Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 26 de mayo de 2013 Num: 951

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El espíritu abierto
de Valery Larbaud

Vilma Fuentes

Ditoria: en el centro
de la edición

Ricardo Venegas entrevista
con Roberto Rébora

Caparrós, memoria
singular de Argentina

Sergio Gómez Montero

Cualidad y horizontes
del adjetivo

Leandro Arellano

Gilbert, Sullivan
y Grossmith,
el humor Victoriano

Ricardo Guzmán Wolffer

El joven Dickens
Graham Greene

Una tempestad
llamada progreso

Hugo José Suárez

La poesía
Aris Diktaios

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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Hugo Gutiérrez Vega

Recordando a Pepe Hierro

Llega a mis manos un libro titulado Los sentidos de la mirada. Se trata de una acertada compilación de textos sobre artes plásticas escritos por el poeta José Hierro, una voz esencial de la literatura en lengua española. El autor de la compilación, que se redondea con una ágil entrevista, es el escritor mexicano Miguel Ángel Muñoz, especialista en temas de arte peninsular y dueño del secreto que le permite entrar a las casas editoras de España y publicar lo que le viene en gana (es, por estas razones, un conquistador de los conquistadores).

Pepe Hierro leía mis poemas y sin misericordia cortaba, tachaba, tasajeaba y, por supuesto, mejoraba. En Madrid, en Soria, en Huelva, en Lisboa, Atenas, Estambul y su Santander natal, le daba la tabarra de que me corrigiera sin piedad. Cada corrección fue para mí una enseñanza (lo mismo puedo decir de mis otros correctores: Alberti, Novo, Monsiváis, José Carlos Becerra e Ignacio Arriola). Recuerdo con precisión la tinta roja con la que me cambió la palabra limpieza por la palabra aseo en mi poema sobre el gato de la ciudad de Mistrás. Fueron muchos y muy enriquecedores los encuentros con Pepe. Me lo presentó Luis Rosales en 1965. Por esos años trabajaba en la radio y llevaba sobre las espaldas el peso terrible de varios años pasados en las cárceles de Franco. Cumplía con su trabajo y, al igual que Rosales, dominaba las artes de la sobrevivencia en un exilio interior que, de vez en cuando, le permitía burlar la estrecha vigilancia de la censura. Sin duda mis lectores recordarán los arduos trabajos pasados por una revista, La Codorniz, para superar momentáneamente las barreras impuestas por la censura. Tal vez el mejor ejemplo de esos brincoteos en la cuerda floja (la revista era clausurada con frecuencia) es la edición de un 12 de octubre (en esa fecha los grupos de la derecha franquista celebraban las viejas hazañas conquistadoras y cantaban las loas al destino imperial de España. Estropeaba tanta pompa guerrera llena de virilidad, la vocecita atiplada del caudillo de España por la gracia de Dios). En la portada aparecía un huevo, un simple huevo con un pie de grabado: El huevo de Colón, y en la contraportada, un huevo similar con la leyenda: “El otro huevo de Colón”. Creo que el gran monero Forges era muy pequeño en esos años, pero más tarde logró captar los aspectos cómicos, ridículos, siniestros y feroces del régimen del espadón rociado del agua bendita de la curia local y de la grilla vaticana.

Tengo en la memoria un verso de un poema que Pepe dedica a su admirado Lope de Vega: “Abre tus ojos verdes, Marta, que quiero oír el mar.” Toda la capacidad de amor de Lope (padre de más de cuatro o tal vez once infantes) se concentra en esos ojos dignos de la veneración más profunda y sincera. En otro poema, Pepe se solidariza con los trabajadores andaluces que temblaban de frío en las ciudades de Alemania, el país conductor de la economía europea. Tiritando bajo una lona, los andaluces piensan en su lejana e injusta tierra: “Josú, qué frío... los andaluces.”

En la compilación hecha por Miguel Ángel, el poeta y el crítico lleno de admiración se unen y es difícil separarlos. Pepe era un pintor repentino y constante. Pienso en una tarde en Estambul (fue la última vez que hablé con él), durante una reunión de poetas en español con poetas en turco (asistieron al aquelarre poetas de países de la turcofonía: Turkmenistán, Kirguizistán, Kazajstán, Arzebaiján...) Tomábamos coñac (mi amigo sostenía que ese líquido perturbador abría los conductos respiratorios). Y Pepe dibujaba en una hoja de papel de estraza unos cardos castellanos. La pintura se formaba con gotas de coñac y flores de distintos colores. Me la regaló y la tengo en mi sala. Los colores florales y etílicos están como recién pintados. Tan vivos y tan hermosos como la poesía, el ensayo y el compromiso espiritual y social del poeta José Hierro.

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