Opinión
Ver día anteriorDomingo 12 de mayo de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Represión contra diálogo
T

odas las llamadas reformas estructurales tienen una característica común: nunca son fruto del diálogo y la negociación entre los diferentes sectores de la sociedad involucrados en las mismas. Siempre hay un entendimiento con algún sector o con determinadas personas, pero todas ellas son determinaciones vertical y autoritariamente tomadas.

Peña Nieto se reunió durante su campaña electoral con la cúpula empresarial y acordó varias de esas reformas, pero ahora en el gobierno, él solo decide qué propuestas hace, el modo en que las hace y muchas veces sin dejar en claro qué fines se propone. Se trata de un reformismo elitista y excluyente del diálogo y la negociación.

Eso puede verse con toda claridad cuando se trata de la llamada reforma educativa, que de reforma tiene poco y de educativa nada. Puede decirse que no ha habido reforma de todas las que se han propuesto que no necesitara como ésta del consenso y de la participación de todos los sectores de la sociedad.

Había un grupo empresarial que la había tomado en contra de la dirigencia sindical corrupta y existían todos los sectores directamente involucrados en el fenómeno educativo, como los alumnos, los padres de familia, las comunidades rurales y de barrio, las mismas autoridades educativas con su inmensa y pesada burocracia, y la Iglesia, que sostiene sus demandas, pero hay que reiterar que no hay sector de la sociedad al que no le interese la educación en México y que tiene algo que decir siempre.

Pues resulta que ni siquiera los mayormente involucrados en el problema fueron tomados en cuenta al momento de elaborar el proyecto. De todos ellos, quienes mejor pueden atestiguarlo son los propios maestros y, de hecho, por esas razones se están manifestando actualmente. A ninguno de ellos ni a sus organizaciones se les pidió opinión. El encarcelamiento de la Gordillo, se ha visto ya hasta la saciedad, tuvo mucho de venganza personal, pero nada que se refiriera a las necesidades del sistema educativo.

El Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), descabezado de su dirección mafiosa y tradicional, nada tuvo que decir al respecto y encajó la reforma como un mal necesario. Sus afiliados están amordazados e incapacitados para obrar en ningún sentido, y sus inconformidades, que las tuvieron por cierto, no pasaron de ser simples remilgos acallados por sus propios dirigentes.

Han sido los cientos de miles de maestros integrados en la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) los que han ocupado el lugar que debería desempeñar el SNTE, protestando contra una reforma en cuya elaboración no se les tomó en cuenta, a pesar de ser los más directamente involucrados, ni se les pidió opinión alguna y, encima de todo, atenta contra su estabilidad en el empleo y su trabajo como docentes.

La reforma, para decirlo en corto, es una embestida contra el sistema clientelar y mafioso que el SNTE impuso desde la mismísima Secretaría de Educación Pública (SEP). Los puestos de trabajo, e incluso muchísimos de los puestos directivos del sistema educativo, ya no serán impuestos por los líderes sindicales, sino que se someterán a una continua evaluación para la admisión y la promoción en el trabajo. Eso aparentemente está muy bien, pero resulta que no es sino un arma de desmantelamiento sindical.

En realidad, no sólo toca a los corruptos del SNTE. Se da el caso de que es una embestida contra todos los trabajadores de la educación, más de un millón 200 mil. Muchos merolicos que se hacen pasar por expertos en cuestiones educativas, las más de la veces sin haber ejercido plenamente la profesión docente, tienden a demeritar el movimiento de autodefensa de los trabajadores alegando las que, según ellos, son las reglas y las normas técnicas de la educación y de las cuales, según también ellos, los maestros de educación básica son unos ignaros.

Yo hablo como un docente reconocido por mi trayectoria, que ha formado, literalmente, a miles de estudiantes en los más de 50 años que llevo de ejercer la docencia. Muchos de esos críticos de los maestros fueron mis alumnos. Yo no les enseñé ociosidades como aquellas de aprender a aprender o aprender a ser.

Les enseñé a pensar, a leer un libro, a subrayarlo y hacer ficheros; a escribir, no pidiéndoles trabajos escritos que luego no leía, sino leyendo con ellos los que acordaba con ellos mismos que hicieran. Ahora mis alumnos forman una legión entre los más destacados en todas las áreas del conocimiento social. Sé, por lo mismo, por qué y con qué hablo.

Nuestros maestros de enseñanza básica son lo que hemos hecho de ellos a nivel nacional. Muchos, es verdad, apenas saben las primeras letras, y aunque es un crimen poner a un ignorante a enseñar a nuestros niños, es mucho más criminal privarlos de uno que les enseñe, aunque sea un analfabeto. Nuestros maestros rurales de los años 20 y 30 apenas sabían leer, pero sacaron de la barbarie a millones de mexicanos del campo y le dieron un sostén intelectual y moral a la reforma agraria.

Los maestros en revuelta quieren decidir su destino y no quieren seguir siendo carne de cañón de mafias sindicales amamantadas por el gobierno, de los explotadores del pueblo ni de gobiernos corruptos que no los toman en cuenta.

El pasado 6 de mayo presentaron a las autoridades de la SEP un documento de análisis en el cual desnudan los verdaderos motivos de la reforma peñanietista y hacen sus propuestas para una auténtica reforma de la educación básica nacional, así como su demanda de que esa reforma se lleve a cabo con ellos, con los padres de familia y sus niños, y con las comunidades rurales y urbanas a las que debe servir la educación. Luis Hernández Navarro reseñó ese documento en su artículo del pasado 7 de mayo. Ese documento ni siquiera les fue recibido.

Los maestros de Guerrero también hicieron sus propuestas e iniciativas en el momento en que se estaba legislando para adecuar la ley local a la reforma nacional. Los diputados guerrerenses, incluidos en primer término los perredistas, por decirlo francamente, se limpiaron el trasero con ellas y olímpicamente les dijeron, sencillamente, que no había lugar. Algunos se atrevieron a descalificar las propuestas por notoriamente insuficientes y elementales.

Que las propuestas de los maestros sean limitadas no autoriza a nadie a descalificarlas sólo porque ellos las hacen. No sólo las legislaturas locales deben tomarlas muy en cuenta, también el mismo Congreso federal para hacer una necesaria revisión de esta reforma. Sobre todo, si se toma en cuenta que va a crear muchos más problemas, como lo estamos viendo, de los que pretende resolver.