Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 27 de enero de 2013 Num: 934

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Ramón Gómez de
la Serna, greguero

Ricardo Bada

El cantar errante de
las letras dominicanas

Néstor E. Rodríguez

Dos poetas

¡Maldita negrofobia!
Luis Rafael Sánchez

Feminicidio y barbarie contemporánea
Fabrizio Lorusso y Marilú Oliva

Violeta Parra al cine
Paulina Tercero

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Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
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Bemol Sostenido
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Paso a Retirarme
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Cabezalcubo
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Jornada de Poesía
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Diccionarios del español de México (II Y ÚLTIMA)

Discusiones o dudas como las expresadas hace quince días son de las que, en muchas ocasiones, se zanjan con el apoyo de un buen diccionario. Estamos acostumbrados a esos venerables mamotretos y desde siempre hemos visto los del español general (los de la Real Academia Española, o el Pequeño Larousse Ilustrado, por ejemplo), pero ha sido muy infrecuente percatarse de los referidos al español de México, ya fuera por su escasez o por la costumbre de, para cualquier consulta, acudir a los generales. Este no es el lugar para emprender una polémica al respecto, pero ya se sabe que, durante décadas, el de la rae incluyó un número elevadísimo de peninsularismos, con poca cabida para los americanismos, por lo que, de alguna manera, ese diccionario mantuvo implícita la idea renacentista de que “la lengua es una de las armas del Imperio”, como lo expresó Antonio de Nebrija (o de Lebrija). Desde esa perspectiva, las dudas que llevaran a consultarlo concluían con una solución a la manera del español de España, no del español de México.

Siguiendo lo dicho por José G. Moreno de Alba en la Presentación del Diccionario de mexicanismos publicado por la Academia Mexicana de la Lengua, algunos antecedentes de éste fueron el incompleto Vocabulario de mexicanismos (1899), de Joaquín García Icazbalceta; el Diccionario de mejicanismos (1959), de Francisco J. Santamaría; el Índice de mexicanismos (2000), preparada por la AML; y el Diccionario breve de mexicanismos (2001), de Guido Gómez de Silva: cinco obras publicadas durante un lapso de poco más de cien años, lo cual arroja el resultado de una cada veinte años. Es cierto que actualmente, además de los mencionados, también se cuenta con el Diccionario del español usual de México (1996), dirigido por Luis Fernando Lara y publicado por El Colegio de México. Me parece que el bagaje de los diccionarios del español de México hoy es amplio y diversificado, aunque su actualización es trabajo de nunca acabar, pero ya no es necesario recurrir a obras generales, como el diccionario de María Moliner, a la hora de resolver dudas acerca de muchos de los usos lingüísticos mexicanos.

En El chilangonario. Vocabulario de supervivencia para el visitante de la Ciudad de México (2012), de Alberto Peralta de Legarreta, dice Janine Porras en su Presentación: “Este diccionario partió de los hablantes –y no al revés, como otros que no queremos mencionar, pero que los consultamos de vez en vez–” sin mencionar directamente a “los otros” ni explicar cómo se le hace para construir un diccionario “que no parta de los hablantes”; más adelante, en el Prólogo, Jaime López alude a los “Señoras y señores de la Real y Muy Pontificia Academia Española de la Lengua y todas sus colonias, digo, embajadas”, en una actitud entre desdeñosa e irreverente no muy distante de esa manera cortazariana de referirse al diccionario de la RAE como “el cementerio”. Al margen de algunos de esos pequeños excesos, El chilangonario es un libro que registra muchos giros y variantes de una región del español de México en el inicio del siglo XXI: seguramente será consultado como una fuente a la hora de registrar ciertos cortes sincrónicos del mismo.

Como muestra aleatoria de lo que ofrecen estos diccionarios se me ocurrió revisar la polémica preposición hasta. Siempre he entendido que designa un límite final, tanto en el espacio como en el tiempo, de donde surge la ambigüedad en expresiones como “hasta [en lugar de desde] que usé una Mánchester me sentí a gusto”. Los resultados fueron los siguientes: Santamaría sólo percibe problemas en la superabundancia del no junto a la preposición: “no como hasta que no venga mi amigo”; para el Diccionario de mexicanismos, “indica el momento de inicio de una situación o actividad”; para el Diccionario del español de México, en las tres primeras acepciones designa un límite inicial y en cuarta “indica el momento en que algo comienza a realizarse”; El chilangonario ni se ocupa del nexo en cuestión.

¿Qué hacer si alguien tuviera que decidir, a la luz de los diccionarios consultados, lo que significa el siguiente anuncio en una tienda:  “se cierra hasta las ocho de la noche”? ¿Acudo a la tienda a las ocho y cinco de la noche porque la supongo abierta desde las ocho? ¿Acudo a las siete de la noche porque entiendo que la tienda queda cerrada a partir de las ocho?

El uso me indica que el de Mexicanismos tiene razón: la tendencia mexicana de hasta prefiere el límite inicial, pero ¿qué ocurre si sólo puedo consultar el del Español de México?