Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 9 de junio de 2013 Num: 953

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Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Para volver al
pensamiento francés
del siglo XXI

José María Espinasa

Una ciudad para
José Luis Sierra

Marco Antonio Campos

La ciudad de José Luis
Stefaan van den Bremt

Falange y sinarquismo
en Baja California

Hugo Gutiérrez Vega

La raíz nazi del PAN
Rafael Barajas, el Fisgón

Memoria de la ignominia
Augusto Isla

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Columnas:
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Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
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La Batalla y La Tragedia

Hace poco se habló aquí del manido recurso con el que suele perpetrarse la mayoría de las películas de tema histórico, consistente en “centrar la trama en uno, un par, quizá tres personajes cuya microhistoria corre, en la línea cronológica, al parejo de los acontecimientos que sí vienen en los libros, microhistoria que en la película es colocada por delante de tales acontecimientos y que, de preferencia para el guionista, en algo o en mucho influye en el decurso de los hechos Históricos con mayúscula”.

Guionista, editor y director de 5 de mayo. La batalla, Rafa Lara se apegó a la fórmula de manera tan ceñida que, en términos de crítica, es poco lo que puede añadirse. En terrenos estrictamente cinematográficos, a Lara debe reconocérsele la suficiente pericia en el empleo de sus bártulos: la película no acusa defectos de factura; es narrativamente correcta en tanto parte de su obvio alfa y remata en su no menos obvio omega y, en consecuencia, cuenta completa la historia que pretende contar; la secuenciación y el ritmo que ésta le imprime lucen balanceados hasta más o menos el minuto setenta y ocho del pietaje, donde “balanceados” significa la fílmicamente muy convencional yuxtaposición de la microhistoria –aquí la de Juan y Citlali, el recurrente par de anónimos históricos/protagonistas cinematográficos– con la Historia –aquí llenecita de los ineludibles Zaragozas, Lemercieres, Primes, Díazes y Alpontes–, minuto después del cual Uno entiende, si no lo hizo desde que leyó el título, que esto se trata de La Batalla, así con mayúsculas, porque a La Batalla le son dedicados alrededor de cuarenta –sí, cuarenta– minutos convertidos en un dilatadísimo homenaje a los excesos: tanta bayoneta hundiéndose en las carnes del enemigo, tanto cañón uno, cañón dos, cañón etcétera haciendo que retiemble en sus centros la tierra; tanto miembro cercenado –comenzando por la escena casi gore pero más bien involuntariamente chistosa del oficial francés arrastrado por su cabalgadura–; tanto zacapoaxtla y tanto masiosare, acaban por aburrir incluso al mayor de los aficionados a ver ese método humano para deshumanizarse llamado guerra.

Añádase a lo anterior otro baldamiento que, a propósito de temas históricos, pareciera inevitable: el hórrido patrioterismo que a sí mismo se ve como nacionalismo –aquí tan ad hoc, según esto–, traducido en estampitas como esa de un Ignacio Zaragoza triunfador, tomado en contrapicada quesque para que se vea más impactante, o esa otra, hágame usted el fabrón cabor, de la bandera mexicana ondeando contra un cielo azul y luminoso, y el Popocatépetl al fondo con todo y fumarola.

Para cometer tanto bochorno con el pretexto de llevar al cine eso que Mediomundo considera es uno de los pocos, contadísimos momentos de dignidad y, simultáneamente, de orgullo y sentimiento de victoria para este país vilipendiado, ¿acaso se inspiraron, guionista y asesores, en aquel “poema” horrible que dice “oh santa bandera/ de heroicos jazmines/ suben a la gloria/ de tus tafetanes/ la sangre abnegada/ de nuestros paladines/ el verde pomposo/ de nuestros jardines/ las nieves sin mancha/ de nuestros volcanes”?

Cifras y preguntas

A este 5 de mayo le fueron destinados –y es menester decirlo: sin concurso de por medio, por asignación oficialista directa y con participación ulterior de una televisora bastante mal reputada– algo así como 80 millones de pesos, que de seguro alcanzarían para producir unos cuarenta –sí, cuarenta– documentales como ABC  nunca más, hecho por Pedro Ultreras este mismo año, cuando han transcurrido cuatro desde la tragedia indecible que con quemaduras y asfixia le quitó la vida a cuarenta y nueve niños en una guardería subrogada del imss en Hermosillo, Sonora.

Cifras de la historia: ciento cuarenta y siete años y un mes hay de diferencia entre el 5 de mayo de 1862, La Batalla, y el 5 de junio de 2009, La Tragedia. Preguntas para la historia: ¿también tendrá que transcurrir un siglo y medio para que La Tragedia sea llevada a la ficción cinematográfica, y que en el guión aparezcan claritos los nombres de Eduardo Bours –exgobernador sonorense–, Juan Molinar Horcasitas –exdirector del IMSS– y Marcia Matilde Altagracia Gómez del Campo Tonella –socia de la guardería funesta y prima de Margarita Zavala, esposa de Felipe Calderón–, entre otros? ¿Le pondría harta lana el gobierno de Sonora, como el de Puebla a La batalla, y le entraría con su cuerno Televisa? ¿Para cuándo las cuatrocientas copias de 5 de junio. La tragedia?

A fin de cuentas, ambos sucesos son parte de nuestra historia.