Vienen por todo

Las dichosas reformas —estructurales y se aguantan, pollos pelones—, cantadísimas por empresarios, legisladores y funcionarios, significan para el pueblo mexicano, para los de abajo, con dedicatoria especial a las comunidades indígenas, una sola y misma cosa: despojo. Un cambio radical en sus vidas, fuera del control de las gentes que, eso, pierden el control sobre su espacio físico y sensorial, sus cementerios, sembradíos, caseríos, riberas, lomas, costas, calles, bosques, sitios sagrados. Y por ende perderán cualquier posibilidad legal y consetudinaria de gobernarse, cuidar de su sustento y su cultura, incluyendo sus lenguas y memorias colectivas ligadas íntimamente a las tierras y aguas donde habitan, los aires que respiran.

De todo lo cual son guardianes y depositarios, y de donde la reconversión capitalista global hace todo y de todo para expulsarlos a cambio de alguna maldición: sea el ¿mucho? dinero, sea el poco o ninguno. Sean el exilio, la explotación laboral, la enajenación, la exclusión en las decisiones territoriales, educativas, de salud. O bien sea la muerte de sus identidades propias, que nunca les impidieron ser mexicanos. Hoy, los amos de México Inc. están empeñados en que dejen de ser lo que son. Sea lo que sea.

¿Pluriculturalismo? ¿Multilingüismo? ¿Matriz civilizatoria distinta? Pregúntenle a cualquier banquero, juez, alto burócrata, contratista, inversionista, si esos conceptos les dicen algo, la neta. Nada significan para ellos aunque patrocinen museos de artesanía y limosnas a nivel ventanilla, que no se hagan. Esto les permite pasarse por donde pueden la letra constitucional que ampara determinados derechos, conquistados con mucho esfuerzo por ese pueblo mexicano cuyos hijos y nietos, según los cálculos, van para fuera. Igual con los tratados internacionales, y apurándose, los derechos universales que en un mundo menos hipócrita y más justo serían inalienables: la autodeterminación, la consulta, la soberanía alimentaria y territorial.

¿Qué diferencia la progresiva destrucción de Palestina por invasión programada de colonos israelíes frecuentemente llegados de Rusia y anexas, de los torvos avances del capitalismo en su nueva fase priísta sobre las preciosas y fértiles tierras del lecho lacustre de Texcoco? ¿Que antes de los buldózer mandaron los cheques, calculando que podrían con la resistencia de los campesinos atenquenses? Habría que mencionar los cientos de historias en todo el país de despojo, robo, emaciación de suelos, cultivos, agua y viento con la complicidad entusiasta de todos los gobiernos. De Sonora a Chiapas. De Veracruz a Michoacán y Jalisco, Nayarit, Oaxaca, Guerrero, la península de Yucatán, el Istmo de Tehuantepec, el mar de California. O Chihuahua, Estado de México, Morelos, Puebla, San Luis Potosí y que no le digan, que no le cuenten… también la ciudad de la esperanza y las bicicletas. Ni la burla perdonan. Vaya y pregunte nomás en Tláhuac o Xochimilco.

¿Rubros? Minería, autopistas, almacenes de autoservicio, hoteles, hidroeléctricas, campos de golf, cárceles, monocultivos de kilómetros, ciudades “futuras” y “rurales”, perforaciones petroleras, torres eólicas en la proporción más voraz y masiva del planeta, aeropuertos, basureros… Usté dirá, patroncito.

¿Ustédirá? Los hijos de Zapata no han dicho la última palabra.