Opinión
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Obreros somos
E

n los muros de la Oficina de Investigación y Difusión del Movimiento Obrero (Oidmo), una asociación civil que creamos hacia 1980 un grupo de compañeros, colocamos el póster editado por La Jornada, con la fotografía de Pedro Valtierra –Obreros somos, era su título– mostrando a unos trabajadores desnudos de las minas de Real del Monte en señal de protesta contra los abusos de la empresa. Nada que no se haya profundizado en nuestros días.

A un año de fundado, nuestro diario se convertía en voz e imagen de aquellos que son, como lo ha dicho Quino por boca de Mafalda, el equivalente de los esclavos de antes. Así como el cristianismo introdujo un principio de igualdad estableciendo que todos eran hijos de Dios, la burguesía hizo lo propio mediante una deidad laica: la ley. Todos hijos de Dios y todos iguales ante la ley. Pero la desigualdad entonces, más tarde y ahora sigue siendo el signo bárbaro de la sociedad.

Oidmo pronto se configuró como un centro polidisciplinario en el ámbito de las ciencias sociales. En esta circunstancia tuvimos la fortuna de coordinar algunos de nuestros trabajos con los que realizaba don Pablo González Casanova, digno rector en otro tiempo de la UNAM y a quien le tocó saber cómo se las gasta el Estado mexicano cuando se trata de desplazar a aquellos que, como él, mantienen un espíritu crítico y justamente de autonomía frente a los métodos policiacos y paraterroristas que lo siguen caracterizando hasta nuestros días.

Nuestro objeto de estudio (la vida y las expresiones de los obreros organizados; de manera inmediata, por razones naturales, los radicados en el área metropolitana de Monterrey) se mantuvo con vigor hasta la primera mitad de los años 80, a pesar de los acosos y maniobras sucias del gobernador Alfonso Martínez Domínguez para debilitarlo.

La iniciativa privada funciona mejor que el partido, comentó entre sorna y reconocimiento Arnoldo Martínez Verdugo, el talentoso y austero dirigente del Partido Comunista Mexicano, en una visita que nos hizo. Poco tiempo después nacía, bajo su dirección, el Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista.

El núcleo irradiador del movimiento obrero en Monterrey lo constituían las secciones del Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros Metalúrgicos y Similares de la República Mexicana. El grupo insignia era el de la sección 67, perteneciente a la Fundidora de Fierro y Acero Monterrey. En 1963, un sector avanzado y con posiciones de izquierda fundó el Centro de Orientación Sindical 5 de Febrero. Sus iniciativas permitieron a los siderúrgicos de esa sección valerse de prácticas democráticas para defender sus derechos y ganar para la organización sindical la autonomía que otro sector vinculado al PRI se empeñaba en mantener subordinada a las decisiones verticales de este partido.

En mayo de 1986 (la víspera del Día de la Madre, para honrar el lema aquel de renovación moral), el gobierno de Miguel de la Madrid cerró sin miramientos ni medidas compensatorias la Fundidora fundada en 1900. Era el principio del desmantelamiento del aparato productivo perteneciente a la nación en manos del Estado, bajo el paraguas ideológico de la modernización globalizadora. Una tragedia que afectó a 10 mil familias y a la que no faltaron numerosos suicidios.

Al conmemorar los 50 años de la fundación del Centro, ahora llamado de Orientación Política, los ex obreros de la Fundidora que lo integran invitaron a varios intelectuales a reflexionar sobre el país que asistió a la muerte de la Fundidora y con ella a la del estado de bienestar, y el que ahora se ve impotente ante su principal consecuencia: la mayor concentración de la riqueza y el más alto número de pobres que ha registrado la historia del país. Entre ellos a tres colaboradores de La Jornada: Bernardo Bátiz, Pedro Miguel y yo. El sector social que se siente identificado con sus páginas de información, opinión y cultura es no sólo la mejor respuesta a los juicios adversos de aquellos que no toleran la crítica y se irritan con la lectura que ese sector busca y disfruta en su edición diaria.

En esa reflexión hay que insistir. La forma en que fue cerrada la Fundidora es el modelo que se aplicó para el cierre de Luz y Fuerza del Centro y el que podría prefigurar la total privatización de Pemex: 1) abandonar todo programa de inversión y reinversión y, al contrario, extraerle recursos de manera irracional a la empresa; b) inhibir la modernización de sus medios productivos; c) vender a particulares los sectores más rentables; d) culpar a los trabajadores de la improductividad reinante y de vicios execrables con la participación de medios e intelectuales abyectos. Al cabo, los adquirentes privados –por lo menos así ocurrió con Aceros Planos, la unidad de la Fundidora que operaba con números negros– enajenarán los bienes correspondientes al capital extranjero.

Los argumentos de la coartada de entonces no han cesado: el Estado no es buen empresario; la inversión privada, sobre todo si es extranjera, es una de las vías del crecimiento; el mercado es el mejor regulador de la economía. Etcétera.

Por fortuna, tampoco han cesado ni las iniciativas críticas, como las de los ex obreros de la Fundidora, ni los medios que, como La jornada, las recogen y les dan difusión.