Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 2 de diciembre de 2012 Num: 926

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Arte chileno reciente: política y memoria
Ana María Risco

Tres poetas chilenos

Carnaval chileno
en Guadalajara

Patricia Espinosa

Doce minificciones

La cultura en Chile,
antes y ahora

Faride Zerán

El libro en Chile, una promesa democrática
Paulo Slachevsky

Calderón y el colapso
de los principios

Augusto Isla

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Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
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Alonso Arreola
Cinexcusas
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La Jornada Virtual
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Artes Visuales
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La infanda risa enlatada

Uno de los más socorridos –y para muchos absolutamente prescindible– recursos de producción en televisión, sobre todo en programas que buscan hacer reír, son las risas pregrabadas. Risas enlatadas se llamaron durante años, porque se guardaban en cintas de carrete que a su vez se guardaban en recipientes metálicos, de lata. El historiador Ben Glenn II afirma que el recurso de la inducción de la risa a la audiencia no es cosa nueva, ni vinculada directamente a los medios masivos electrónicos de hoy, sino al teatro inglés del XVI: durante las interpretaciones de algunas comedias de Shakespeare –y de una cohorte de imitadores suyos de la época– era cosa común “sembrar” estratégicamente en las graderías a espectadores que reían con particular énfasis ante una frase o un segmento de histrionismo físico, o que proferían exclamaciones de pena durante un momento de drama exacerbado para aplaudir furiosamente hacia el final de la obra: hoy, a quien protagoniza tales fullerías, simplemente le llamamos palero. Las risas enlatadas son eso, paleros de utilería, una argucia, una treta de los productores de programas de presunta comedia que en principio no confían en la solidez creativa o humorística de sus propios guiones, es decir, saben que sus escritores son mediocres, o simplemente no confían en la capacidad histriónica de sus actores, o desconfían del público y sencillamente saben mejor que nadie que el programa que producen es una porquería.

Las risas enlatadas fueron invento de Charles Rolland Douglass, un ingeniero de sonido de la estadunidense nbc en la década de los años cincuenta, para un programa de comedia –bastante malito, por cierto, tan malito que precisamente el público necesitaba un empujoncito para que la cosa más o menos resultara simpática–, que se llamaba The Hank McCune Show. Charles Douglass falleció a los noventa y tres años en 2003. Su invento se popularizó a lo bestia (hoy diríamos que se volvió viral): para fines de la década de 1950 prácticamente todos los programas de la televisión estadunidense tenían risas, chiflidos, aplausos y hasta lamentos pregrabados, intercalados según los productores consideraran necesario enfatizar la reacción del público en el foro, si lo había, o para aparentar su presencia cuando los programas se grababan sin público. La televisión de las décadas de 1960 y 1970 utilizaron las risas pregrabadas hasta la náusea. La popular pareja de Abbott y Costello, cuando mudó del cine a la televisión, cargó con las risas enlatadas y llevó el truco a extremos absurdos: durante toda la transmisión de un episodio se escuchaban risas de trasfondo, independientemente de lo que sucediera en pantalla. Las cosas acá en México, tan dados que somos a los excesos, no fueron muy diferentes.

Televisa, que en su momento fue la única fuente de programas de humor en México, copió desde luego el truco de las risas pregrabadas. No hay comedia de los años sesenta, setenta, ochenta o noventa en México que no contenga risas enlatadas, esa pauta boba para decirle al público cuándo reír, qué cosa es chistosa, qué rúbrica o muletilla hay que celebrarle a los presuntos comediantes. Aun programas de humor que estaban escritos con desparpajo y contenían situaciones o diálogos que por sí solos resultaban chistosos usaron y abusaron de las risas falsas. La carabina de Ambrosio, por ejemplo, en sus primeras temporadas hacía reír fácilmente. Pero de todos modos se usaba hasta el cansancio el sonsonete de las risas pregrabadas, y lo mismo sucedía, por ejemplo, con El show de los Polivoces o con Ensalada de locos. Luego dejó de ser necesario que escritores, actores y productores se esforzaran demasiado, bastaba una muletilla y el constante intervalo de risas pregrabadas para convencernos de que veíamos algo cómico. Roberto Gómez Bolaños, con cualquiera de sus personajes, es un claro ejemplo de una muletilla repetida hasta el hartazgo y celebrada siempre con risas enlatadas. Esperpentos nada chistosos como Anabel, Cosas de casados, Papá soltero o Cero en conducta, de Televisa, o mamarrachadas televisivas como Puro loco o De risa en risa, de TV Azteca, son sobrados ejemplos de la estulticia adornada con risas pregrabadas a las que hoy se agregan exageradas risotadas del equipo de producción en el foro.

Es triste que haya espectadores que necesiten la instrucción de reír. La risa enlatada –o fingida– es un anacronismo. Una falta de respeto. Una tontería más de las muchas que abundan en la televisión mexicana y la hacen tan predecible.