Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 23 de diciembre de 2012 Num: 929

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Ricardo Venegas

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

Política y cultura
Sergio Gómez Montero

Grietas en el mundo real
Edgar Aguilar entrevista con Guadalupe Nettel

Había una vez...
(200 años de cuentos)

Esther Andradi

Marilyn y las devastaciones del Olimpo
Augusto Isla

Sobre Pessoa
(respuestas a una encuesta)

Marco Antonio Campos

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Política y cultura

Sergio Gómez Montero

Por cada paso, un día que transcurre.
Por cada palabras, mil palabras que vocifera la prole.
¿Qué será de nosotros después de esta larga travesía?

J. Viau: “Nada permanece tanto como el llanto”

I

Son éstas una serie de reflexiones sobre un tema que, en apariencia, es remoto, pero que en lo particular es actual. Remoto, porque tanto cultura como política son temas que en teoría y práctica se manejan desde hace tiempo en el campo de pensamiento y práctica humana. Otra cosa es que se hayan resignificado de manera continua en la medida en que se han modificado las prácticas productivas e ideológicas de los seres humanos (si bien es cierto que entre los occidentales ha predominado el pensamiento de la Grecia clásica, hoy la crisis de la razón y también el surgimiento de nuevas formas de ver y abordar el mundo tienden a romper con esa hegemonía). Pero, también, el surgimiento y consolidación del pensamiento complejo (tan proclamado particularmente por Edgar Morin) han generado nuevas e interesantes formas de abordar la cotidianidad. Entre otras cosas, hoy le corresponde a los jóvenes ocupar otra vez la vanguardia en el campo de lo político en la búsqueda actual de caminos que frenen la descomposición social prevaleciente.

Mas, si bien en la acción política los jóvenes están a la vanguardia, extrañamente en el terreno de la teoría ocupan esa vanguardia pensadores no precisamente jóvenes. Si en el ʼ68 predominó el pensamiento de los entonces jóvenes Cohn Bendit, Glucksmann, Rossanda, Balibar y Baechler entre otros muchos, hoy surgen como ideólogos destacados al menos cuatro pensadores no precisamente jóvenes: Hessel, Morin, Bauman y Touraine, quienes directa o tangencialmente han abordado la modernidad y lo mucho que hay que hacer para transformarla y volver así al mundo más amigable para los hombres.

En esa tendencia renovadora se quisieran inscribir estas reflexiones, que buscan explicar fenómenos sociales actuales a los que se aborda, se cree, de una manera insuficiente, dado que esas explicaciones no hermanan precisamente dos fenómenos sociales cuando hoy particularmente el uno no se puede explicar sin el otro (entre nosotros, claro, pero ello también es válido en lo general). La referencia tiene que ver con política y cultura, conceptos y prácticas que hoy entrecruzan sus caminos de una manera evidente y forman en su comunión un mundo altamente significante en la actualidad.

¿O es que la vida política se explica sólo a partir del pensamiento y la práctica que le son propios? ¿Existe solo el pensamiento político? ¿No acaso la política es una parte de los comportamientos humanos y por ende culturales, dado que todo comportamiento humano es un comportamiento cultural? Dar respuesta a las interrogantes anteriores implica –es cierto, puede ser– resignificar tanto la política como cultura y es una premisa que de entrada se acepta, de la misma manera que habría que reconocer, también de entrada, que tanto política como cultura en la actualidad se entrecruzan, y asimismo el hecho de que de las relaciones que surgen de ese entrecruzamiento poco se ha ocupado el pensamiento contemporáneo, a pesar de que, como se intuye en las obras de Touraine (¿Podremos vivir juntos?, 1997) y Morin (La vía hacia el futuro, 2011), vincular ambas prácticas sociales para luego interpretarlas sería un ejercicio totalmente necesario.

II

Un ventarrón terrestre barre con todo y se va.
Al pie de la torre el agua se ha vuelto cielo

Su Tung-P’o, “Lluvia derramada.”

Se tiene aquí por necesidad que retomar las lecciones pretéritas que dos autores se han encargado de dejarnos. Uno es Castoriadis (Escritos políticos, 2005) y el otro es Bauman (La ambivalencia de la modernidad y otras conversaciones, 2002). En el primer libro citado, refiriéndose a su ensayo “Poder, política y autonomía”, el autor turco-francés nos plantea el dilema del poder y de sus dos orígenes, en donde uno tiene que ver con la conciencia y de hecho es innato dado tanto su carácter impositivo como su arbitrariedad; ambos caracteres no son visibles y este tipo de poder no es identificable con una persona, grupo o clase social: “La sociedad ejerce un infra-poder radical sobre todos los individuos que produce.” Pero también hay otro poder, que surge inserto en una dimensión de sentido que imposibilita su cuestionamiento: su interiorización queda asegurada por el proceso de socialización y es éste el que reduce a la política a su dimensión jurídico-estatal del poder y limita a la primera a ser una simple lucha por la transformación de las instituciones y no una lucha por la transformación de la relación entre la sociedad y sus instituciones. Hoy, de hecho, todas las actividades humanas se desarrollan en el marco de la dualidad mencionada por Castoriadis.

Bauman (polaco-inglés) nos enseña a ver de manera diferente la cultura. Toma de Santayana, para empezar, su noción de cultura: un “cuchillo hendiendo el futuro” y habla de la cultura como la verdadera energía que le permite al quehacer humano renovarse continuamente sin desprenderse de sus raíces originarias. “Como la historia –escribe Bauman–, nosotros, los yoes morales, nos movemos hacia el futuro de espaldas, empujados desde atrás por los horrores del pasado.”

