15 de diciembre de 2012     Número 63

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Totonacapan, Huasteca
y totonacos huastecos


FOTO: José Daniel Ojeda Rojas

Leopoldo Trejo Museo Nacional de Antopología INAH

Si preguntamos a cien mexicanos qué se les viene a la cabeza cuando escuchan la palabra “totonaco”, muy probablemente las respuestas apuntarán hacia Veracruz, y más en concreto a Papantla o El Tajín. Si tenemos suerte y nuestros encuestados saben que los totonacos son nuestros contemporáneos y no la cultura prehispánica que construyó la Pirámide de los Nichos, entonces tenderán a asociarlos con los Voladores de Papantla, danzantes que desde hace varias décadas han servido de emblema para el estado de Veracruz.

Si preguntamos a esos mismos cien mexicanos qué se les viene a la cabeza cuando escuchan la palabra “Huasteca”, muy probablemente las respuestas apuntarán, ya no a una entidad federativa ―pues hay huasteca veracruzana, potosina, hidalguense, poblana, queretana y tamaulipeca― sino a un complejo musical y gastronómico. Luego entonces, la Huasteca nos convoca a cantar y bailar huapango, así como a degustar un rico sacahuil, enorme tamal horneado, propio de gran parte de esta región.

Si les volvemos a preguntar pero ahora por la palabra “Totonacapan”, seguramente inferirán que es la tierra de los totonacos y por lo tanto regresarán a Veracruz y los Voladores. No obstante, si les cuestionamos por los teenek, sólo aquellos acostumbrados a los matices, dirán que la Huasteca es la tierra de los teenek, pues éste es el nombre de los pobladores originales de dicho territorio.

Pero si después de esta larga encuesta les preguntamos sobre los “totonacos de la Huasteca”, nuestros cien mexicanos se darán la vuelta o simplemente dirán: “pues los totonacos que viven en la Huasteca”, es decir, los totonacos de tierra teenek que tocan Huapango y comen sacahuil, pero que danzan el Volador de Papantla y viven en el Totonacapan. O sea, ¿cómo?

Los totonacos de la Huasteca son diferentes al conjunto de los hablantes de esa lengua por dos razones fundamentales: 1) las vecindades étnicas y 2) las condiciones geográficas e hidrológicas particulares. Respecto a la primera, sin lugar a dudas la más importante es crucial saber que los totonacos que viven en los municipios poblanos de Pantepec, Jalpan, Venustiano Carranza y Xicotepec, así como en Ixhuatlán de Madero, Veracruz, principalmente, desde hace centurias comparten el territorio y la vida con los pueblos otomíes, nahuas y tepehuas.

Gracias a esta cotidiana convivencia, tanto las prácticas rituales y religiosas, como los patrones estilísticos, la música, en fin, innumerables formas de expresión cultural entre las que destacan los cuerpos de papel o corteza de árbol que elaboran para sus dioses, resultan profundamente similares. Sin embargo, hay que resaltar que la lengua, quizá el más importantes canal de comunicación e identidad, se mantiene como frontera entre ellos. Luego entonces, los totonacos de la Huasteca son un pueblo que aunque habla y se identifica con el universo totonaco y el Totonacapan, en la vida cotidiana y ritual se parecen más a los otomíes y tepehuas que habitan al sur de la Huasteca.

Para aclarar o evitar equívocos, vale la pena invocar el segundo factor de diferencia de que hemos hablado: el fisiográfico. Aunque todos los pueblos indios que habitan sobre las cumbres y en declive costero de la Sierra Madre Oriental comparten condiciones climáticas y biológicas relativamente parecidas, el paisaje de esta hermosa región se ve cruzado de oeste a este por diversos caudales que, en su camino al mar, segmentan la tierra dando origen a pequeños territorios o micro regiones culturales.

Caminos de agua, los ríos son frontera y a partir de ellos podemos, con mediana certeza, imaginar los límites entre un núcleo específico de totonacos y los otros. Por ejemplo, en lugar de decir “totonacos de la Huasteca”, bien podemos llamarlos “totonacos de la cuenca del Pantepec”, pues sobre la tierra que se abre a los lados de este río, los nahuas, tepehuas y otomíes han delineado el rostro de estos particulares totonacos.

