jornada


letraese

Número 201
Jueves 4 de Abril
de 2013



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate




Thérèse Clerc

Vejez, edad de la libertad

Thérèse Clerc es una octogenaria militante feminista francesa y una de las protagonistas de la película Los invisibles, del director Sébastien Lifshitz.

¿Percibe usted hoy un incremento del prejuicio homofóbico en Francia?
Hoy existen en Europa condiciones sociales que son catastróficas. Hay miseria y hay desempleo. Por lo menos en la parte sur de Europa. La gente vive con mayor angustia y la gente angustiada se vuelve de pronto reaccionaria. Hay racismo y también sexismo. Vemos también el factor musulmán, producto de una fuerte colonización francesa. Tenemos por ello una gran inmigración musulmana, y parte de esa inmigración es profundamente homofóbica, sobre todo la población joven, la que se educa en escuelas coránicas. Europa vive un momento histórico bastante caótico. La economía no funciona bien y cuando eso sucede la gente tiene miedo, y al tener miedo la gente se excita demasiado. En este momento no tengo una opinión muy buena de Europa. Asistimos a una suerte de fin de civilización. La vieja Europa comienza a desmoronarse. Hay raíces pequeñas que crecen, en la transición ecológica, en la transición energética, en todo lo alternativo, aquello que denominamos creatividades culturales y que hoy ofrecen algo de esperanza. Se trata de una nueva globalización de lo alternativo. Los alemanes tienen un filósofo importante, Ernst Bloch, que dice que la utopía consiste en plantar las raíces del futuro, que conducirán a una nueva civilización. Pienso que hoy también asistimos a eso.

¿Qué papel juega la juventud en este proceso?
Desafortunadamente, buena parte de la juventud en Europa carece hoy de una fuerte conciencia política. Su pasión es primordialmente la música y todo lo electrónico. Hay un salto a la modernidad, pero también un retroceso en materia de comunicación. Me sorprende la manera como en México la gente se toca y se abraza, siente libre su cuerpo, y eso es una actitud cultural estupenda. En Francia esto se reprime mucho y es una gran limitación cultural. Por mi parte, he conquistado cierta libertad para hablar, por el hecho de ser una mujer anciana. La vejez es la edad de la libertad. Cuando veo a gente con fuertes reticencias en el terreno de la sexualidad, les recuerdo que la sodomía existe también en las prácticas heterosexuales, pero de eso nunca habla nadie. Me parece que a los homosexuales se les juzga, incluso se les odia, porque no tienen hijos, porque no tienen descendencia. Y no me canso de repetir que no conviene procrear demasiado en nuestros días. Somos 7 mil millones de personas en el planeta, y para el 2050 seremos 9 mil millones. Todo eso en un planeta que al mismo tiempo estamos destruyendo. Uno de mis compromisos es combatir el desprecio a la vejez. Por todos los rincones de Francia lo repito: la vejez no es una patología, es una edad muy bella. Es el momento en que el placer se vive como presente. El pasado ha quedado muy atrás y el porvenir es muy pequeño. Es necesario saborear el momento del presente como si se tratara de la eternidad.

¿Existe hoy algún proyecto de recuperación de la memoria histórica
homosexual en Francia?

El mundo homosexual peca de cierta ligereza, fuera de los círculos académicos donde hay gente brillante, como Eric Fassin, por ejemplo, un gran historiador y antropólogo. Pero el mundo homosexual sigue percibiéndose como un mundo de la festividad, de la ligereza, y en ese mundo no hay mucha conciencia política. Están conscientes de la necesidad de una liberación, pero no la colocan en un contexto histórico. Son personas amables, encantadoras, pero muy despolitizadas.

¿Ni siquiera la crisis del sida pudo despertar en ellos una conciencia política?
Sí, pero se vivió como una fatalidad. Tuvieron que pasar diez años para entender que se trataba de una epidemia que afectaba no sólo a los homosexuales sino un poco a todo mundo. Hay en nuestros días una realidad a menudo soslayada: los ancianos siguen teniendo una vida sexual, y como piensan que al ser viejos no corren un gran riesgo, no se protegen y terminan algunos atrapando el sida. Conozco a mujeres ancianas que viven con el VIH, pero que no se atreven a decirlo. (Carlos Bonfil)


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