amargura y una inequívoca elegancia para sugerir los encuentros carnales, pues así como el poeta no describe las ciudades a la manera del costumbrismo decimonónico, tampoco se demora en retratos femeninos ni en descripciones entusiastas de los cuerpos amados. La mitad de la sección “La seducción y el fuego” es de tema amatorio y, en ella, el locutor del poema habla por sí mismo; “Los lienzos del deseo” se organiza sobre idéntico asunto, pero éste se disfraza con referencias pictóricas, traducción sutil de las zozobras y venturas del yo poético a través de la interposición de Modigliani, Mantegna, Bachmann, Turner, Matisse y Klimt.

El final de Diario de Praga es una pequeña serie de ocho brevísimos “Aforismos apócrifos”, que fungen como una síntesis del poemario y, más aún, si se piensa en las estructuras musicales –tan caras y cercanas a Gaspar Aguilera–, como una coda en la que los temas del amor, la soledad, el tiempo y el desamparo son los ejes dominantes.

En alguna medida, Imperfección del mundo parece proseguir el temperamento de los aforismos de Diario de Praga: la primera parte se detiene en los territorios del sueño y la muerte; de manera melancólica, levemente desencantada, la sección “Vestigios de la saudade” recala en el asunto amoroso, nuevamente mezclado a través de esa dicotomía tan aguileriana: la ciudad y la mujer; en cambio, en la sección “El juglar canta en Provenza sus desdichas” vuelve el tema de la pasión y del fuego amoroso, no exento de sesgos dolientes que, en todo caso, parecieran ser parte del combustible que alimenta sus incendios; finalmente, “Deslumbramientos de la navegación”, parte con la que termina el libro, está compuesta por once prosas en las que, a manera de coda, paisaje, amor, evocaciones y un marcado sentimiento de saudade, el poeta parece recuperar sus convicciones respecto a la imperfección del mundo: lo inestable de los encuentros amorosos, su fugacidad, la materia huidiza de que está hecho su ser y las cosas que produce. La poesía, parece sugerir Gaspar Aguilera, ayuda a corregir la imperfección del mundo o, por lo menos, a registrar sus maravillas y tinieblas.

Dice el autor en un poema llamado “Autoepitafio”: “Donde estuvo el amor/ puso la boca// Donde estuvo el dolor/ ofreció el cuerpo// Donde estuvo el deseo// ofició con sordidez de piel y labios// Donde estuvo el rencor// puso la risa// Donde estuvo el olvido // puso el sueño // Donde estuvo el engaño / la memoria // Donde estuvo el adiós// puso su nombre.”

(Continuará)