Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 10 de febrero de 2013 Num: 936

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El misterio de la escritura
Mariana Domínguez Batis
entrevista con Vilma Fuente

Marcel Sisniega: literatura, cine y ajedrez
Ricardo Venegas

Eduardo Lizalde:
cantar el desencanto

José María Espinasa

Rubén Bonifaz Nuño,
la llama viva

Hugo Gutiérrez Vega

El naufragio de la cultura: educación
y curiosidad

Fabrizio Andreella

El espectáculo
del presente

Gustavo Ogarrio

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Columnas:
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Zero Dark Thirty: diez años de tortura y una campaña punitiva criminal (II DE III)

Expectativas

Todo filme tiene su propio mecanismo promocional, un dispositivo indispensable para destacar en un mercado saturado de productos y puede ser un resumen honesto, un coqueteo sensacionalista o una cínica extrapolación manipuladora y estridente. En el caso de la nueva cinta de Katherine Bigelow, Zero Dark Thirty (ZDT), el primer dilema es distanciar ese mecanismo del filme mismo. Desde que la película estaba en producción, corrieron rumores que alarmaban o excitaban al público acerca de que los cineastas habían obtenido acceso sin precedente a materiales secretos y habían tenido contacto con los protagonistas de la cacería y asesinato de Osama bin Laden (OBL). Muchos sospecharon que se trataba de un esfuerzo propagandístico para ayudar al presidente Obama en las elecciones de noviembre de 2012. Otros pensaron que se buscaba exculpar a la CIA, y unos más esperaban una denuncia de las irregularidades y la brutalidad de un asesinato que se presentaba como la conclusión de la carnicería brutal e inconsciente que ha sido la llamada Guerra contra el terror. Por su parte, mucha gente imaginó que era un esfuerzo por erradicar las varias teorías conspiratorias acerca de lo sucedido a OBL. ZDT parece haber querido satisfacer esas expectativas al tratar de ser un poco de cada una.

Licencias poéticas, distorsiones oportunistas

ZDT es un filme con agenda política y con una clara certeza: presentar al ejército estadunidense como una fuerza del bien. Katherine Bigelow y el guionista Mark Boal han asegurado tener un compromiso periodístico con la verdad. Sin embargo, más allá de la licencia artística, que consiste, según la directora, en la compresión narrativa de diez años en dos horas y media, y la fusión o fabricación de personajes, tenemos que el énfasis que se da a la tortura no parece estar respaldado por los documentos que se han hecho públicos respecto de esta práctica. Como es bien sabido, Michael Morrell, el actual director interino de la CIA; la demócrata Dianne Feinstein, presidente del Comité de inteligencia del Senado, y dos senadores del Comité de las fuerzas armadas, el republicano John McCain y el demócrata Carl Levin, han señalado que es falsa la idea que quiere dar el filme en el sentido de que la información para encontrar a Bin Laden fue obtenida por medio de la tortura. Por otro lado, Michael Hayden, el director de la cia en los últimos años de la presidencia de Bush, dijo que la tortura a la que fueron sometidos los sospechosos fue crucial para resolver el caso, algo que obviamente le conviene señalar, ya que sería sorprendente que reconociera que los abusos que se cometieron bajo su dirección fueron inútiles. Muchos otros testimonios se dividen entre quienes confirman la eficacia de la tortura y aquellos que afirman que fue irrelevante para obtener el dato crucial del caso OBL, que fue descubrir a Ahmed al Kuwaiti, el mensajero que estaba a cargo del último tramo de la compleja red de mensajeros con la que OBL se comunicaba con el exterior desde su casa-bunker de Abbottabad, una ciudad famosa por estar habitada por militares y exmilitares paquistaníes.

Unidimensionalidad y vacío

Podríamos pensar que la cineasta ofrece una denuncia tan incómoda que políticos de ambos partidos tratan de silenciarla. Sin embargo, la visión que ofrece de la tortura a través de la protagonista Maya (Jessica Chastain en el papel de una agente, caracterización que supuestamente está basada en una persona real) no es ambigua. Si bien inicialmente vemos a Maya tímida ante el grotesco espectáculo de Ammar (basado en Ammar al-Baluchi, a quien ahora se le sigue proceso en Guantánamo) siendo golpeado, torturado con agua, colgado, encerrado en una caja, privado del sueño, aturdido con música estruendosa y humillado sexualmente, poco a poco la vemos ganar confianza, participar en la tortura y deshumanización de los prisioneros a quienes finalmente ve como piezas en un rompecabezas. Maya es un personaje unidimensional, sin vida personal ni familia (más allá de unas fotos de niños que aparecen en el monitor de su computadora) ni deseos amorosos o sexuales; sin amigos (como explica instantes antes de salvarse de un suicida en el hotel Marriott de Islamabad, en 2008) y sin más interés u obsesión que matar a Bin Laden. Debemos de suponer que una vez cumplida su misión, como el protagonista de Hurt Locker, queda hundida en un vacío existencial. Un vacío que pretende ser de alguna forma la moraleja de la historia.

(Continuará)