En la vida cotidiana nuestro pensamiento busca lugares de reposo. Sitios cómodos y generales desde donde miramos el mundo sin curiosidad ni asombro. En este contexto, podemos pensar que la meta primera de la antropología social es la de volver extraño aquello que nos parece familiar, en otras palabras, hacer evidente que el uso de una lengua no significa la reproducción de una misma cultura y por lo tanto, ni todos los totonacos son iguales, como tampoco las huastecas terminan ahí donde deja de sonar el huapango.


Los xi´oi (pames)
y la historia a contrapelo

Marco Antonio García Hernández Maestría en Desarrollo Rural, UAM-X


FOTO: Norma García

El Viernes Santo en Santa María Acapulco comienza con la procesión por el circuito principal de la comunidad. A las 11 de la mañana, un grupo de jóvenes, cada uno sosteniendo una rama de trompillo recién cortada, se colocan en cuclillas y rodean al Jesús. Es un huerto “vivo”, es el Monte de los Olivos o Getsemaní. En ese momento aparece un personaje que busca afanosamente. La gente, principalmente los niños, lo ven con miedo y expectación. El sujeto, levanta del suelo una hoja, una piedra, lo que encuentre, y lo acerca a su cara; olfatea, sabe muy bien el olor de lo que busca y, comprobando que no corresponde, arroja con violencia el objeto en turno. Da seis vueltas en torno a la enramada, husmea, continúa con su búsqueda, la tensión crece entre la gente, que, ya sabiendo lo que sobreviene, desearía poder detenerlo.

Don Pedro y don Félix están sentados junto a mí. Volteo con cara de angustia pues no entiendo qué está pasando y ellos, adelantándose a mi pregunta, me dicen a una sola voz:

—Es la chikut—, y viendo mi cara, ahora doblemente contraída por la duda, me afirman —la chikut es el diablo.

—¿El diablo?—, les pregunto, tratando de memorizar el término y a quién representa.

—Y también Judas, el que traiciona—, me dice don Pedro. —Y el sacerdote y el mestizo— tercia don Félix.

Serios, sin agregar más, vuelven sus ojos hacía el huerto en el mismo momento en que la chikut encuentra a Jesús. Lo huele, lo toca, lo señala.

La chikut es un personaje de contraste identitario. Representa entre los xi´oi o pames —grupo originario que actualmente vive en la zona media de San Luis Potosí y el norte de Querétaro—, la síntesis de piezas profundas de la larga duración histórica que evidencia parte de su experiencia de vida. Es, al mismo tiempo, un eje que permite advertir la conjunción de eventos contradictorios: la historia, la colonización y evangelización, el mito, la lucha y la resistencia.

La chikut-Judas. Los xi´oi han coexistido en San Luis Potosí, con teenek o huastecos y nahuas. Su lengua, el xi´oi o xi´ui, pertenece a la familia otopame, y fueron los únicos de este grupo etnolingüístico que formaron parte de la Gran Chichimeca, en el septentrión mesoamericano del siglo XVI. Al momento de la conquista y la colonización, ocupaban un vasto territorio que iba desde el actual Michoacán hasta Tamaulipas, a lo largo y ancho de la Sierra Gorda y la Sierra Madre Oriental. Ellos eran especialmente cazadores y recolectores, sin embargo, aunque no desconocían la agricultura, está sólo se hizo preponderante como medio de subsistencia tras su congregación en pueblos y villas.

La chikut-sacerdote. Los xi´oi fueron concentrados con grandes esfuerzos por parte principalmente de misioneros religiosos, hacendados y aparceros. Con estrategias diversas como la entrega de alimento y vestido, sumadas a los métodos no menos violentos de aquellos interesados en su explotación como mano de obra, se logró su sedentarización total sólo hasta muy entrado el siglo XVIII. Con todo, los tres siglos de la Colonia significaron para los pames una reducción drástica de sus miembros, pero no propiciaron su extinción social, ni cultural.

