Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 10 de febrero de 2013 Num: 936

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El misterio de la escritura
Mariana Domínguez Batis
entrevista con Vilma Fuente

Marcel Sisniega: literatura, cine y ajedrez
Ricardo Venegas

Eduardo Lizalde:
cantar el desencanto

José María Espinasa

Rubén Bonifaz Nuño,
la llama viva

Hugo Gutiérrez Vega

El naufragio de la cultura: educación
y curiosidad

Fabrizio Andreella

El espectáculo
del presente

Gustavo Ogarrio

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Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
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Orlando Ortiz

En plena luna de miel

Apartir del 1 de diciembre de 2012, gran parte del mundo político, de los medios y de la sociedad civil iniciaron su luna de miel con el nuevo Ejecutivo, al compás de la danza de los millones y las promesas y apapachos. El entusiasmo era (¿es?) tal que me pregunté si no amaneceríamos uno de esos días con la noticia de la creación de una nueva secretaría. La sospecha nació cuando recordé que en las antiguas cortes europeas, e incluso aquí, durante el Segundo Imperio, había un “Gran Limosnero”, cargo que, en este caso, Maximiliano otorgó a Fulano de Tal (olvido su nombre), conspicuo miembro de la rancia (y aceda) aristocracia nativa.

El Gran Limosnero de la corte no se encargaba de pedir limosna para completar la soldada del Emperador, sino todo lo contrario: en nombre del Emperador repartía limosna a los menesterosos, metódicamente, pues para ello tenía un día y un horario determinado. Es fácil imaginar las colas de “pedinches” que se hacían los días y horas en las que el Gran Limosnero salía a repartir. Imagino que bastante similares a las que todavía a esta alturas debe haber en las secretarías, subsecretarías y direcciones de todas las dependencias oficiales. Mentiría si dijera que permanecí inmune a las palabras del Gran Instructor (supongo que tal podría ser una característica del Ejecutivo, pues se la pasa “instruyendo” a secretarios, gobernadores, presidentes municipales, etcétera).

Decía que me entusiasmó sobremanera uno de sus “propósitos de años nuevo”: reactivar el campo mexicano, y cuando frente a una multitud de campesinos instruyó que se le diera a este sector chingomil millones de pesos... me dije,  ¡ora sí ya la hicimos!, (porque desde que don José López Portillo declaró que la pobreza nos la persignaba y que ya había que disponerse a administrar la riqueza, el campo quedó relegado al quinto patio). Con ese dineral, me dije entusiasmado, por lo menos se resuelven: el problema de la autosuficiencia alimentaria (hace décadas importamos maíz, frijol, trigo, carnes, etcétera), también la bronca de la migración y buena parte de asunto del desempleo. Sin embargo, no hay sueño que dure cien años, ni pendejo que se quede esperando a que se realicen, así que me caí de la cama y me puse a pensar.

Son muchos millones los que piensan destinar al campo, pero... ¿Se alcanzará con eso la autosuficiencia alimentaria? A veces peco de pesimista y esta es una de esas ocasiones, pues me temo que tantos millones, en el mejor de los casos, si no se instrumenta un plan integral para la reactivación del campo, sustituirán en buena medida la previsible reducción de las remesas de dólares que periódicamente mandan los braceros. Subrayo lo de plan integral porque no se trata solamente de dinero para sembrar, están presentes factores culturales, sociológicos, antropológicos, etcétera.

Sabemos que sólo menos de la mitad de nuestro territorio es cultivable, y que de esa superficie, la mayor parte es aprovechable sólo en el sistema temporalero, es decir, queda sujeto a los períodos de lluvias y expuesto a la falta de ellas. La cuestión del agua sería posible “solucionarla” para que los cultivos no se vieran afectados durante épocas de sequía o del estiaje, si se practicaran pozos para su extracción. Sin embargo, los mantos acuíferos deben hallarse a gran profundidad, lo cual reclama inversiones muy fuertes tan sólo para encontrar el líquido; luego está la necesidad de bombas, tubería y electricidad. Eso sumaría ya una buena cantidad de dinero, y para no desperdiciar un líquido tan caro, tendría que utilizarse el sistema de riego por goteo, lo que significa todavía más inversión. En pocas palabras, el monto no podría ser absorbido por un parvifundista, tendrían que organizarse unidades de producción que aglutine a numerosos campesinos. Esto implicaría lo que podríamos llamar un cambio de mentalidad en el campesino mexicano, acostumbrado a cultivar su parcela para obtener, en el mejor de los casos, algo de semillas u hortalizas para el autoconsumo. Hasta aquí, puede decirse que para enfrentar este problema se requiere un “ejército” de agrónomos extensionistas responsables. Después... estarían otras broncas que ya ni para qué entrar a exponerlas, pues me gana la idea de que los jóvenes campesinos de hoy nunca aprendieron a sembrar porque se fueron al otro lado o viven de lo que mandan su familiares que están en el gabacho. Además, ellos prefieren manejar una trocona o una jómer que un tractor. Si se quiere remediar el problema del campo, me parece, hay mucho trabajo.