Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 14 de abril de 2013 Num: 945

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Paco Ignacio Taibo II,
el desmitificador

Marco Antonio Campos

Cartas de amor en venta
Vilma Fuentes

Tres poetas

Las cuatro vidas de
Enzo Battisti

Fabrizio Lorusso entrevista
con Cesare Battisti

Alas y raíces en Palermo:
una cultura comunitaria

Carmen Parra entrevista con Leoluca Orlando, alcalde de Palermo

ELOÍSA Y SU Príncipe:
un premio para los
libros de cartón

Esther Andradi

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Perfiles
Febronio Zataraín
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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Francisco Torres Córdova
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A pie de puerta

Cuatro muros de adobe o piedra, un techo de paja, madera o teja, una puerta, una o dos ventanas y un frágil resplandor que se mece de noche en sus adentros, bastan para darle al horizonte proporción y perspectiva, y una pausa de calor a la rígida y árida intemperie. Desde el trazo más sencillo hasta el más sofisticado y elocuente que se asienta en la infinita variedad de los suelos del planeta, la casa sigue siendo un acto a la vez primitivo y cotidiano, un continuo enlace del espacio con el cuerpo: es el vientre que sigue afuera al vientre primero; el inicio de una infancia en los ecos y escondrijos que atesora, lo que habrá de ser memoria y herencia en el futuro, y en las suaves fibras de su  tibia y rumorosa soledad, la primera conciencia instintiva de la muerte. Su inherente vocación de arraigo, que es lo que la nombra y la sustenta, es consanguínea del árbol, el nido, la madriguera y la colmena, y así inaugura en el mundo una señal a escala humana, un lindero de arcilla y luz ante la fría vastedad del universo. En el vértigo de las distancias que la cruzan, su espacio se levanta a fuerza y paciencia de las manos, para el amparo de una especie, para su reposo y sueño. Y precisamente por eso, los senderos y caminos que la fundan y la encuentran siempre adquieren por su gracia a pie de puerta los sentidos esenciales de su rosa de los vientos: de la casa parten y a la casa llegan. Así, al viaje le da el impulso y la visión precisa y delirante de los mapas, y a los mapas el anhelo y la sed de una incesante geografía, que es el pulso y testimonio de las múltiples distancias que somos y no vemos. Sin la idea primigenia de la casa –una isla, un territorio, un reino, que es decir apenas un color, un sabor o un aroma– Homero tal vez no habría concebido la Odisea, y la nostalgia –dolor del regreso– que tantos nombres ha forjado, roto y revelado, no sería ni siquiera una palabra. “La casa en la vida del hombre suplanta contingencias, multiplica sus consejos de continuidad. Sin ella, el hombre sería un ser disperso. Lo sostiene a través de las tormentas del cielo y de las tormentas de la vida. Es cuerpo y alma. Es el primer mundo del ser humano”, nos dice Gastón Bachelard (La poética del espacio). Sólo así, por sus suavidades y rigores esenciales, y por la callada inteligencia de sus ámbitos secretos, crece y se delinea una identidad sin concesiones como ésta:  “Llevo dentro de mí la rancia soberbia de aquella casa de altos de mi pueblo […] que se conserva deshabitada y cerrada desde tiempo inmemorial y que guarda su arreglo interior como lo tenía en el momento de fallecer el ama. No se ha tocado ni una silla, ni un candelabro, ni la imagen de ningún santo. La cama en que expiró la antigua señora se halla deshecha aún. Yo soy como esa casa. Pero he abierto una de mis ventanas para que entre por ella el caudal hirviente del sol. Y la lumbre sensual quema mi desamparo, y la sonrisa cálida del astro incendia las sábanas mortuorias, y el rayo fiel calienta la intimidad de mi ruina” (“Fresnos y álamos”, Ramón López Velarde.)