Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 26 de mayo de 2013 Num: 951

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El espíritu abierto
de Valery Larbaud

Vilma Fuentes

Ditoria: en el centro
de la edición

Ricardo Venegas entrevista
con Roberto Rébora

Caparrós, memoria
singular de Argentina

Sergio Gómez Montero

Cualidad y horizontes
del adjetivo

Leandro Arellano

Gilbert, Sullivan
y Grossmith,
el humor Victoriano

Ricardo Guzmán Wolffer

El joven Dickens
Graham Greene

Una tempestad
llamada progreso

Hugo José Suárez

La poesía
Aris Diktaios

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
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Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
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Cinexcusas
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Jorge Moch
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Hoy como un ayer de cincuenta años

Para María Fernanda Campa, con reiteradas gracias votivas

“Las grandes luchas libradas por los estudiantes y el pueblo […] han estremecido el país en los últimos años. La creciente agudización de la situación económica que padecen las masas populares ha provocado graves conflictos en los que participan combativamente obreros y campesinos con el fin de lograr un régimen más democrático y resolver sus propias necesidades.” Transcribo este primer párrafo a una semana de su publicación, el sábado 18 de mayo, y a cincuenta años y un día de que la comisión de redacción de la Primera Conferencia Nacional de Estudiantes Democráticos, integrada por David Aguilar Mora, Raúl Álvarez Garín, Antonio de Haro y Walter Ortiz Tovar suscribiera la Declaración de Morelia, el 17 de mayo de 1963. Faltaban tres años y pico para que este picateclas naciera y seis meses para que la ultraderecha estadunidense, la que sigue campeando el mundo, le volara la tapa del cráneo a su propio presidente. A México lo desvalijaba un consumado ladrón priísta, Adolfo López Mateos, quizá en la que fue la sexenal cima del monolito partidista de la corrupción institucionalizada.

Despreciada por los estamentos del poder, la Declaración de Morelia constituye un momento toral en la movilización social organizada de donde surgirían tanto el movimiento estudiantil de 1968 como eso que llamamos moderna izquierda mexicana, hoy tristemente escindida entre la desorganización y la compraventa. Pero antes del anquilosamiento roñoso, ruina de los compromisos sociales y de que algunos de los más activos partícipes de esa izquierda tribal terminaran montando un puestecito en el tianguis político para vender al mejor postor los que alguna vez fueron ideales más o menos puros –deliciosa y combativamente ingenuos en aquellos mágicos años sesenta– había quien creía firmemente que el cambio social que el país necesitaba con urgencia (y sigue necesitando hoy) podía y debía brotar desde abajo al descartar la demagogia y el paternalismo cupulares, y empujar una modernización incluyente y justa de la sociedad mexicana.

Con pavorosa, lúcida similitud con los conflictos de hoy, los estudiantes de hace cincuenta años proclamaban que les afectaban profundamente “las medidas antipopulares, antiestudiantiles y antidemocráticas que el gobierno lleva adelante en materia educativa...”, y se declaraban “en contra de una educación que, en la medida que pasa el tiempo, se sitúa en abierta contradicción con los intereses populares, que trata de inculcar un 'humanismo' que considera 'hombre', al hombre de negocios, al banquero próspero, al gran comerciante y, en fin, a todo aquel que tiene dinero producto de la explotación […] el 'humanismo' que desprecia al obrero, al campesino, que discrimina al indio; el 'humanismo' que pregona el desprecio al trabajo y predica la holganza y el parasitismo, el ascender en la 'jerarquía social'y el 'prestigio', como objetivos vitales de la juventud; el 'humanismo' que enseña a los estudiantes a ser enemigos mortales del hombre, a arruinar al competidor por cualquier medio, a no tener escrúpulos, a ser mezquinos y mercantilistas; el 'humanismo' que con frases trata de encubrir los intereses de los explotadores del trabajo del hombre, los estudiantes lo despreciamos porque sólo son la expresión de una sociedad moribunda, en descomposición, en la cual los que trabajan viven en la miseria y los parásitos son respetados y estimados en las 'altas esferas' y en el mundo oficial…”; y anticipaban la conspiración de los poderes fácticos:  “El conformismo y la pasividad a que nos tratan de conducir, obedecen al interés de que tal estado de cosas persista, a justificar su régimen de explotación y privilegios. Nuestro silencio sería la complicidad. Por eso nos rebelamos contra la situación que priva en el país en el campo de la enseñanza y trataremos de transformarla.”

Hoy como ayer, cincuenta años: hoy como ayer y el país está igual o peor. Y el enemigo más fuerte, inoculado en nuestras venas, metido en nuestras casas, machacando las 24 horas del día su misma propaganda de estercolero medroso. Cincuenta años en que apenas logramos tamizar las formas, simular transiciones de gobierno, aparentar democracia aunque tenga la etiqueta del precio a la vista.

Ayer teníamos la utopía, y ahora solamente nos queda haber aprendido alguna cosa útil de tanto tropezar con la misma decepción año tras año, sexenio tras sexenio, presidente tras presidente; nos queda un sano pesimismo, la rabia elocuente. La vieja rebeldía.

Y quizá un poquito de vergüenza.