Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 24 de febrero de 2013 Num: 938

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Mo Yan, el histórico
Ricardo Guzmán Wolffer

Escritura doble
Aurelio Pérez Llano entrevista
con Ilan Stavans

El tango en los cafés
Alejandro Michelena

La maldita partícula:
el bosón de Higgs

Norma Ávila Jiménez

Joaquín de Fiore,
historia y humanismo

Annunziata Rossi

Hermenéutica e historia
en Joaquín de Fiore

Mauricio Beuchot

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Columnas:
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La Jornada Virtual
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Bemol Sostenido
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Paso a Retirarme
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Cabezalcubo
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Hugo Gutiérrez Vega

Ricardo Guzmán Wolffer y el humor y la cultura

Ricardo Guzmán Wolffer padece, de manera muy placentera, la hermosa compulsión de la curiosidad. Se interesa por todo lo que constituye la esencia de lo humano, ama los paisajes, se mantiene ligado a todos los géneros y modos del fenómeno literario, investiga en los terrenos del humorismo entendido como una visión de la realidad y como una forma de reconciliación con la otredad, y se mantiene enterado y preocupado por  muchos aspectos de la vida sociopolítica de nuestro país y del mundo.

La curiosidad es una virtud indispensable para construir sobre ella el edificio de un ensayo o de una crónica. Ricardo lo sabe y, para nuestra fortuna, la convierte en una condición del espíritu, en una forma de practicar los mejores aspectos del pensamiento humanista.

En este libro, El humor y la cultura, se reúnen algunos ensayos de Ricardo y se miran con curiosa actitud los unos a los otros. Salen adelante en su proyecto por varias razones: Una de ellas es la maestría formal y otra, tal vez la más inaudita en nuestro medio de implacables pontificadores y de propietarios de iracundas certezas, es la de haber logrado que en toda la extensión tipográfica no haya una sola línea aburrida ni un párrafo banal. La amenidad, el rigor de las ideas y la impecable construcción del ensayo captan nuestra atención y nos convierten en cómplices de este inteligente observador del mundo y sus anexos, de este admirador de las artes y de las ciencias humanas. Podemos, por lo tanto, afirmar que a Ricardo Guzmán, como a Quevedo, el mundo lo ha hechizado.

Su nueva visión del humorismo abre nuevos cauces a la investigación de esta actitud llena de profundidad humana y de sana malicia formal (acepten, por favor, la paradoja). Nuestro autor nos habla de las debilidades y peligros de la forma y de su admiración por Bukowski, lamenta la absoluta falta de humor de los políticos huecos y solemnes y recoge las opiniones sobre el tema del ingenioso Wenceslao Fernández Flores. Corona sus disquisiciones sobre el humor con un ensayo sobre Henri Bergson, el maestro de la risa, el filósofo que siempre buscó aquello que Bernanos llamaba “la alegría”. Alegría sin adjetivos, alegría que nace en el alma e invade los cuerpos. A su lado, brinca el chapulín tostado pero vivo de Pancho Toledo y se instala en el libro de Ricardo una novedosa forma de la gracia.

Ricardo nos cuenta cosas de John Irving y nos hace recordar La epopeya del bebedor de agua y la excelente novela El mundo según Garp. En ellas un humor ácido se atenúa gracias a una forma novedosa de la ternura. Dickens le entrega sus burlas, su humor, su actitud crítica y su conocimiento prodigioso de todos los momentos biológicos, y Mark Twain le inspira uno de los mejores ensayos del libro. Nos redescubre a Flan O’Brien, reabre la crítica de la riquísima obra de Duhamel, poniendo un énfasis especial en el Diario de un aspirante a santo y regresa al humorismo, ahora al español, para jugar a las canicas verbales con los pícaros, con Quevedo, Cervantes, Gómez de la Serna y Mihura. Por supuesto que Larra ocupa un lugar especial en el recuento. Sigue bordando sobre el humor y se ubica en el terreno de la ópera para entrevistar a Falcó; rinde homenaje a Demetrio Vallejo, charla sobre el humor en la prensa con Granados Chapa; retorna a Dickens, pasa por el camino de Capek, recuerda a Rafael Bernal y goza con los eternos cuentos de los hermanos Grimm.

Hace una inteligente relectura de Thomas Hardy y de su implacable humor presente, de manera subrepticia, en Jude. Goza con las manos de Thurber y homenajea al maestro Bradbury. Bulgákov y Svevo le dan las últimas palabras a este excelente libro de ensayos. Pensemos en Zeno, el débil y azorado personaje de Svevo, y repitamos sus palabras: “En este mundo hay muchas cosas de las que se puede y se debe reír.” Así, una banda de payasos fellinianos, ahítos de tristeza y de risa, se aleja tocando una marcha de circo. Gracias, Ricardo, por acercarnos a la sonrisa.

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