Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 2 de diciembre de 2012 Num: 926

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Arte chileno reciente: política y memoria
Ana María Risco

Tres poetas chilenos

Carnaval chileno
en Guadalajara

Patricia Espinosa

Doce minificciones

La cultura en Chile,
antes y ahora

Faride Zerán

El libro en Chile, una promesa democrática
Paulo Slachevsky

Calderón y el colapso
de los principios

Augusto Isla

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Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Cabezalcubo
Jorge Moch


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De la pornografía a la violencia sexualizada (II Y ÚLTIMA)

Sed de sangre y sed de carne

Los ataques del 11 de septiembre de 2001 con sus casi 3 mil víctimas desataron un deseo de venganza popular en Estados Unidos, por lo que el gobierno de George W. Bush no tuvo que hacer mucha propaganda para justificar una respuesta militar dirigida en contra de un grupo terrorista. Y ese mismo público, encantado por el mito bélico, no titubeó cuando la misión punitiva se volvió una guerra, un ataque indiscriminado contra Afganistán. Como en las fantasías propagandistas fílmicas de Rambo y Chuck Norris, Estados Unidos se presentó como el paladín de la justicia que peleaba contra un enemigo despiadado que no merecía compasión ni ser juzgado por la ley, sino que debía ser eliminado. La noción de guerra aséptica de los conflictos estadunidenses anteriores resultaba insatisfactoria. Esta vez el público quería ver sangre. Y si bien los medios masivos convencionales mantuvieron su política de no mostrar el horror real de la guerra, muchos sitios en internet se dieron vuelo publicando fotos y videos sangrientos de los efectos de la invasión en la población nativa, imágenes que estimulaban el triunfalismo estadunidense, pero que llenaron de ira al resto del mundo. Se popularizaron entonces sitios como nowthatsfuckedup.com y ogrish.com. El primero se presentaba como un foro que ofrecía un trato a los soldados en los frentes de combate: acceso gratuito a la sección de pornografía de paga del sitio a cambio de fotos de la guerra. El abaratamiento y las mejoras de las tecnologías de video digital hicieron de cada soldado un corresponsal en potencia. Cientos o miles de ellos enviaron fotos de cuerpos de civiles y enemigos despedazados a cambio de la oportunidad de ver fotos y videos de cuerpos desnudos, que en muchos casos eran imágenes amateurs de otros soldados en situaciones sexuales, con lo que se cerraba un extraño círculo sexo-horror-sexo. Al poco tiempo tuvo lugar el escándalo de la tortura sexual, ampliamente documentada, en la prisión iraquí de Abu Ghraib. Hay una sexualización implícita en la ocupación de un país, el sometimiento y la destrucción de una cultura. No obstante, esta noción adquiere un carácter literal cuando se muestran imágenes de personas humilladas, cuerpos mutilados por diversión, intrincados y crueles actos de abuso sexual o escenas de soldados orinando sobre cadáveres. Horror y pornografía se entrelazaban de manera cada vez más ostentosa en la Guerra contra el terror, no porque estos actos fueran inusuales, sino porque ahora eran registrados y distribuidos como entretenimiento.

La fábrica del horror

A partir de la guerra de Chechenia (1994-1996) comienzan a proliferar en internet imágenes y videos de ejecuciones, decapitaciones, ahorcamientos, cuerpos desmembrados y toda clase de atrocidades. Estas imágenes llegaron a la red por diversos motivos –para enviar mensajes, intimidar, extorsionar, documentar o denunciar–, pero poco a poco han sido recicladas como espectáculo. Hacia principios del siglo XXI internet se convierte en un gigantesco almacén de imágenes límite que se multiplican cuando el crimen organizado, en particular los narcos mexicanos y grupos insurgentes islámicos y de otras denominaciones comienzan a subir a internet sus propias ejecuciones, decapitaciones y mutilaciones. En febrero de 2002 apareció el video de la ejecución del periodista Daniel Pearl y la imagen de la ejecución de Nick Berg fue subida a la red en mayo de 2004, anunciada como venganza por las acciones de Abu Ghraib. Estos videos abrieron las puertas a una marejada del horror que ha conformado una especie de género con su propio lenguaje fílmico.

Estímulos intercambiables

En un tiempo de diluvio pornográfico que ha normalizado las aberraciones más extrañas, de pronto la muerte se convierte en el último tabú. Las fotos y videos de muerte y tortura reales vienen ahora a ofrecer estímulos límite, un escalofrío perturbador que hace fluir la adrenalina como si se tratara de un paseo en la montaña rusa, un deporte extremo, una droga poderosa o un peligroso acto erótico con un extraño poder de excitación. El hecho de que varios sitios, como bestgore.com y goregasm.com intercalen imágenes atroces con pornografía hardcore va más allá de una simple estrategia comercial para atraer mediante el morbo. Estos sitios, así como la literatura del Marqués de Sade, tienen un público capaz de excitarse con la amenaza de la destrucción del cuerpo. Resulta pertinente entonces preguntarnos: ¿la fascinación sexual por la muerte puede ser un gusto adquirido? ¿En qué medida el estímulo del horror sangriento es compatible o intercambiable con el del sexo explícito? ¿Será que la aparición de estas imágenes en el mismo contexto del imaginario del deseo sexual representa una expresión del retorno de lo reprimido? ¿Es necesario o incluso posible censurar estas imágenes y de qué serviría hacerlo?