Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 7 de abril de 2013 Num: 944

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Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Cuatro décadas sin Alejandra Pizarnik
Gerardo Bustamante Bermúdez

La pintura de Manuel González Serrano,
el Hechicero

Argelia Castillo

Pensar cambia el mundo
Esther Andradi entrevista
con Margarethe von Trotta

Gorostiza: una voz
en medio de la ruina
y los discursos

Hugo Gutiérrez Vega

Erri de Luca: paraísos,
vida y mariposas

Ricardo Guzmán Wolffer

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Pensar cambia el mundo

entrevista con Margarethe von Trotta

Esther Andradi

Berlín, 30 de enero. En un día probablemente tan frío y gris y húmedo como éste, las élites alemanas ungiéron como canciller a Adolf Hitler. Y hoy, a ochenta años de aquello que desencadenó un genocidio contra la humanidad, se proyecta en la Academia de Bellas Artes de Berlín el nuevo filme de la realizadora Margarethe von Trotta: Hannah Arendt. Un retrato de esta pensadora judeoalemana nacida en Hannover en1906, apresada por la Gestapo en 1933 en Berlín, de donde escapa milagrosamente, retenida luego en un campo de refugiados en Francia, y que en 1941 logra emigrar a Estados Unidos junto a su marido y su madre. Diez años después obtiene la nacionalidad estadunidense, trabaja como docente y periodista hasta 1960, cuando es nombrada profesora. En 1961, y a raíz del juicio en Israel contra el criminal nazi Adolf Eichmann, Hannah Arendt es enviada como observadora a Jerusalén por The New Yorker. La película se centra en ese período, en la gestación de los cinco artículos que la Arendt escribió sobre este proceso, en la conmoción que provoca la filósofa, defendiendo la necesidad de pensar rigurosamente, por encima de ideologías y políticas. Su pensamiento cambió el mundo, es el subtítulo de la cinta. Y con razón. Eichmann en Jerusalén. Informe sobre la banalidad del mal, el libro de Arendt que reúne su experiencia de aquellos días, publicado en 1963, sacudió a Occidente. La película de Margarethe von Trotta demuestra que las ondas sísmicas de esa conmoción gozan de acuciante actualidad. Margarethe von Trotta (Berlín, 1942) tiene la serenidad de la madurez pero en sus ojos brilla la chispa de una adolescente. Vital, conversadora y curiosa, su mirada atenta y lúcida no se pierde detalle. Esta realizadora, con más de veinte películas en su trayectoria, consagrada internacionalmente con numerosos premios y hasta una nominación al Oscar, cuenta que recién obtuvo la nacionalidad alemana gracias a su primer matrimonio. Apátrida, igual que Hannah Arendt, la heroína de su nueva película, aunque, afirma, “no puedo compararme con Arendt: yo no tenía motivos políticos.” Su madre, una noble de origen alemán nacida en Moscú y privada de su nacionalidad por la revolución soviética, la crió en la generosidad y tolerancia. Y como madre soltera que era, además de darle el apellido, la marcó con la impronta de la diferencia y la lucha. Von Trotta, icono de la realización cinematográfica alemana y europea, irrumpió con su mirada de mujer en el cine alemán de los setenta para quedarse, con películas como Las hermanas alemanas (1981), La promesa (1984), Rosa Luxemburgo (1986). Ahora sube la apuesta con Hannah Arendt, su reciente película.

–Hacer un filme sobre una filósofa en estos tiempos, más que un acto de valentía es una osadía. ¿Cómo se originó esta idea?

–Necesité diez años para hacerla, con eso le digo todo. Nadie quería darnos dinero para algo semejante. Y a decir verdad no fui yo la de la idea, sino un amigo, redactor de televisión, que durante años me ayudó muchísimo con coproducciones: con Rosa Luxemburgo, con La promesa, y cuando terminamos, La calle de las rosas [de 2003, basada en la rebelión de las mujeres judías para salvar a sus hombres en 1943 en Berlín], él me dijo: ahora me gustaría que hicieras un filme sobre Hannah Arendt. ¿Te volviste loco? Le dije. ¿Cómo puedo hacer semejante cosa? Eso supera mis posibilidades...

–¿Qué relación tenía hasta ese momento con Hannah Arendt? ¿Era una heroína para usted?

