Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 14 de abril de 2013 Num: 945

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Paco Ignacio Taibo II,
el desmitificador

Marco Antonio Campos

Cartas de amor en venta
Vilma Fuentes

Tres poetas

Las cuatro vidas de
Enzo Battisti

Fabrizio Lorusso entrevista
con Cesare Battisti

Alas y raíces en Palermo:
una cultura comunitaria

Carmen Parra entrevista con Leoluca Orlando, alcalde de Palermo

ELOÍSA Y SU Príncipe:
un premio para los
libros de cartón

Esther Andradi

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Perfiles
Febronio Zataraín
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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Jorge Moch
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Periodismo es trinchera
(y una que otra porquería)

¿Por qué no aprendemos los mexicanos?, ¿por qué gana el vértigo cuando nos trepan a un ladrillo? Cuánto se ha dicho en este país sobre el mareo del poder, sobre la soberbia sexenal, esa arrogancia que hace olvidar el calendario, que el poder no dura para siempre, que la sociedad, los medios, las instituciones siempre van a sobrevivir al politicastro quien, sin embargo, en ese breve espacio de meses o años que tiene poder se olvida de la propia fragilidad, de que la vida da de vueltas, de que a veces son hasta los hijos o los nietos los que acaban pagando las propias chingaderas. Cuánto se ha dicho, pero tan poco que se escucha y mucho menos se aprende acerca de que en este país la relación entre medios, prensa y poder es tragicómica, peripatética, violentamente risible. Con poco de humor y mucho de mueca. El presidente, el gobernador, el munícipe, el senador, el magistrado, el diputado, el delegado, el síndico, el Ministerio Público, el comisario ejidal, el policía ministerial, el agente de tránsito creen que con eso, con su nombramiento y su “charola”, son dueños de un feudo en lugar de deudores sociales. Pero no son más que los engranes, unos gordos, otros infinitesimales, de una maquinaria creada para alimentarse a sí misma, desviada de su propósito original de servicio público. Se fomenta la carrera del poder para asegurar negocio y engordar bolsillo, asegurar patrimonio, romperle la crisma al adversario, poner en su lugar al enemigo y creerse invencible, imbatible, omnipoderoso… hasta que llega la realidad cabrona con el nombramiento de otro, o se exhibe y desglosa robo y podredumbre, o sencillamente se muere porque no hay mal que dure cien años y a veces se pisan indebidos callos.


Ilustración de Juan Gabriel Puga

En esa trayectoria enfermiza y viciada transitamos los medios. La mayoría asfaltando esos pasos de puerco, mimando al poderoso, arropándolo, sirviéndole de vocería, porque muchos medios hace muchos años que olvidaron los compromisos del oficio de informar y de la obligación social de la denuncia, y en cambio encontraron en la cortesanía una fuente inagotable de ingreso, y el dinero a raudales y los buenos contactos se convierten en la pepita negra de una carrera que un día fue –o debió ser– otra cosa. Y se prestan entonces a actos de servilismo vergonzante, como brindar una presunta asociación de periodistas, a nombre de otros que ni siquiera conocen, un premio a un político arbitrario como el gobernador de Veracruz, Javier Duarte de Ochoa, en cuya administración estatal se ha asesinado, desaparecido, agredido, perseguido y amenazado proporcionalmente a más comunicadores que en ningún otro rincón de la República, y que ese premio sea “por brindar protección”, precisamente a un gremio tan vapuleado en su estado es una bofetada a los periodistas asesinados, exiliados, amedrentados; un insulto a la memoria de los muertos y una enorme falta de respeto a la sociedad. Y cuando los medios –y la ciudadanía– resultan incómodos, allí está la interpretación discrecional de la ley, la sumisión de los poderes fácticos y el empleo de diversos órdenes de gobierno como herramientas de represión de un régimen que, en realidad, está construido con hombrecitos mediocres, débiles morales, verdaderamente cobardes en solitario pero que se abrazan entre sí, se coluden, obedecen, lacayescos, aunque la orden sea cometer una vileza, como la detención de un periodista que, al denunciar corruptelas, se gana la persecución por “difamar” a un pillo encumbrado. Allí el caso del director del periódico digital e-consulta Tlaxcala Martín Ruiz, detenido porque el contenido de sus columnas incomodó al gobernador de ese estado, Mariano González Zarur, y porque su hermano, en la vecina Puebla, es también incómodo al gobernador Rafael Moreno Valle. Allí el caso de hostigamientos y persecuciones a periodistas en el Nayarit que desgobierna Roberto Sandoval Castañeda. Allí el desolado panorama del periodismo en Tamaulipas, Durango, San Luis Potosí, Coahuila o Nuevo León, vastos territorios en manos del crimen y la corrupción asegurados desde el poder político de sus presuntos gobernadores y sus compinches federales.

Bien dice el periodista Jesús Reyes Maloof que “perseguir presuntos excesos de libertad de expresión, mediante el derecho penal, contraviene estándares internacionales de derechos humanos”. Malo que, según el acontecer diario, esas palabras, como la ley o la decencia, hace mucho que se las llevó el viento, roídas por la carcoma de la estupidez y la indolencia. Premiadas.