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La casa de las bombas y los cronistas
L

a historia de la ciudad de México ha estado siempre ligada al agua. No olvidemos que nació en unos islotes entre cinco lagos. A partir de la Conquista comenzó la batalla contra el agua, desecando las acequias que la cruzaban e iniciando obras para sacar el agua de la cuenca; finalmente en el siglo XX la deplorable hazaña se logró. Paralelamente comenzamos a traer el líquido vital de otros lugares.

Uno de ellos fueron los manantiales de Xochimilco, entonces población lacustre muy retirada de la cosmopolita ciudad de México, que hoy llamamos Centro Histórico. Fue en los inicios del siglo XX cuando Porfirio Díaz ordenó hacer las obras necesarias para surtir a la zona central de la urbe, que a mediados de la centuria anterior había iniciado un acelerado crecimiento. El acueducto proveniente de Xochimilco habría de desembocar cerca de una zona de reciente creación: la colonia Roma. Para recibir los caudales, en 1907 el ingeniero Alberto J. Pani diseñó la Casa de las Bombas, que se ubicó donde años más tarde se desarrolló la colonia Hipódromo-Condesa.

Como se acostumbraba en esa época es una bella construcción ecléctica con toque afrancesado. El edificio es en piedra color arena, artísticamente labrada; la fachada consiste en una media bóveda cóncava exterior, con ventanales de ambos lados. Esta decorada con motivos acuáticos, entre ellos, tortugas, serpientes, caracoles y tritones; al centro de la bóveda se colocó una estatua de Neptuno.

Se le conoció como La Casa de las Bombas de la Condesa y dejó de funcionar en 1940; en 1975 se desmontó pieza por pieza y se trasladó al Bosque de Tlalpan. Ahí estuvo resguardada mucho tiempo, hasta 1986 en que se decidió reconstruirla en ese lugar para que fuese la Casa de la Cultura de Tlalpan. Sólo se aprovechó la fachada del edificio original, pero se le encargó al arquitecto Pedro Ramírez Vázquez que diseñara un proyecto que la adaptara para ese uso. Con gran talento, utilizando la misma piedra, diseñó un edificio moderno que se integra con gran armonía con el ecléctico de principios del siglo XX.

En el interior, las modernas instalaciones del edificio son funcionales en su totalidad. Hay una galería, un foro, un amplío vestíbulo, aulas y espacios diversos, en los que se imparten talleres de una amplia gama de actividades artísticas como danza, música y literatura. El recinto es sede de la Orquesta Juvenil de Tlalpan.

En este grato sitio, la joven delegada Maricela Contreras Julián, presidió la instalación del Consejo de Cronistas de Tlalpan. En 2002 se creó un Consejo de Cronistas de la misma demarcación como una asociación civil, que presidía Salvador Padilla, quien ahora se integra en esta nueva etapa, que con el apoyo del gobierno delegacional seguramente dará ricos frutos.

La delegada mencionó que el propósito es ampliar los derechos ciudadanos, entre ellos, los culturales y de expresión y fomentar la participación ciudadana: busca la inclusión de los creadores e intérpretes de la delegación para la publicación y difusión de sus actividades e ideas.

En la organización del consejo tiene un papel relevante la cronista de Topilejo Beatriz Velázquez, por cierto, autora de un interesante libro sobre el rebozo. Le deseamos larga y fructífera vida a este Consejo de Cronistas y los invitamos a celebrar con una sabrosa comida.

El sitio elegido fue la Antigua Hacienda de Tlalpan situada en calzada de Tlalpan 4619. El lugar es muy bello, ya que la construcción del siglo XVIII está rodeada de jardines, por los que pasean pavos reales, tiene un estanque con patos y hay multitud de flores. Ofrece comida mexicana, entre otros, chiles en nogada, que tiene todo el año. Entre sus especialides destaca la Sopa Negra, de huitlacoche y flor de calabaza. De plato fuerte hay steak de salmón con salsa de chabacano o la carne asada a la tlalpeña. Su variedad de postres y pasteles es enorme; mi favorito: la tarta de mamey.