–Para filmar La calle de la rosas investigué todo lo posible sobre la historia judía a través de los años, las persecuciones, el Holocausto... Lloré días seguidos... Ahí me encontré con Hannah Arendt y su libro Eichmann en Jerusalén, pero yo la conocía poco. Como toda la izquierda en Alemania, no estaba muy entusiasmada con ella, porque ya en los años cincuenta Arendt había definido el nacionalsocialismo y el estalinismo como totalitarismos y a nosotros no nos gustaba eso. Éramos la izquierda recién horneada y en el 68 descubríamos el mundo. Recién con La calle de las rosas recuperé todo aquello que antes había negado. Y al principio levanté las manos porque sentí que no podía, que era demasiado para mí... Pero Rosa Luxemburgo tampoco había sido mi idea original. Era para Fassbinder, pero él murió y entonces el productor me buscó y me dijo que yo debía retomar la idea. Tú eres mujer y …me convenció.

–Fue una suerte ¿no?

–Sí, fue una suerte.

–Para usted, y también para el público, porque a través de ese filme se hizo internacional...

–Con Rosa Luxemburgo no tenía un rechazo político. Los del 68 íbamos a las barricadas con pancartas de Lenin, Ho Chi Min, el Ché, Karl Marx y de vez en cuando Rosa Luxemburgo.

–¿De vez en cuando?

–Sí, muy de vez en cuando. Rosa con ese rostro, esa expresión tan pensativa; es extraño, pero yo sentía que no encajaba en este cuadro, con esas líneas tan suaves y tristes a la vez; sabía que en algún momento iba a hacer una película sobre ella, pero tenía que hacer por lo menos diez filmes para ser digna de Rosa, para animarme a rodar su vida. Y sin embargo tuve que hacerla en ese momento. Así que me puse a trabajar, hice mis propias investigaciones, escribí mi propio guión. No iba a tomar nada ya hecho, ¡de ninguna manera! Y durante dos años me encerré y trabajé con sus cartas y su vida y su forma de ser. Hasta entonces supe lo que quería decir.

–Pero como usted bien dice, Hannah Arendt no era Rosa Luxemburgo...


Escena de Hannah Arendt. Foto: Heimatfilm

–¡Para nada! Rosa era pura acción, ideal para una película. Sus ideas, la prisión, su lucha, su asesinato. Hannah Arendt en cambio era muy diferente. Por eso al principio estaba convencida que no era posible. Después le pregunté a mi amiga, la autora Pam Katz, que vive en Nueva York y que también había trabajado conmigo en el guión de La calle de las rosas, si podía imaginarse un filme sobre Arendt. Ella estuvo inmediatamente convencida. Eso me animó.Y comencé a leer mucho, pero mucho de Arendt, tomos y tomos de correspondencia, con la escritora Mary McCarthy, que fue su gran amiga, con Kurt Blumenfeld, con su maestro Karl Jaspers, naturalmente; con el filósofo Martin Heidegger, por supuesto. Y después encontré tres personas que la acompañaron, que la conocieron en su vida cotidiana, y esos testimonios me ayudaron a reconstruir el carácter de Hannah Arendt. Una de ellas, Lotte Köhler, que también aparece en la película y que murió en 2011, antes que el filme viera la luz, es quien más la ayudó y la conoció; también Elizabeth Young-Bruehl, su primera biógrafa, y su sobrina Edna Brocke, que aún vive.
 
–Toda un decisión para una película: palabras en vez de acción.

–También podríamos haber comenzado con un seminario del filósofo Heidegger, y filmar la historia de amor de la joven alumna hacia su profesor. Hannah tenía entonces dieciocho años y Heidegger treinta y cinco, y después la huida de Hannah a Francia, su internación en un campo de refugiados. ¡Con seguridad habríamos obtenido rápida financiación! Pero no era lo que a mí me interesaba. Porque no habría podido mostrar el núcleo de su personalidad, ni profundizar en su pensamiento, porque en ese tiempo ella tampoco había escrito mucho. Su trabajo sobre los años oscuros recién se da a partir de la emigración, en Nueva York. Y después surgió la idea de filmar el proceso de Eichmann, que le permite a Arendt reflexionar sobre la banalidad del mal, en ese libro que es crucial para el desarrollo de su pensamiento. Además, como realizadora, tenía que encontrar una controversia. Porque en el cine, además de pensamientos, que son invisibles, se necesita un adversario.

