Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 7 de abril de 2013 Num: 944

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Cuatro décadas sin Alejandra Pizarnik
Gerardo Bustamante Bermúdez

La pintura de Manuel González Serrano,
el Hechicero

Argelia Castillo

Pensar cambia el mundo
Esther Andradi entrevista
con Margarethe von Trotta

Gorostiza: una voz
en medio de la ruina
y los discursos

Hugo Gutiérrez Vega

Erri de Luca: paraísos,
vida y mariposas

Ricardo Guzmán Wolffer

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Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


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Jorge Moch
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Twitter: @JorgeMoch

Lo trivial que todo inunda

Da coraje. Contrato desde hace años televisión de paga para no tener que ver las porquerías de la televisión abierta y de todos modos los canales se han ido anegando de publicidad de productos que no necesito. Peor:  “publicidad exclusiva para la Argentina”, dicen, y lo confirma el cantadito de la locutora que, ¿vihte?, insiste en que mi piel necesita humectarse. Anuncios todo el tiempo, empujándome al extrarradio televisivo y buscar espacios sin anuncios. Los hay, por ahora, en los canales de alta definición, supongo que debido a que los costos de la filmación en formatos HD, comparados al resto de la televisión que de todos modos se filma en formato digital, la vuelven incosteable para los anunciantes. Pero fuera de allí, todo es publicidad del mercachifle y propaganda del papanatas gobierno en turno. Lavacocos.

Pero el problema ya ni siquiera son los anuncios, sino los contenidos de los programas, ese otro motivo simplón por el que uno prefiere pagar un dineral al mes y tener una televisión más o menos decente (cosa, para decirlo con un calambur llenecito de pareidolia, dirían don Héctor Abad y su querido Klaus Ziegler, deontológicamente imposible pero deseable, aunque de lo más subjetiva) que no pagar nada y estar, literalmente, tragando mierda. Antes era cosa fácil: para no tener que ver telenovelas o el ineludible y soporífero partido de futbol llanero con locutor exaltado incluido, contrataba uno cable, antenita o parabólica. A lo mejor no se entendía nada sin doblaje o subtítulos, pero no tenía uno que zamparse a la fuerza la dominical, intragable película en tecnicolor del Cantinflas de los años sesenta o tener que aguantar al mediodía a un atorrante como Paco Stanley.

Hoy, tener televisión de paga apenas permite ese tan sano y anhelado aislamiento de la barra programática á la Televisa o TV Azteca: la televisión, honrosísimas excepciones aparte, se ha uniformado de porquería. Y no es –o no solamente– que uno como televidente y ante lo evidente se fue volviendo malinchista irredento; canales que tradicionalmente rescataban un poco a la televisión del cliché de caja idiota como Nat Geo, de la National Geographic Society, o Discovery Channel, por años invictos campeones de la televisión documental y nutricia hoy están convertidos en otra suma a las infinitas restas, para ponerlo en términos de Sergio Pitol, que al final arrojan borra y tontería en la pantalla: falsos reality shows que van de cazar cámara en mano monstruos míticos, fantasmas o extraterrestres, a las aventuras insípidas de –todos estos desde luego campeadores del común estadunidense anglosajón, protestante, clasemediero retacado del típico complejo de superioridad patriotera (yueseinomberguán) y abundantes prejuicios religiosos, raciales, etcétera– leñadores, camioneros y sí, increíble, esos señores que trabajan en las carreteras de su país quitando piedras o paleando la nieve que las opila. Bueno, con decir que hay programas que hacen seguimiento de los incuestionables prodigios sociales que supone trabajar despachando salchichas con pan en un puestillo más o menos famoso en las calles de Nueva York. Carajo. Se multiplican los mockumentaries, falsos documentales que siguen la rutina de policías de la odiosa migra, por ejemplo, pero que nunca miran el mundo desde los ojos del migrante perseguido. ¿Qué sigue?, ¿un reality con soldados gringos que matan niños en Pakistán? El poco material seriamente documental que existe sobre, digamos, Guantánamo y sus pavorosos abusos no es, desde luego, estadunidense.

Todavía quedan algunos canales tradicionalmente serios, aunque ya la estupidez avanza como un moho mediático. La inglesa BBC mantiene en barra programas de una factura documental y fotográfica impecables. Pero también abrió sus foros a programas, por ejemplo, de concurso en baile que a los misántropos sedentarios nos provocan náusea.

Cuando uno de los grandes acontecimientos de la televisión mundial es una paparrucha autocomplaciente y facilona como American Idol –que a su vez se bifurca en otras versiones de la misma mugre– es cuando podemos decir que la televisión está en una incómoda y difícil encrucijada creativa.

Cuando lo novedoso, regresando al origen, en la televisión mexicana es una mamarrachada intragable como Stand Parados, uno quisiera ser el norcoreano delfín Kim Jung-Un, y tener a mano el botoncito de otra clase de control remoto… Pero gracias a la industria, ya regresó Game of Thrones y De Galicia para el mundo sigue al aire.