La chikut-mestizo. El siglo XX trajo consigo el reconocimiento de la propiedad colectiva de la tierra para los xi´oi, en forma de ejidos y bienes comunales. Sin embargo, esto no repercutió en la mejoría de la situación socioeconómica de los indígenas, tanto por las condiciones naturales de sus territorios, como por los privilegios históricos de los no indígenas, que pronto impusieron su lógica económica, especialmente a través del control los espacios de decisión política municipal y estatal.

La chikut-diablo. Ubicados actualmente en más de cien localidades de cinco municipios de San Luis Potosí y el norte de Querétaro, los xi´oi suman más de 20 mil indígenas, de los cuales dos terceras partes son hablantes activos. La vitalidad de su cultura se advierte en una veintena de rituales y celebraciones comunitarias —entre las que destacan la Semana Santa, el “mes de los tamales” o fiesta de los muertos y las fiestas de los ejidos—, y decenas más de ellos a nivel doméstico y comunitario. La principal deidad de los xi´oi es el Trueno, algunas veces identificado también como el Diablo o el Venado. El sol y la luna/tierra, se relacionan con el dios y la virgen católicos respectivamente; las estrellas, el monte, las piedras y otros elementos de la naturaleza también forman parte del culto actual de este grupo originario. Así, su cultura, su memoria histórica y el mantenimiento de la lengua materna, se conforman en un repertorio de estrategias de resistencia, que interpelan a aquellos que los vieron —y, de manera por demás retrograda e inexplicable, los ven— como “los más salvajes”, los “chichimecas” o simplemente como los “de otra raza”.

Hoy, involucrados en un proceso de modernización desbordante, de planes y programas de desarrollo prefigurados por agentes externos, donde uno de los aspectos más impactantes es la integración de su economía al mercado interno, asisten a cambios profundos en la forma de trabajo y la estructura ocupacional de su población económicamente activa, sin embargo, cada vez más los xi´oi alzan la voz, y es de esperarse que ésta se escuche lejos, tan lejos como se escucha el Trueno.


Radio Huayacocotla,
La Voz de los Campesinos


FOTO: Ángel Morales Rizo

Eduardo Méndez Salas

En la sierra del norte de Veracruz, a más de dos mil metros sobre el nivel del mar, transmite todos los días, desde las siete de la mañana hasta las siete de la tarde La Voz de los Campesinos. Desde el seis de julio de 2005 se escucha fuerte y estereofónica en la frecuencia de 105.5 megahertz con sus diez mil watts de potencia por toda la Sierra Norte de Veracruz e Hidalgo y partes de Puebla y Querétaro, San Luís Potosí, Tamaulipas y por las lomas de todas las Huastecas.

Esta radio comunitaria da voz a los pueblos para platicar las luchas de las comunidades de la Sierra y de la Huasteca ante los abandonos de los gobiernos y la ausencia de sistemas de educación y salud que merezcan ese nombre. A contracorriente de los poderes establecidos.

Los locutores indígenas de Radio Huaya dan cuenta de los frutos que ha dado la milpa, de los puentes que hacen falta para cruzar arroyos y ríos, del indignante tráfico con la pobreza de los indígenas en las campañas proselitistas de los partidos. La Voz de los Campesinos habla desde las lenguas originarias de la región que persisten no por un postulado ideológico ni por la existencia de programas gubernamentales, sino por la elemental necesidad de los pueblos de comunicarse con las palabras que la gente escucha desde el nacer.

Esta radio comunitaria nació desde 1965 en el modelo de escuelas radiofónicas. La transmisión se enlazaba con 123 aulas en comunidades de toda la región. La programación abarcaba contenidos básicos y alfabetización de adultos. El modelo se agotó por falta de recursos en 1972. La radio renace en transmisión abierta pero todavía con el mismo permiso de onda corta en 2390 khz.

Pronto la radio se posicionó con una barra de música regional, la que se toca con trío de violín, jarana y huapanguera y con las bandas de viento, y cubrió las cañadas de la sierra en los municipios más cercanos a Huayacocotla, con la información alternativa del Noticiero del Campo. Con un pie en la cabina de transmisión y otro en las comunidades campesinas. Radio Huaya se propuso apoyar las organizaciones campesinas, que en ese tiempo surgían en la zona, para impulsar las iniciativas de producción y desarrollo y su independencia respecto del gobierno. Así, la radio acompañó con su palabra y con la acción a los 14 ejidos incorporados a la Unidad de Producción Forestal y Agropecuaria Adalberto Tejeda, surgida en 1981. Y desde 1984 comenzó a servir como voz para los indígenas otomíes y campesinos, víctimas de la violencia armada de los terratenientes ganaderos de la sierra.