Pero, ¿por qué Castoriadis y Bauman? Por una razón muy sencilla: en la época actual la relación que se establece entre política y cultura se limita (o la han limitado) a entender esa relación sólo en la dimensión jurídico-estatal del poder y no, como debiera ser, vinculada al mundo del poder infra-radical, lo que nos llevaría precisamente a buscar la transformación a fondo de la relación entre la sociedad y sus instituciones. En otras palabras, o se entra a este segundo nivel de realidad o el análisis de política y cultura será puramente anecdótico, cuando lo que requerimos es que dicho análisis sea lo más profundo y sólido posible. Pero, ¿por qué esa necesidad? Porque si no todos, absolutamente todos, nos veríamos involucrados como responsables de quedarnos hundidos en ese mundo falso y corrupto de la dimensión jurídico-estatal del poder que hoy prevalece, cuando lo que necesitamos es que esa dimensión se transforme y los sujetos históricos vayan más allá de ella. En otras palabras, entender hoy la política (y más específicamente: la política actual en México) nos debe conducir a navegar paralelamente por los campos de la política global (como la entiende Castoriadis) y de la cultura, entendiendo por ésta, como nos lo hace ver Bauman, “la característica fundacional del modo de ser humano –la cultura con su inquietud endémica y con su inclinación innata hacia la trascendencia”, donde la trascendencia para nada tiene que ver con caminar de espaldas hacia el futuro.

Mientras política y cultura no trasciendan lo jurídico-institucional, ambas actividades humanas se seguirán significando por su intrascendencia.

III

... la Bestia
no vive extramuros o en casa del vecino:
habita en todas partes
también en nuestros sueños, nuestras luchas
y nuestros corazones

Jorge Riechmann: “Sermón microfísico”

Se termina aquí esta serie de notas, afirmándose sólo que la realidad no debe ser leída sólo en la superficie y de una manera inmediata. Hay que abordarla en su totalidad y lo más profundamente posible que se pueda, como lo pide Hannah Arendt (La tradición oculta, 2004). Y así sucede con el caso de la cultura al relacionarla con la política. Ella, como toda realidad, exige –siempre siguiendo a Arendt–, indagar en todos los recovecos posibles para así agotar la posibilidad de verdad.


Ilustraciones de Huidobro

Por eso, una primera lección factible al abordar el estudio de la relación mencionada es que la cultura se vincula de manera diferenciada con la política, de la misma manera en que ésta se relaciona diferenciadamente con el poder. En lo inmediato, cultura y política se relacionan a nivel jurídico-institucional, y de allí surge, obviamente, la inmediatez de las respuestas: “En este país todo está corrompido y por ende nada puede cambiar.” “¿Si todo está corrompido, qué caso tiene luchar?” “¿La política? La política es para los corruptos y por lo tanto yo no me meto en ella.” “Si todo está envenenado por la televisión y la televisión es todo, ¿cómo es que le podemos hacer para evadirnos de ese todo?” El hastío, la desesperanza, el “ahi se va”, la huida hacia falsos paraísos son las únicas conductas que, en todos los mexicanos, se manifiestan frente a un accionar político que nadie, o muy pocos, logran entender en su verdadera dimensión, o que no les interesa cambiar porque ellos se ven favorecidos por ese accionar. Es obvio decir que el nivel de esa primera relación entre política y cultura es el que predomina hoy en México, y que genera, por ejemplo, la cultura del futbol o de las telenovelas. De esta manera, la cultura en tanto comportamiento social masivo tiende, contradictoriamente, hacia su pauperización creciente. Por un lado, se degrada de manera sensible al alienarse en tanto comportamiento masivo; mientras que, por el otro, todo aquello que ayuda a enfrentar esa alienación (alimentar la conciencia del conocimiento: arte, educación, sano esparcimiento) se encarece y queda lejos así de las grandes mayorías.

Esta cultura jurídico-institucional se fue imponiendo con los procesos de urbanización que, al acelerarse de manera continua, fueron convirtiendo a las grandes ciudades (afirma Bauman en 44 cartas desde el mundo líquido, 2011) en grandes cubos de basura que, en términos culturales, olvidaron todo aquello que deviene de la agri-cultura y que hoy tiene sumido al mundo en una crisis ambiental, política y cultural de dimensiones catastróficas.

El otro nivel de relación –evidentemente mucho más escaso y aislado en sus manifestaciones–, tiene que ver con la segunda forma de relacionarse de política y poder; es decir, al nivel del “infra-poder radical sobre todos los individuos que produce” (Castoriadis), y que sólo se reconoce de esa manera parcial y aislada que se ha mencionado. Él sólo muy eventualmente se logra manifestar mientras predomina el nivel jurídico-institucional que controla las relaciones sociales y, sobre todo, la política. Vale decir que cuando la cultura que genera el nivel del infra-poder radical –y que no implica para nada dominación–, se hace presente y se extiende, va desplazando paulatinamente a la otra cultura y comienza a imponer sus propias reglas, que no sólo son de condena y rechazo frente a lo establecido sino de franca rebelión frente a ello.

¿Qué tanto hoy, en el país, ambas culturas existen? ¿O es que sólo se manifiesta la cultura generada desde el nivel de lo jurídico-institucional? No, no es así. Toda aquella cultura que viene desde abajo, que tiene profundas raíces étnicas (el México profundo de Bonfil Batalla), o toda aquella que rechaza el status quo, se identifica, claro, con la cultura que deviene del infra-poder radical; cultura que no extrañamente busca ser sometida por la otra cultura o busca ser definitivamente borrada a la manera de la de los pueblos indígenas de Estados Unidos o de las minorías de aquel país.

Como sea, en nuestro caso, ¿por cuánto tiempo seguirá predominando la cultura que deviene del nivel jurídico-institucional de la política? Y mientras tal nivel predomine, ¿cómo será posible revertir esa dinámica?