Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 14 de julio de 2013 Num: 958

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Geometría de la música y armónicos de la pintura
Norma Ávila Jiménez

Recetario
Fernando Uranga

La flor del café
Guillermo Landa

En el tren de la muerte
Agustín Escobar Ledesma

Elsa Cross: el mapa del amor y sus senderos
Antonio Valle

Madiba Mandela
Leandro Arellano

Con Nelson Mandela
Juan Manuel Roca

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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Ana García Bergua

El porvenir de los recuerdos

La primera reseña de Los recuerdos del porvenir salió muy poco después de publicada la también primera y gran novela de Elena Garro por Joaquín Mortiz. La firmaba Emmanuel Carballo en La cultura en México de Siempre!, el 5 de febrero de 1963 y una parte decía así:

“Elena Garro realiza una hazaña en la literatura mexicana, pues consigue pensar el tiempo junto con el espacio, al concretar la existencia de sus entes de ficción yertos en su destino de magia, premonición, reflejo, sueño y leyenda. Esta es la primera, pasmosa, novela que publica Elena Garro.”

Tiene algo de mágico el hecho de encontrarnos ahora, cincuenta años después, corroborando estas palabras. Quizá, si viviéramos en el universo de esta novela extraordinaria, nuestra celebración habría sido una prefiguración desde que fue escrita, un recuerdo adelantado en el tiempo. Y es que en Los recuerdos del porvenir el flujo de la prosa provoca una suerte de milagro. Al igual que en Rulfo, la historia crece y se derrama hacia los distintos planos de la realidad, formando una burbuja de tiempo condensado. Desde luego que se hermana con Pedro Páramo en esta especie de alquimia lingüística,y también con la tragedia clásica: hay un destino que se conoce y cuyo cumplimiento se sufre, se espera y se recuerda por adelantado.

Pero ¿qué decir de Los recuerdos del porvenir que no se haya dicho ya, sin aludir además a la figura muy controversial de Elena Garro, en cuya vida parece haberse cebado un raro demonio que puso a jugar recursos de la imaginación en la dura cancha de la realidad? La novela recrea un episodio posible de la guerra cristera en el pueblo de Ixtepec –sucedáneo de Iguala, donde la escritora pasó una parte de su vida–, tomado por el siniestro general villista Francisco Rosas y sus subalternos, aliados con lo que queda de la burguesía porfirista del lugar, a la que ayudan a apropiarse de las tierras matando campesinos. Rosas, sin embargo, es un personaje perdido en sus propios laberintos: “Era el tiempo de la revolución, pero él no buscaba lo que buscaban sus compañeros villistas, sino la nostalgia de algo ardiente y perfecto en qué perderse.”

La Revolución no trastoca aquí el antiguo orden de cosas –y Garro cuestiona si en verdad lo hizo en alguna parte–, pero pone a girar elementos extraños en el paisaje de un pueblo estratificado con su sacristán, su doctor, su boticario (que es poeta y se llama Tomás Segovia), su loco, sus prostitutas, las eternas señoritas y las sempiternas viudas, solteronas y beatas. En efecto, el factor explosivo de esa vida que transcurre entre silencios y cadáveres de campesinos colgados de los árboles, es la presencia de las queridas de los militares en el hotel del pueblo, especialmente la del general Rosas, la bellísima y esquiva Julia, por cuya hermosura y desapego vive penando. La presencia de aquellas mujeres en Ixtepec crea una especie de burbuja detonadora de rebeliones y huidas, pues se trata de mujeres al margen de todo juicio y lugar: ni prostitutas, ni beatas; quizá amadas inmóviles, princesas robadas y recluidas, cuya belleza las redime y las aísla a la vez.

Y es que Los recuerdos del porvenir es, me parece, una novela de huidas, de escapes: la huida de Julia con el poeta Felipe Hurtado que se puede interpretar como una huida literal, mágica, o una muerte metaforizada –es admirable la parte en la que la prosa manifiesta su piedad y salva a los amantes condenados–; la huida del cura y el sacristán, la de todos los asesinados por el general Rosas que parecieran dejarlo siempre con las manos vacías, aferrado nada más a sus “palabras como a la única realidad en aquel pueblo irreal que había terminado por convertirlo a él también en un fantasma.”

La gran profundidad de la novela está, además, en el dibujo de sus personajes y en sus dualidades: la fiesta que le organizan al general, la exigencia de ser sacrificado por parte de Nicolás Moncada, el absurdo amor de su hermana Isabel, regalos todos envenenados que lo destruyen y que forman parte de un armamento religioso en el que Elena Garro creyó toda su vida y que está en la base de la guerra cristera. 

Los recuerdos del porvenir es como esa Julia a la que general sigue persiguiendo aun cuando la mantenga encerrada en su habitación. Perfecta e inaprensible, detenida en la memoria, su lectura nos sigue deslumbrando. Como dicen sus páginas, basta “un esfuerzo, un querer ver, para leer en el tiempo la historia del tiempo”.