Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 7 de abril de 2013 Num: 944

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Cuatro décadas sin Alejandra Pizarnik
Gerardo Bustamante Bermúdez

La pintura de Manuel González Serrano,
el Hechicero

Argelia Castillo

Pensar cambia el mundo
Esther Andradi entrevista
con Margarethe von Trotta

Gorostiza: una voz
en medio de la ruina
y los discursos

Hugo Gutiérrez Vega

Erri de Luca: paraísos,
vida y mariposas

Ricardo Guzmán Wolffer

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Columnas:
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Enrique López Aguilar
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Irak, los primeros diez años de una guerra sin fin

Misión cumplida

Ha pasado una década desde que Estados Unidos lanzó los primeros misiles de su campaña Shock and Awe (estremecer y horrorizar), un título más apropiado para un disco de heavy metal que para una cruzada militar-corporativa, fundada en argumentos espurios y en propaganda. Hoy únicamente los fanáticos y Dick Cheney pueden defender a la administración Bush junior por haber emprendido una guerra devastadora e inútil. Pero tratemos de ser justos y hagamos una revisión de lo sucedido: Saddam Hussein, un déspota megalomaníaco con tendencias psicópatas y sus hijos, dignos herederos de un régimen dictatorial, fueron eliminados. El ejército, los servicios de seguridad interna y el partido Baath fueron destruidos. Si el objetivo de la guerra era ése, entonces podemos decir, a coro con Bush y sus huestes: misión cumplida. El sacrificio de 4 mil 500 soldados estadunidenses que perdieron la vida y de 30 mil que quedaron incapacitados, así como el billón de dólares gastados, valieron la pena. Asimismo, los iraquíes deben sentirse agradecidos, ya que apenas perdieron 122 mil 320, o un millón 455 mil 590, compatriotas (dependiendo de si uno cree en las cifras oficiales o en la estimación de justforeignpolicy.org) como daño colateral de la operación que los hizo libres.

Edipo guerrero

La Guerra contra el terror fue una ambiciosa estrategia para reconfigurar el mundo siguiendo la ilusión neoconservadora de eliminar a los regímenes hostiles a las políticas monopolistas de mercado estadunidense. Hussein mantenía un férreo control centralizado de la economía y el petróleo. Sin embargo, con ciertos ajustes y maquillaje que le hubieran permitido no aparecer como un vendepatrias y conservar sus privilegios y palacios, hubiera felizmente accedido a integrarse al nuevo orden mundial, pues lo había hecho antes sin titubear. Pero el presidente Bush junior tenía un conflicto psicológico que no podía ignorar: derrotar a Hussein le serviría para demostrar a su papá que era todo un hombre. Y para hacerlo contó con la complicidad de Cheney, Rumsfeld, Rice, Wolfowitz y Feith, quienes con su delirio de transformar al mundo aprovecharon el complejo de Edipo de Bush junior para llevar a cabo sus planes. Cuando la estatua de Hussein fue derribada, lo que George junior vio no fue el monumento del dictador en el suelo, sino a su propio padre, a quien ejecutaba en la efigie.

Costos y consecuencias

El pretexto de la guerra era eliminar la amenaza del arsenal químico, biológico y nuclear de Saddam, el cual, como bien sabemos, no existía. La información estaba disponible. Bush y sus neocones no actuaron de manera irresponsable y torpe, como quieren hacernos creer los revisionistas, sino que se dedicaron a falsificar evidencias, inventar testigos, sobornar funcionarios e ignorar o silenciar a sus críticos. Aseguraron que la guerra la pagarían los iraquíes con la venta de petróleo, supusieron que la guerra no duraría más de nueve meses y que el mundo, en particular Medio Oriente, sería un lugar más seguro debido a sus acciones. En todo se equivocaron. Hussein era un líder nefasto y un genocida en potencia de primer orden, pero la guerra no sólo costó muchas más vidas de las que él destruyó en toda su carrera como tirano, sino que desgarró el tejido social, dividió aún más a las diferentes sectas y grupos religiosos y étnicos, y destruyó la infraestructura de la nación, dejando en las ruinas las semillas de un nuevo régimen fundamentalista igualmente autoritario que el anterior.

Y el ganador es…

Dos países ganaron la guerra: Irán y China. Irán encontró en el gobierno chiíta de Al Maliki a un extraordinario aliado que en tiempos difíciles de acoso y amenazas estadunidenses puede representar su salvación. Es muy revelador que en el décimo aniversario del inicio de la guerra, el flamante secretario de Estado, John Kerry, viajó sorpresivamente a Irak, pero no a felicitar al primer ministro, sino a amenazarlo con que habría graves consecuencias si no ponía un alto al tráfico aéreo entre Irán y Siria sobre su territorio, supuestamente la principal ruta de suministros del régimen de Bashar el Assad. China, por su lado, se manifestó siempre en contra de la guerra, acusó en numerosas ocasiones a eu por su intervención y sus abusos a los derechos humanos. Mientras eu dilapidaba recursos y enfurecía a la humanidad, China se dedicó a comprar bienes, vender servicios y, sobre todo, a crecer y expandir su influencia.

Happy anniversary, Irak!

El 20 de marzo pasado la mayoría de los iraquíes trataron de olvidar ese aniversario. En cambio, los jihadistas lo celebraron con poderosas explosiones que costaron más de cincuenta vidas en Bagdad. En los últimos meses, la crisis política y sectaria en Irak se ha intensificado, llevando a un nuevo nivel de caos y desolación una situación de por sí inestable. ¡Feliz aniversario!