Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 7 de julio de 2013 Num: 957

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Una especie de
resistencia cultural

Paulina Tercero entrevista
con Enrique Serna

Nuno Judice, Premio
Reina Sofía 2013

Enrique Florescano
entre libros

Lorenzo Meyer

Homenaje a
Enrique Florescano

Javier Garciadiego

Los narradores
ante el público

José María Espinasa

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Rodolfo Alonso
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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Ricardo Venegas
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Las encontradas sendas de Paz

En una lejana conferencia sobre poesía contemporánea en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam, Víctor Hugo Piña Williams, poeta y ensayista de la generación de los ‘50, habló de las contradicciones de Octavio Paz: “uno de los poetas más mexicanos” en cuya obra conviven los opuestos, la poética de la conciliación de los contrarios.  Con Las sendas perdidas de Octavio Paz (Ediciones Sin Nombre, 2013), de Evodio Escalante, hablar de quien fuera rector de la poesía mexicana renueva el ánimo de debatir sus aciertos y sus desatinos. Como en los sistemas totalitarios, lo que el maestro dijo es irrefutable; igual ocurre con la historia de México, a la que en todo momento seguimos desacralizando.  El libro de Escalante es una compilación de puntos ciegos en los que es posible sorprender y ser sorprendido al descubrir a otro Paz, el del ninguneo, el primero –antes que Villaurrutia- en ser influenciado por el filósofo alemán Martin Heiddeger, hijo heredero que niega al padre, como lo dictaba su actitud al intentar excluir a Alfonso Reyes de la célebre Poesía en movimiento. Reyes, figura tutelar para Paz y uno de los más ambiciosos lectores que produjo una teoría poética decantada en El deslinde (1944), fue quizá el modelo que el autor de La estación violenta se propuso rebasar (para algo le serviría el hacha). Y algo similar sucederá con Neruda a la postre: la admiración de Paz al bardo chileno es indiscutible. En este itinerario crítico e impecable –y asimismo implacable-, Escalante reconoce (“la crítica también aplaude”, Reyes dixit) tres aportaciones ineludibles del Nobel de 1990: “una idea general de la tradición literaria como ‘tradición de la ruptura’”, la noción de poema: “En Los signos en rotación, en efecto, Paz concibe al poema como un conjunto de signos que giran alrededor de un centro virtual, de un sol que todavía no emerge”, así como “una idea del lenguaje y de sus lectores como auténticos productores del significado final”. Entre la amenidad y la ironía (¿cómo reaccionaría Paz al leer este libro?), Las sendas perdidas… consigna el capítulo “Los seis errores más comunes de Octavio Paz acerca de Villaurrutia y los Contemporáneos”. Un postulado a revisión dice: “Los contemporáneos fueron ‘cosmopolitas’ en materia de Arte”, a lo que el crítico infiere: “Totalmente válido si se trata del caso extremo de Cuesta, dudoso si se aplica a otros miembros de la generación. (…) Ortiz de Montellano era tan ‘cosmopilita’ que publicó varias recopilaciones de cuento indígena mexicano, incluyó nopales, cempasúchiles y guitarrones en varios de sus poemas, y hasta le compuso un corrido a Pancho Villa.” Los intereses de Paz con el surrealismo, su filiación con los románticos y los conflictos inherentes a la razón y sus límites, son temas de este ensayo que “busca situarse en un punto en el cual la admiración no está reñida con el disentimiento”, doble mérito del autor.