Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 6 de enero de 2013 Num: 931

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Dos poemas
Thanasis Kostavaras

La Cumbre
Iberoamericana
y los muros

Juan Ramón Iborra

Jorge Veraza: el
regreso de Marx

Luis Hernández Navarro

Novísimos poetas
cubanos

La revolución
del largometraje

Ricardo Venegas entrevista
con Francesco Taboada

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Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
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Luis Tovar
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Jair Cortés
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Los cadetes de Linares y san Juan de la Cruz


Marc Chagall, El cantar de los cantares, 1958

Para mi mamá,
Reina de reinas, en su cumpleaños.

Cuando me acerqué al inmenso mundo del corrido mexicano, gracias a mi mamá (quien heredó el gusto de mi abuelo), hubo uno que llamó mi atención de manera especial: “El palomito” (escrito por Lupe Tijerina), quizá una de las canciones más famosas del legendario grupo mexicano de música norteña Los Cadetes de Linares. Este corrido me remite al también famoso Cántico espiritual del español San Juan de la Cruz (Juan de Yepes Álvarez, nacido en 1542 y fallecido en 1591), extenso poema cuyo tema central es la búsqueda que realiza el alma o “la Esposa” para encontrar a su “Esposo” (que es Dios). No deja de sorprenderme el punto en el que se cruzan ambas obras, una perteneciente a la poesía popular y la segunda a un ámbito menos frecuentado: la poesía mística.

El corrido es heredero de la forma poética española conocida como romance, cuyos versos octosílabos nos cuentan historias en las que acciones y personajes se mezclan para darle al poema un tono narrativo. El poema de San Juan de la Cruz proviene de otra veta: el Cantar de los cantares, que se incluye en la Biblia. Sin embargo su esencia parece provenir del mismo manantial: “Vuélvete, paloma,/ que el ciervo vulnerado/ por el otero asoma,/ al aire de tu vuelo, y fresco toma”, dice el Esposo en el Cántico espiritual de San Juan, mientras Los Cadetes de Linares entonan: “Blanca palomita vuela/ vuela por esa pradera/ aquí te estaré esperando/ aunque de dolor me muera.”

Pero mientras en el Cántico espiritual la paloma es la mensajera entre los esposos, en “El palomito” la pareja de palomos representa a los amantes que, separados, añoran su amor y cuyo canto es una conmovedora expresión nostálgica: “Una palomita blanca/ de piquito colorado/ ayer yo la vi llorando/ por las cumbres de un guayabo”; seguida del estribillo que se nutre de una atinada onomatopeya: “Currucú, cu-rrucú,/ le cantaba al palomito,/ currucú currucú,/ que volviera a su nidito.” Canto melancólico que también encontramos en el Cántico espiritual cuando habla la Esposa: “Buscando mis amores,/ iré por esos montes y riberas;/ ni cogeré las flores,/ ni temeré las fieras,/ y pasaré los fuertes y fronteras.”

La eterna búsqueda del ser amado, del otro (que nos da sentido), es el tema central de ambas obras, distanciadas por el tiempo y la geografía pero hermanadas por la lengua y su expresión poética. Obras que, sólo de manera aparente, podrían estar dirigidas a públicos distintos, dan muestra de una coincidencia que alimenta y engruesa la amplia tradición de la poesía escrita en español que se desborda para llegar a nuestro corazón, ya sea desde la solitaria estancia en el templo o acompañado de un caballito de tequila en la escandalosa cantina.