En este caminar, La Voz de los Campesinos ha sido testigo activo de las consecuencias de más de 500 años de invasión europea, pasando por la rebelión zapatista del 94, del indigenismo que se murió al paso de los pueblos, nunca más objetos de la investigación, sino sujetos de su propia historia. El horizonte de la autonomía de las comunidades ñühüs, nahuas, tepehuas de este norte de Veracruz señala por dónde caminar, y la costumbre de resistir que confronta el vivir mejor con el buen vivir orienta la voz de la Radio Huayacocotla.

Los gobiernos habían venido bloqueando las solicitudes de permiso de radio cultural y comunitaria de la sociedad civil desde hace más de 40 años. En 2003 resurgió la demanda masiva de parte de comunidades y grupos por el derecho a tener un espacio en el cuadrante de la radio. En Oaxaca, Chiapas y Guerrero aparecieron decenas de radios comunitarias, sin esperar documentos. En 2005 el gobierno hubo de entregar 15 permisos a radios populares e indígenas, entre ellos la frecuencia de FM para la Radio Huayacocotla, La Voz de los Campesinos.

Con su nueva frecuencia en el 105.5, la señal de la radio se repartió por las Huastecas de San Luis Potosí, Hidalgo, Veracruz, Tamaulipas y Puebla y por todo el norte de la Sierra Madre Oriental.

De esta manera, en los lomeríos de Huejutla y Chicontepec, en las montañas y barrancas, en las carreteras, en las colonias de Pachuca y Tuxpam y en Nueva York se escucha La Voz de los Campesinos, Se oye el Cantar del viento de las bandas y el Alma huasteca de los tríos huapangueros. La programación de esta radio La Voz de los Campesinos, 'Bida r'o nmänya 'befi jä'ï, se hace oír también en cualquier parte del mundo con su transmisión simultánea en internet en la página www.fomento.org.mx.

En estas emisiones se habla de las luchas cotidianas que enfrentamos los hombres y mujeres de nuestros hnïnï hyoya (comunidades indígenas-campesinas) y de la defensa de la tierra y el territorio, y se analiza el contexto social, político, económico y cultural. Aquí tiene lugar la cosmovisión: la palabra del agua, de nuestra madre, la tierra, el xita tsibi (lumbre) el viento y el atole de maíz negro simple o dulce con su salsa de pipián. El xin’bai (el mundo) del carnaval y del xita nth’ënï.

Hoy, en 2012 la Radio Huayacocotla mantiene el diálogo durante 12 horas diarias con los pueblos indígenas de la Sierra Madre Oriental y de la Huasteca con un grupo compuesto por cuatro jóvenes: dos otomíes, un tepehua y una náhuatl, un hombre y dos mujeres mestizas, como parte de un equipo que lleva adelante el proyecto con la voz en el micrófono y los pies en las comunidades.

El papel que ha conquistado La Voz de los Campesinos en la región de la Huasteca Grande es ser también voz de los pueblos ñühü, nahuas y masapjnís. Actualmente, los programas musicales y los informativos editorial son transmitidas en estos idiomas. Un postulado simple sostiene que la lengua se fortalece con el uso público y sin fronteras. Con ese postulado vive la Radio Huayacocotla, Ra ma ia yo'hya häí, Tepoz tlanonotsaloni Hueyiókotl, Lisán Lakaxkajak.

Actualmente existen en América Latina alrededor de mil radiodifusoras de corte popular y cultural que apoyan los procesos organizativos y educativos en los barrios marginados de las ciudades, en las regiones campesinas más apartadas y en decenas de miles de comunidades indígenas. La Voz de los Campesinos está agrupada en la Asociación Latinoamericana de Educación Radiofónica (ALER). En el informativo diario, Contacto Sur de ALER, Radio Huaya comparte sus informativos, para que la palabra campesina indígena nunca se pierda desde el cerro de Postectitla en la Huasteca hasta la región Mapuche.

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