Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 3 de marzo de 2013 Num: 939

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Leonardo Padura:
escribir para algo

Gerardo Arreola

Medio Siglo de las luces
Andreas Kurz

La necesaria poesía
Raúl Olvera Mijares entrevista
con Antonio Colinas

Adolfo Sánchez Vázquez Tecnología y
nuevas artes

Carlos Oliva Mendoza

Ciencia, drogas
y penalización

Tim Doody

Mónica Dower.
Estética de la memoria

Ingrid Suckaer

Dos poemas
Athos Dimoulás

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Columnas:
Bitácora bifronte
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Mentiras Transparentes
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Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
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Cinexcusas
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Asombro de Nick Cave

En una de las paredes del Plaza Condesa, recortada por el cañón de luz amarilla, se contorsiona la delgada sombra de Nick Cave. El efecto impresiona. Con los brazos en cruz, con los brazos al cielo, con los brazos acercándose a la masa hipnotizada que devuelve cientos de dedos –gusanos negros sobre el muro–, ese derivado umbrátil permite observar a detalle una de las mayores cualidades del cantante, compositor, escritor y actor australiano: su puro movimiento. “Las canciones cambian cada vez que las interpretamos”, ha dicho en entrevistas.  “Vamos en un movimiento hacia adelante.” Y sí. La sombra de Nick Cave parece olvidar pronto a Nick Cave. Apenas escucha lo necesario para ganar impulso; para llenarse de sentido en su tremor, espasmo y derramamiento.

De Warracknabeal a Melbourne y de allí a Londres; de Francia a Alemania y de allí a Brasil, el periplo de Nicholas Edward Cave (tres matrimonios incluidos) ha sido permanente, tal como la curiosidad que anima sus inquietudes artísticas. Eco y respuesta a Iggy Pop, Lou Reed, Leonard Cohen, Peter Murphy, Ian Curtis, Jim Morrison, David Bowie, Johnny Cash y Tom Waits, la persona Cave inició tanto en el coro de dos iglesias como en la sala de su casa. Por un lado, el canto a Dios (que continúa en forma retorcida, verbigracia:  “God is the House”) y, por el otro, su dedicación a la poesía (que continúa en forma retorcida, verbigracia:  “Red Right Hand”). De padre literato y madre bibliotecaria, la propensión intelectual engendró en su cabeza una filosa rebeldía que lo llevó a fundar sus primeros grupos musicales en la adolescencia, cuando tener una banda no era parte de una moda o un pasaporte a la onda cool de la colonia Condesa que hoy lo recibe.

Así, dos fueron los proyectos que destacaron antes de formar Nick Cave & The Bad Seeds (con quienes debuta en México). Nos referimos a The Boys Next Door y The Birthday Party. ¿Protopunk, punk, postpunk, rock con visos pop? Qué más da. En todas se ve a un hombre de pinta vampírica cantando, recitando, gritando versos importantes; a un ser montado en olas de gran altura que va a estrellarse en una playa que escucha intimidada: “Wolves have carried your babies away, oh your kids drip from their teeth.”

Atento escucha de sus contemporáneos y de quienes lo precedieron, Cave supo infectarse en suelo austral para luego llegar a Europa con una idea combinatoria que nunca abandonó sus preocupaciones más personales, como, precisamente, la religiosa: “Puedes creer en Dios sin tener que ir a la iglesia; es lo que hago”, ha compartido en distintos momentos. “Por un tiempo busqué sistematizar mi pensamiento en distintas religiones, pero no encontré el lugar. Creo que la respuesta no está en lo concreto sino en cosas sutiles que cambian todo el tiempo; en aspectos que fluyen y que no trato de explicarme.”  Tales pensamientos, empero, no le impidieron engancharse al abismo de la heroína que tras más de veinte años abandonó, dice, por puro aburrimiento.

Guionista y compositor de la película The Proposition, actor en El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, autor de la novela And the Ass Saw the Angel, Nick Cave proyecta no una sino múltiples sombras, y todas valen la pena. Así lo atestiguamos en su concierto cuando, ante una audiencia variopinta, se acercó para acariciarnos, convertidos ya en un perro multitudinario, animal domado por siete amos del aire (gran banda los Bad Seeds). Así se sintieron, incluso, Harry y Hermione en Harry Potter y las reliquias de la muerte bailando “Oh Children” –autoría de Cave– en su tienda de campaña. Así se sentiría cualquiera que, tras recibir esperanza, luego le patearan los genitales.

En fin. Lo que hicieron Nick Cave & The Bad Seeds esa noche de febrero en el DF resulta inolvidable (hay que escuchar su nuevo álbum: Push the Sky Away). Nos dejaron pensando que ojalá pudiéramos ver más seguido el contorno de las personas, esa otra profundidad. Sería interesante encontrar a alguien y pedirle algo de silueta para conocer lo que proyecta no su superficie, sino la resonancia del movimiento. No el fondo de su espíritu o temperamento. No su opinión sobre políticos o restaurantes. No sus recuerdos o deseos. Hablamos de la antes llamada solombra, la que también ayuda a entender qué de lo que ha sido y habrá de ser alguien se refleja en su eclipse. Ojalá pudiéramos ser más umbríos para leer al fondo de la tasa en que vivimos, sin gesticulaciones ni voces, si el primer paso a la existencia es promesa de cuerpo y pensamiento. Nick Cave, por lo pronto y definitivamente, es la sombra que proyecta Nick Cave. Un fruto negro tan sólido como silencio.