Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 12 de mayo de 2013 Num: 949

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Don Quijote en Alemania
Ricardo Bada

Un pescado refuta
la extinción

Adolfo Castañón

Dos poemas
Francisco Hernández

Más allá de la música: guerra, droga y naturaleza
Mariana Domínguez

La música: usos y abusos
Alonso Arreola

El poderoso influjo
de la música

Xabier F. Coronado

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Señales en el camino
Marco Antonio Campos
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
José Angel Leyva
Cinexcusas
Luis Tovar


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José Angel Leyva

Ferreira Gullar:
la inmensidad de las pequeñas cosas

Descubrí a Ferreira Gullar no como poeta sino como ensayista; poco tiempo después vendría a México y se revelaría como uno de mis poetas admirados. En algún momento de 1997, cayó en mis manos un ejemplar de La Gaceta del Fondo de Cultura Económica que publicaba un texto titulado: “Arte y dolor”. Lo leí con enorme impaciencia y frustración; no porque su contenido me hubiese desilusionado, sino justamente por lo contrario, era brillante y sencillo. Yo preparaba desde hacía tiempo un trabajo sobre la poesía y el dolor. Cada una de las ideas que yo consideraba originales y difíciles de repetir estaban allí expuestas con solvencia y gracia. Me quedaban pocas premisas para intentar abrir un nuevo camino en el tema, o quizás me falta aún tiempo para entender la lógica del hilo negro.

Alma Velasco nos dio la oportunidad de conocer la poesía de Ferreira cuando tradujo y publicó En el vértigo del día, que le valió un premio a la mejor traducción, en 1995. La presentación fue en Casa del Lago, en Chapultepec, en marzo de 1998. Desde mi primera impresión, la personalidad del poeta rompía con los estereotipos brasileños: seco, parco en su expresión, casi sombrío. Tuve entonces la oportunidad de hacerle una larga entrevista acompañado del codirector de la revista Alforja, publicación que por entonces vivía sus primeros años. En esa proximidad física y dialógica, la imagen de Ferreira adquiría una nueva tonalidad y se presentaba como un hombre de maneras suaves, con una abierta disposición a conversar sobre cualquier tópico, sin afectaciones ni ambages, poseedor de un discurso articulado y preciso. Estaba muy contento por la aparición de su libro en México y su felicidad era más visible aún por la presencia de Claudia Ahimsa, su joven y bella pareja, a quien había conocido poco antes como corresponsal en la Feria de Frankfurt, en la que Brasil era el país invitado y él una de las figuras centrales.

José Ribamar Ferreira, nativo de San Luis de Marañao (1930), optó por convertirse en un poeta concretista en los años cincuenta. Quizás la conciencia de que la poesía nace del lenguaje banal lo condujo muy rápido a romper con el concretismo y a erigir el neoconcretismo, que muy pronto derruiría también con semejantes argumentos. Un poco arriba del suelo (1949) y La lucha corporal (1954), son las obras que testimonian ese paso por la experimentación y la vanguardia.

Alma Velasco nos da la oportunidad de conocer otra vertiente de Ferreira, la de fabulador, al traducir Ciudades inventadas, de reciente aparición bajo el sello de la Universidad Autónoma Metropolitana. La obra refresca la memoria sobre la importancia que tiene el autor no sólo en Brasil sino en cualquier país donde exista un lector suyo. Las construcciones urbanas de este libro responden a la arquitectura lírica de Ferreira, pues sus versos aclaran circunstancias y precisan espacios, geografías, definen los materiales y las herramientas con las que el hombre niega o simula negar su insignificancia, el paso destructor del tiempo. El Ferreira narrador o prosista atiende al Ferreira poeta.

La poética contenida en cada ciudad inventada por Ferreira se halla en la propia mirada que impone el mayor arquitecto de Brasil, Oscar Niemeyer, íntimo amigo del escritor:  “La arquitectura tiene sentido sólo si responde a la funcionalidad, sin olvidar que la belleza es también parte de la función.” Las urbes de Ferreira se mueven en su ciclo de nacimiento-caducidad, pero en su afán literario sólo existen en su desaparición e inexistencia.

Pienso, como lo sostiene Alfredo Fressia, que su poesía no posee un estilo particular, un discurso de impacto, pero sí una voz electrizante que nos hace sentir la intensidad de las cosas simples, el curso de la vida. Así lo constata el Poema sucio y las antologías publicadas en México, En el vértigo del día y Animal transparente. La poesía nos hace visible aquello que desdeñamos o ignoramos, la banalidad de unos plátanos podridos se convierte en un paseo por la muerte.

Ferreira ya no viaja más en avión, pero es capaz de recorrer miles de kilómetros por tierra para ir a una ciudad como Buenos Aires a presentar una reedición del Poema sucio, escrito allí en 1976, y recuperar la memoria del exilio, del origen; las causas del discurso. Qué otra cosa es “Morir en Río de Janeiro” si no la lucidez de quien se ve inmerso en la inmensidad de las pequeñas cosas.