La complejidad boliviana

La poeta boliviana Virginia Ayllón, al escribir en Nuestra América, enero-julio 2007, sobre los autores aymaras Elvira Espejo y Clemente Mamani, discute las contradicciones de los autores americanos en lenguas originarias, explicándose la sobrevivencia de sus pueblos tras más de 500 años de dominación, “entre otros aspectos”, por sus idiomas, “su forma de nombrar el mundo”. Considera también la migración, la urbanización “y el peso de las instituciones estatales, como la educación, que han marcado lo indígena como un hecho siempre renovado”.

Sumando los efectos de la globalización y el Internet, “estamos ante poblaciones indígenas que más que asimilarse, se han adecuado a los tiempos, aunque los tiempos no se hayan adaptado a lo indígena; todo lo contrario, su marginación es un hecho todavía lacerante”. ¿Cómo ha afectado esto la producción literaria indígena en Bolivia?, se pregunta Ayllón, y encuentra “una de las respuestas” en el lingüista aymara Teófilo Laime, quien en Castellano andino de los bilingües (2005) “brinda señales sobre las variantes del castellano en las distintas regiones de Bolivia”. Mas no se trata sólo de variables dialectales, “sino de variantes influenciadas o ‘corrompidas’ por los idiomas de las etnias que pueblan dichas regiones”. Y recuerda que ya uno de los más importantes críticos literarios bolivianos, Carlos Medinaceli, expresaba en 1938: “Igual en literatura: escribimos en castellano, pero pensamos en aymara o keswa” (Estudios críticos).

Escribir en lengua indígena, añade Ayllón, “es de por sí un hecho político ya que traspone las barreras de lo ‘oral’ como única literalidad indígena posible, y del castellano como única lengua ‘apropiada’ para la estética literaria”. Sin embargo, aventura que en el castellano andino “quienes escribimos en castellano estaríamos pensando en clave indígena”.  Así entra a otra discusión, la “que suele destinar a los indígenas el cuidar de ‘lo propio’, lo vernacular, ‘lo nuestro’, lo que trasunta una esencialización folklórica y no pocas veces turística”.

Y recurre a Guillermo Bonfil: “‘Nuestro’, no en la acepción jurídica de propiedad, sino que forma parte del universo más próximo en el que se ha desarrollado nuestra vida. Lo nuestro, en este sentido, es todo aquello que manejamos, bien sea material o simbólicamente; lo que hace que en una circunstancia nos sintamos ‘entre nosotros’ y en otra nos sintamos ajenos... En torno a ese ‘nosotros’ se define lo ‘nuestro’: los objetos, los espacios. Las actividades y las maneras particulares de realizarlas” (“Nuestro Patrimonio cultural: un laberinto de significados”, en El patrimonio cultural de México, editado por Enrique Florescano, Fondo de Cultura Económica, México, 1993).

Para Ayllón “se dibuja muy complejo el panorama de lo que en Bolivia puede denominarse literatura indígena aunque, con seguridad, esta complejidad asegura su riqueza”.