Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 16 de diciembre de 2012 Num: 928

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Martha Nussbaum y
la fragilidad del bien

María Bárcena

Combate
Leandro Arellano

Para leer a
William Ospina

José María Espinasa

Luis Rafael y La
guaracha del
Macho Camacho

Ricardo Bada

Faulkner cincuenta
años después

Carlos María Domínguez

Propuestas sencillas
Jaime Labastida

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Cabezalcubo
Jorge Moch


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Luis Tovar
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Estaba un día el Santos

… metiéndose a la pantalla de cine, cuando

los moneros Jis y Trino se soltaron diciendo, poco más o menos y en resumidas cuentas, que con El Santos contra la Tetona Mendoza no van a quedar contentos –ni era ésa su intención– los fanáticos, nostálgicos, añorantes, conocedores, recalcitrantes de la ya extinta tira cómica nacida, crecida y fenecida precisamente en páginas de este diario.

También, y prosiguiendo con esa suerte de autodesmarque, de algún modo han dicho que si ellos no son más papistas que el Papa, mal harían si así actuasen quienes vean la película y acaben diciendo que faltó esto o aquello; que ese no es el Santos o no del todo; que algo le falta o algo le sobra, ahora que se le ha cinematografizado, en ausencia o exceso de lo cual no suscita –en esos fanostálgicos añoraconorrecalcitrantes– ninguna de las dos siguientes reacciones, que para el caso tal vez acaban siendo una sola: risa constante mientras la película está siendo vista y, acto seguido, una certeza de doble faz, consistente en poder afirmar que el Santos-tira cómica tuvo una feliz conversión al Santos-dibujo animado y, en consecuencia, que El Santos contra la Tetona Mendoza es una buena película, todo a despecho de cuanto puedan opinar, objetar, deplorar o echar de menos los antes referidos añorálgicos, e incluso independientemente de lo que los propios Jis y Trino hayan llegado a querer o imaginar en un momento dado, en tanto creadores del Santos y su cohorte de personajes pero, al mismo tiempo, no siendo ellos, los moneros, los responsables ni directos ni últimos de lo que se ve en pantalla.

… juntando polvo en la memoria de algunos, cuando

llegó el director cinematográfico Alejandro Lozano, pero mucho antes que él la supervisora musical Lynn Fanchtein, y junto a ellos, en ese antes y también más tarde, una cifra duramente cuantificable de personas, todos con la idea, hoy un tanto añosa siendo que data de hace más de una década, de que estaría chingón hacer una película del Santos sin que el güey perdiera ni un gramo de todo aquello que, precisamente hace más de una década, hacía que Unchorrodegente comprara La Jornada todos los domingos y lo primero que buscara fuese la tira del Santos, invariablemente interrumpido por el Cabo: antisolemnidad, irreverencia, desmadre, guarrez, deschongamiento, escatología, traducido en un omelet en el que se mezclaban lo mismo Timbiriche que Monsiváis, unas muñecas Barbie que un moco del Santos utilizado como estupefaciente, y de los fuertes, más un etcétera en el que siempre cupo cualquier absurdo, sin importar cuán sinuoso fuera.

Pero llegaron y lo primero que debieron enfrentar fue una bronca, más bien gorda, de la que no han salido bien librados colegas bastante célebres del Santos, como Mafalda o Boogie, el Aceitoso, para no desbordar el ámbito latinoamericano: la bronca de llevar el aliento narrativo de lo muy breve a lo comparativamente largo; el pedo –diría el Santos– de sostener, pero no a punta de sketches ni de gags, durante larguísima hora y media, un microcosmos concebido para surgir, dar luz, fenecer y resurgir, una semana después y hablando de muy otra pachecada, en el espaciotiempo de los dieciséis cuadritos de una historieta.

… topándose con generaciones que ni idea tenían de él, cuando

vio que tanto sus creadores originales como sus recreadores en la animación intentaron darle cuerpo a una trama que valiera por sí misma, desde luego que incorporando como elementos fundamentales a la mayoría de los personajes que siempre rodearon al Santos, comenzando por la Tetona Mendoza, el Peyote Asesino y el Cabo; desde luego, sin perder ni un punto del calibre verbal que los caracteriza, ni tampoco ciertas constantes de la historieta o de sus creadores, por cierto nodales para la trama, como los zombis de Sahuayo o el futbolero Atlas.

Pero vio el Santos, y puede que se haya puesto a llorar como en alguna tira llegó a hacerlo, moqueando y sin recato, que la primera caída de la lucha libre con el público –fan o no, novel o ruquel– la ganó de calle, todos risa y risa, pero que la segunda la perdió igualmente de calle porque la sala oscura también se puso notablemente silenciosa, y que la tercera y última caída supo más a empate y menos a victoria, porque a Unos –ya se dijo mucho a quiénes– les supo a poco este Santos, mientras que a Otros les supo demasiado a chora, caca y moco.

Dicen Jis y Trino que quieren una segunda y hasta una tercera luchita. Ya se verá si el buen Sanx también la quiere y, sobre todo, si la aguanta.