Opinión
Ver día anteriorJueves 10 de enero de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Réquiem
H

anoch Levin (1943-1999) es el más importante dramaturgo de Israel, conocido por su actitud francamente contraria a la ocupación judía de los sitios palestinos y su esperanza de paz entre ambos pueblos. En la mayoría de sus obras, sobre todo las de su primer periodo, la sátira mordaz contra los vicios de sus coterráneos hizo que se le considerara un personaje subversivo, aunque con el tiempo y los éxitos de sus obras en diferentes puntos del mundo no sólo fue aceptado, sino aclamado en su país de origen. Los estudiosos de su obra dan cuenta de que plasmó la tristeza de la vida y el convencimiento de que la maldad humana no tiene redención.Ya próximo a su fallecimiento a causa de cáncer en los huesos, escribió Réquiem, un poema sobre la muerte, título que puede deberse lo mismo al conocimiento de su próxima extinción que a las historias que narra inspiradas muy libremente en personajes y situaciones de tres cuentos de Anton Chejov. El lugar en que ubica sus historias es desconocido, aunque sin duda se trata de campesinos o pueblo bajo centroeuropeo, y la época sería el siglo XI, el Medievo propicio a brutalidades y supersticiones.

Del primer cuento chejoviano, El violín de Rostchild, toma al viejo arrepentido de su egoísmo con su difunta compañera, de cuya existencia apenas se ha dado cuenta hasta que la vieja agoniza y la lleva con el curandero borracho –cuya mascota es un chivo y que resulta un personaje esperpéntico– que apenas la atiende. Este viejo y sus traslados de un sitio a otro por su oficio de fabricante de ataúdes, con los personajes que va conociendo, es la liga de las tres historias que se cuentan como una sola, en cuyo transcurso se conoce a ese carretero, inspirado en el cuento Tristeza, cuyas lamentaciones por la muerte del hijo no son escuchadas por las prostitutas y hombres ebrios que lleva por el camino, ni por nadie, siendo posiblemente el más solitario de los seres solitarios que vemos en escena. Un fragmento de En el barranco nos muestra a la dolida madre con su agonizante hijito cruelmente asesinado, al que tampoco ayuda el curandero al que vemos cada vez más alcoholizado y que aquí sustituye al hospital del original ruso, que en general es mucho menos agreste y más cercano a nosotros en el tiempo.

El montaje, producido por Moisés Zukerman que también tradujo el texto –con corrección de estilo de Georgina Tábora– es dirigido por Enrique Singer, que respeta el tono poco realista de las historias y tiene estupendas soluciones. Las escenógrafas Atenea Chávez y Auda Caraza diseñaron una rampa que contiene un tronco de árbol y que deja libres los lados que están más bajos; en uno de éstos, a la derecha del espectador, una escalera de mano con grandes alas será el lugar en donde los querubines aguardan para recoger a los difuntos y en el otro, a la izquieda, se ubican los músicos Oleg Gouk y Savarthasi Uribe; un ataúd queda a un lado al principio. La iluminación de Patricia Gutiérrez Arriaga es un gran apoyo para crear un mundo sombrío y de contrastes. Los objetos no son realistas y en ello consiste parte del interés de esta puesta: una manta doblada sustituye al niño muerto, el carromato consiste en una cabeza de caballo de madera esculpida, llevada por alguna de las actrices que caminan con paso equino, dos listones horizontales, también de madera, son el cuerpo del carromato y como ruedas dos sombrillas que hacen girar borracho o prostitutas. Al final de la historia de Tristeza, la cabeza sola come de una cubeta llena de heno.

Singer dirige a un buen elenco vestido en tonos beiges y castaños por Mario Marín del Río. Miguel Flores encarna al Viejo que abre la obra con un monólogo de culpa y contricción para jalar a ver al curandero, a la Vieja que casi no habla y camina entre estertores, con el muy buen desempeño de Emoé de la Parra. El curandero es interpretado por Arturo Reyes –que al parecer ya no está en la CNT– y la excelente Haydeé Boetto conmueve como la desdichada madre del bebé agonizante. Los querubines Georgina Tábora y Rodolfo Nevarez se mueven con gracia, mientras Harif Ovalle es el desdichado carretero al que nadie escucha, además de Alejandra Maldonado como Prostituta y Carlos Orozco y Américo del Río son los borrachos de la carreta.