Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 27 de enero de 2013 Num: 934

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Ramón Gómez de
la Serna, greguero

Ricardo Bada

El cantar errante de
las letras dominicanas

Néstor E. Rodríguez

Dos poetas

¡Maldita negrofobia!
Luis Rafael Sánchez

Feminicidio y barbarie contemporánea
Fabrizio Lorusso y Marilú Oliva

Violeta Parra al cine
Paulina Tercero

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Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
La Jornada Virtual
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Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
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Paso a Retirarme
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Cabezalcubo
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Jornada de Poesía
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¡Maldita negrofobia!


Dorothy Counts, la primera estudiante negra admitida en una escuela pública americana de blancos en su primer día en la Universidad de Harry Harding, Carolina del Norte, USA, 1957

Luis Rafael Sánchez

¿Fecha del primer hecho a relatarse? Año mil novecientos cincuenta. Un grito sobrevuela las gradas y aterriza en el terreno beisbolero: “Juega limpio, negro sucio.” ¿Fecha del segundo hecho a relatarse? Año dos mil doce. Un hacker, o pirata cibernético, irrumpe en la computadora de la antigua presidenta de la Cámara de Representantes, manipula una fotografía de Rafael Cox Alomar y desliza tras la misma una imagen del legendario mono Yuyo. El doctor Cox Alomar, candidato a la oficina del comisionado en Washington por el Partido Popular Democrático, es un puertorriqueño negro.

Ambos hechos, cuya negrofobia aterroriza, dado que se manifiesta al margen de la decencia, contienen significados tan explícitos como miserables: negro y suciedad son una misma cosa, negro y primitivismo son una misma cosa, negro e inferioridad son una misma cosa.

Las fechas de ocurrencia de tales hechos, expresión y obra de intelectos retorcidos, merecen subrayarse: mitad del siglo XX y principios del siglo XXI. El hecho que protagoniza el malandrín del estadio beisbolero ocurre cuando apenas se gestan los sueños libertarios de Martin Luther King y un Nelson Mandela. Todavía la palabra negrofobia no circulaba.

Por otro lado, el hecho que protagoniza el pirata cibernético ocurre durante los años cuando la raza negra ha conseguido doblegar a los supremacistas blancos, haciéndolos morder el polvo, recular, rectificar y renegociar sus agendas esclavistas. Pues, siglos y siglos de explotación, menoscabo y desdicha, jamás consiguieron robarle a la raza negra su certeza de que la historia acabaría cerrando filas con sus razones. La palabra negrofobia ya circula.

Subráyese asimismo, que los hechos citados ocurren en Puerto Rico, isla  en su esencia, presencia y conciencia, por numerosa población afrodescendiente. Aquí escasean el ario y el teutón y el blanco básico. Aquí abundan el cuarterón, el jabao, el mulato y el negro básico. Lástima que no lo supieran el malandrín del estadio beisbolero y el pirata cibernético. O, a lo mejor, lo sabían y el saberlo los violentaba.

Desde luego, la numerosa población boricua afrodescendiente, como cualesquiera otra en cualquier otra parte, no tiene un patrón fijo de comportamiento social. De ahí que sean notables los sectores de dicha población que optan por redefinirse como “indios” o “trigueños”. Y hasta como “puertorriqueños”, equiparando así nacionalidad y etnia en el afán secreto de cesar de darse a conocer como negros.

¿Intentan desanudar los lazos ancestrales con la remota Madre África, por medio de la tan arbitraria mudanza de raíces? ¿Intentan el abandono de Madre África en un home ubicado por las sínsoras, para entonces atreverse a vivir como “indios” o “trigueños”? ¿Intentan proseguir la vida en una piel de cuño nuevo, por ejemplo la piel “puertorriqueña” que ellos inventan? Ellos lo sabrán.

Yo sí sé que en la negrofobia se concreta, a voluntad, una burla heridora. Lo prueba que la distinguida actriz negra Carmen Belén Richardson, fallecida recientemente, se viera obligada a interpretar un personaje nombrado “Lirio Blanco”. Lo prueba la resistencia sin declarar, pero efectiva, a cualquier líder político cuya nariz convide a la duda, por ser una nariz incorrecta: ¿ha sido un sendero de rosas el empeño de Cox Alomar por integrar la papeleta de su partido? Lo prueba la maledicencia de los versículos negrófobos en suelo patrio: “A ese negro puestú hay que bajarle los humos, a las buenas o a las malas”.

Pero, a fin de cuentas, ¿de qué hablamos cuando hablamos de negrofobia? Hablamos de ansiedad, el miedo o la incomodidad que produce la cercanía de los cuerpos negros. Hablamos de la molestia causada por los negros indóciles que se niegan a estarse en “su sitio”. Hablamos de suspicacia y odio y rabia sorda cuando la criatura negra desafía los estereotipos  y se disciplina, hasta sobresalir a costa de su talento y competencia excepcionales: el presidente Obama, pongamos por caso. Hablamos de intransigencia enfermiza cuando hablamos de negrofobia.

Y es que todavía fobia, empezando por la que nos ocupa y terminando por otras, como la lesbofobia, la homofobia y la xenofobia, brotan del desprecio a la saludable disimilitud y pluralidad humana. ¡Gracias, Naturaleza, porque nadie es igual a nadie!

La negrofobia supone el fracaso estrepitoso de la inteligencia. Si el color de la piel o el origen afro, los rizos del pelo o el grosor de los labios, sirven de criterio para desmerecer a persona alguna, entonces el universo detuvo su marcha en el grado cero de la estupidez.

Por eso resulta obligatorio atajar la negrofobia, denunciar su bruticie esencial, señalarla como enemiga de la civilización. Sobre todo resulta obligatorio impugnar la negrofobia de quienes viven y medran del presupuesto gubernamental.

Un presupuesto acumulado a partir de las contribuciones de la gente negra, la gente mulata, la gente blanca. Incluso de la gente que acaricia la fantasmagoría infeliz de llegar a ser blanca, o parecerlo.