Adolf Eichmann, el criminal nazi capturado en Argentina y juzgado en Jerusalén, encerrado en una cabina de cristal durante el juicio, será ese adversario. Margarethe von Trotta utiliza imágenes documentales del proceso, de modo que la tensión también se da entre ficción y documentación.

–¿Cómo llegó a la conclusión de que debía confrontar dos formas de lenguaje cinematográfico?

–Para mí era necesario eliminar toda representación de ese personaje. Tenía que introducir el documento. Porque si bien un actor podría imitar muy bien a Eichmann, cómo habla él, cómo se mueve, cómo se presenta, no tendría el mismo efecto para el espectador. En Israel había visto The Spezialist, un documental sobre el proceso a Eichmann. Y después, como la Arendt fumaba tanto, y durante el juicio estaba prohibido fumar, supuse que ella tenía que haber pasado la mayor parte del tiempo en la sala de prensa, donde había monitores para seguir el juicio y se podía fumar. Ese recurso me permitía armar un diálogo entre dos formas cinematográficas. Y lo más interesante fue cuando en un festival de cine en Israel, después de la proyección del film, un sobrino de Hannah Arendt, que yo ni sabía que existía, se acercó y comentó que como ella fumaba mucho más de lo que muestra el filme, durante el proceso ¡se la pasó en la sala de prensa! Fue impresionante: confirmaba lo que habíamos imaginado.

–Bárbara Sukowa, la actriz que acompaña a Margarethe von Trotta desde Las hermanas alemanas (1981), también es Hannah Arendt, a pesar de no coincidir físicamente con los rasgos de la auténtica filósofa. La cineasta cuenta por qué tuvo claro, desde un principio, que Sukowa era la actriz ideal para encarnar a la Arendt:

–Para mí era importante que la actriz pudiese representar una pensadora, una filósofa, alguien con un carácter capaz de hacer de su pensamiento una herramienta política. Puede ser que al primer momento se crea que se parece más o menos, pero al cabo lo importante es que convenza el personaje que lleva adentro, el que hay que representar. Yo quería representar una persona que piensa, que tiene que convencer que piensa. Y eso era más importante que la apariencia.

–Hannah Arendt dice que ella “quiere comprender”. Y que escribir forma parte de ese proceso de comprensión.

–Como para mí filmar, claro. Si hay una tesis con la que me identifico con el mismo ímpetu de Hannah Arendt es ésa: No quiero condenar, no quiero juzgar; quiero comprender. Lo que no significa que siempre pueda entender, que llegue a un conocimiento, pero lo intento.

–¿Y cómo es ése proceso para usted?

–Escribir por supuesto, primero el libro, después las entrevistas, leer y pensar en torno a una persona, una comienza a ver, a sentir como esa persona. La idea surgió en 2002; en 2004 ya teníamos la primera versión del guión, y seguimos trabajando hasta 2011, en que comenzamos a rodar. No dependía de nosotros, sino de quienes lo financiaban, que dudaban de que una película de estas características pudiese funcionar. Hay que decir también que el tiempo nos permitió repensar muchas cosas. Esta es la razón por la cual el filme aparece recién ahora, lo que es una suerte, porque es como si el momento estuviera maduro para recibirlo. Tengo la impresión de que, después de mucho tiempo, las personas tienen la profunda necesidad de volver a pensar por sí mismas: fueron engañadas por los bancos, por inversores, por políticos, por la televisión, por esa máquina permanente de estupidizar, y es como si hubieran despertado de pronto: si no comenzamos a pensar, es el abismo, la catástrofe.

–¿Entonces no era su intención hacer una película sobre el presente?

–No, para nada. A veces una tiene suerte, es todo. Diez años hablan de cómo el mundo del cine apuesta por una filósofa. Sabía que nadie iba a enloquecer por financiar este filme. Pero Lotte (Köhler) me dijo algo que voy a conservar toda mi vida: “Cuando no se da lo que deseas, seguro que te espera algo mucho mejor.” En este caso, yo quería que las cosas salieran más rápido, que pudiese terminar ese filme de una vez. Pero como no sucedió, el filme llega ahora, en el momento adecuado.