Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 27 de enero de 2013 Num: 934

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Ramón Gómez de
la Serna, greguero

Ricardo Bada

El cantar errante de
las letras dominicanas

Néstor E. Rodríguez

Dos poetas

¡Maldita negrofobia!
Luis Rafael Sánchez

Feminicidio y barbarie contemporánea
Fabrizio Lorusso y Marilú Oliva

Violeta Parra al cine
Paulina Tercero

Leer

Columnas:
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Directorio
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Zero Dark Thirty: diez años de tortura y una campaña punitiva criminal (I DE III)

El cine de explotación

Entre 1919 y 1960 surgió un estilo fílmico que se llama cine de explotación. Básicamente los cineastas independientes, incapaces de competir contra los grandes estudios, los Majors, que dominaban los canales de distribución y exhibición, y contra su star system, optaron por ofrecerle al público lo que Hollywood le negaba: entretenimiento a base de tratar temas tabú y escandalosos, como las relaciones extramatrimoniales, el consumo de drogas, la prostitución, la trata de blancas y las visiones racistas del mundo primitivo como único pretexto para insinuar el retraso endémico de los pueblos no occidentales y, más importante aún, mostrar mujeres “de color” con los pechos desnudos. Sin embargo, la censura no les permitía ofrecer ese tipo de atracción, por lo que crearon un modelo de filme de prevención-denuncia en el que advertían al público que lo que estaban a punto de ver era un tema difícil, quizás vergonzoso y controvertido, pero importante, y así el espectador era invitado a ver, reflexionar y actuar. Obviamente esta era una estrategia hipócrita para mostrar hombres de la alta sociedad a punto de acostarse con prostitutas (jamás se mostraban escenas sexualmente explícitas, bastaba con la insinuación, ya que finalmente eran temas prohibidos) y jóvenes que embarazaban irresponsablemente a sus novias, entre otras calamidades. La transgresión se pagaba siempre con la ruina moral, enfermedades venéreas o adicción y muerte. El público tenía la oportunidad de disfrutar las tramas salaces, ya que finalmente el filme suponía una condena a la perversión.

De Manhattan a Abbotabad

La nueva cinta de Katherine Bigelow, Zero Dark Thirty (ZDT) busca ser una especie de dramatización de material periodístico, una obra casi documental que comienza en la oscuridad, con el sonido de llamadas telefónicas desesperadas realizadas desde de una de las Torres Gemelas pocos minutos antes del colapso. Inmediatamente después, la cinta nos lleva a una de las prisiones “negras” de la CIA, donde un preso (que sabemos que nunca volverá a ser libre) es torturado. Así se presenta la investigación que durará una década y culmina el 2 de mayo de 2011 con el asesinato de Osama bin Laden en su refugio en Abbotabad, Paquistán (no creo estar cometiendo un atropello al contar el final). La mayor parte del filme consiste en tensiones burocráticas, conflictos internos e interrogatorios a prisioneros que están siendo o han sido torturados. El trabajo de una agencia de investigación no es digno de una cinta de acción, las aventuras de la cia no son como las de James Bond, sino más bien se trata de una labor, minuciosa y poco glamorosa, de análisis, chantaje y vigilancia. Para contrarrestar el letargo y la monotonía de un filme semejante, Bigelow y su guionista Mark Boal añaden una trama que funciona como el viejo cliché de la bomba a punto de estallar, el cual es usado por los apologistas de la tortura: “Si un terrorista tiene información de un atentado y hay una bomba a punto de estallar, el único recurso es torturarlo hasta que revele su plan.” Mientras la cia busca sin éxito cómo desarticular la red terrorista, ésta logra llevar a cabo atentados en Islamabad, en Londres y en una base militar estadunidense en Afganistán. Así parece que hay un duelo o un partido de tenis entre las fuerzas del bien y los villanos, cuando en realidad las acciones terroristas son independientes de la búsqueda de Bin Laden

La explotación del cine

En muchos sentidos ZDT es una cinta de explotación: una obra que se nos presenta con toda la seriedad y urgencia de un documento vital que debemos ver, ya que a pesar de ser controvertido, desagradable y escandaloso es importante. Es una película que explota miedos patrioteros y prejuicios racistas, y recompensa al espectador con la verdadera atracción: la crueldad de las sesiones de tortura y la matanza orgásmica y revanchista final. De igual manera que los filmes de explotación, ZDT no cumple lo que promete y a final de cuentas termina desilusionando, ya que las muy promocionadas secuencias de tortura ni siquiera son tan brutales como las que se llevaban a cabo en Abu Ghraib, de las cuales pudimos ver una selección de fotos maquillada pero repugnante, ni tampoco rebasan el catálogo de atrocidades que mostraba regularmente la serie 24 o, más recientemente, Homeland. Todo mundo sabe que el régimen de Bush autorizó el uso de la tortura en los interrogatorios de los detenidos sospechosos de tener vínculos con el grupo Al Qaeda. Durante el siglo XIV era rutinario que las autoridades torturaran a judíos para obligarlos a confesarse responsables de la peste bubónica. No había duda, estos sujetos reconocían haber envenenado las aguas de varios ríos y manantiales con venenos misteriosos que provocaban la devastadora epidemia. Los confesos eran ejecutados, sus familias asesinadas o, en el mejor de los caso, expulsadas, y obviamente la peste seguía extendiéndose, por lo que buscaban otro chivo expiatorio. La tortura suele obtener resultados, sólo que rara vez da buenos resultados.

(Continuará)