Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 16 de diciembre de 2012 Num: 928

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Martha Nussbaum y
la fragilidad del bien

María Bárcena

Combate
Leandro Arellano

Para leer a
William Ospina

José María Espinasa

Luis Rafael y La
guaracha del
Macho Camacho

Ricardo Bada

Faulkner cincuenta
años después

Carlos María Domínguez

Propuestas sencillas
Jaime Labastida

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Cabezalcubo
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Orlando Ortiz

Perspectiva negra (I DE II)

Nunca acabo de entender esa diferencia que hacen los académicos entre novela policíaca, relato policíaco, novela criminal, novela negra, de detectives, de suspenso y qué sé yo cuántas categorías o clasificaciones más. Eso, cuando se dignan tomarla en cuenta, por no decir “bajar la mirada” con indulgencia, o hasta con un gesto de conmiseración. Para estas personas, los paradigmas son Gilbert k. Chesterton, Conan Doyle, Wilkie Collins, Agatha Christie y, haciendo un esfuerzo, George Simenon. Se quedan en lo que otros de sus colegas denominan novela enigma. Al parecer, el delito es cuestión de inteligencia, tanto del que lo comete como del que debe averiguar  “quién es el culpable”.

En la década de los ochenta, Ernest Mandel publicó Crimen delicioso, cuyo subtítulo es Historia social del relato policíaco. Me llevó a su lectura una profunda curiosidad, en gran medida morbosa, pues conocía su Tratado de economía marxista, y me preguntaba por qué razón estaba poniendo en riesgo su prestigio como intelectual marxista y líder de la Cuarta Internacional. Mi inquietud no respondía a preocupaciones de orden ideológico (¡Válgame San Carlos, San Federico, San Vladimir y San León, un intelectual marxista ocupándose de trivialidades burguesas!), sino a que dudaba mucho de que un economista, filósofo y activo dirigente trotskista hubiera tenido tiempo para leer novelas policíacas. Imaginaba que alguien como él dedicaría la totalidad de su tiempo al estudio y análisis profundo tanto de la teoría como de la realidad del mundo y la situación de su partido. Dudaba mucho de que estuviera bien informado sobre el tema y conociera la extensa lista de autores y obras clásicas y contemporáneas del género policíaco.

Mi sorpresa fue mayúscula y sentí vergüenza de haberme aproximado al libro con un prejuicio descomunal. Mandel conocía autores y obras para dar y regalar; sin embargo, lo que más me entusiasmó fue el abordaje que hacía del tema. El que esto escribe conocía La novela criminal, publicada por Tusquets, con artículos de Gramsci, Eisenstein, Chesterton, Allan Poe y Thomas Narcejac, con un prólogo de Román Gubern; también la Breve historia de la novela policíaca, de Alberto del Monte, y tal vez ya para entonces había leído De la novela policíaca a la novela negra, de Salvador Vázquez de Parga, y la Historia del relato policial de Julian Symons. Sin duda buenos textos, cargados de información y análisis interesantes, pero ninguna comparable con el que hace Mandel, en verdad deslumbrante.

Confieso que mi entusiasmo no apareció desde las primeras líneas, pues ya no recuerdo si en el prólogo o en el primer capítulo asentaba que para proceder al análisis del tema utilizaría el método dialéctico clásico, es decir, el que desarrollaron Hegel y Carlos Marx. Supuse, y supuse mal, que las siguientes páginas iban a estar cargadas de proletarios, sujetos y objetos históricos, plusvalía, explotación, modos de producción, formación social, burgueses, ideologías burguesas, etcétera. Suposición, como ya dije, infundada. Porque en los capítulos subsecuentes, además de información y opinión que para nada recurría a la gastada jerga de los marxólatras y marxólogos, Mandel manejaba magistralmente la ironía y el humor. Ahí vi y entendí, por primera vez, de qué manera la literatura está ligada estrechamente a lo social y al momento histórico.

Recuerdo claramente que Mandel hace referencia a un pasaje de Marx en el cual este pensador aseguraba que el delincuente produce delitos como el poeta produce versos o el carpintero sillas, es decir, que era parte de la sociedad y como tal cumplía una función social natural y al mismo tiempo era producto de ella. Desde entonces me quedé con el propósito de averiguar –nunca lo he hecho– si era verdad que las líneas citadas estaban en la teoría de la plusvalía de Marx. ¿Ocurre en todas las sociedades?, me preguntaba, porque en aquel entonces se creía que tales males desaparecerían al llegar el socialismo. El tiempo y la realidad son muy crueles.

Así, cada momento del desarrollo de la novela policíaca responde a la etapa del desarrollo capitalista en el que surge. El detective privado funciona cuando el delito es cometido por individuos, y a medida que el delito toma otras directrices el investigador privado es insuficiente y se hace necesario el respaldo policíaco. Y el crimen organizado exige, obviamente, mayor organización, preparación y equipamiento de la policía, a lo cual habría que agregar las imbricaciones políticas y de corrupción. Veremos lo que esto implica.

(Continuará)