Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 2 de diciembre de 2012 Num: 926

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Arte chileno reciente: política y memoria
Ana María Risco

Tres poetas chilenos

Carnaval chileno
en Guadalajara

Patricia Espinosa

Doce minificciones

La cultura en Chile,
antes y ahora

Faride Zerán

El libro en Chile, una promesa democrática
Paulo Slachevsky

Calderón y el colapso
de los principios

Augusto Isla

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Cabezalcubo
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Alonso Arreola
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Revelación del Oxxo

Estás de pie en la ventanilla de un Oxxo de Ciudad de México. Son las 5.30 de la mañana. La fiesta terminó. Te quedaste sin cigarros. En lo que esperas a que despierte el encargado en turno, observas que dentro de tu automóvil alguien comienza a bailar. Apenas percibes el ritmo que se cuela por la puerta entreabierta. Es Gotye, ese francés que dio la cara por Europa en la última y ridícula premiación que MTV transmitiera desde el Viejo Continente. Sí, hablamos de ese evento con el cual la franquicia estadunidense continúa su misión expansiva sin reparar en los proyectos que nacen, se desarrollan y mueren al otro lado del Atlántico. En fin.

Regresas a tu sitio tras el volante e, inundado por una libertad olvidada, pones de nuevo la canción. Se trata de “Somebody I Use To Know”. Arrancas negándote a seguir el camino a casa. Escuchas con atención. Analizas por qué ese tema resulta tan efectivo y conmovedor. Una introducción con dos notas de guitarra que de pronto se vuelven acorde, una simple melodía de algo que parece xilófono de juguete. Luego las suaves percusiones, la llegada de una voz contenida, expresiva, narrando los recuerdos de un amor enfermo. Todo se mantiene en un mismo y bajo nivel dinámico. La letra se vuelve casi estúpida, banal, hasta que de la nada se eleva hacia el coro sin mayores cambios en la estructura o instrumentación. El video es magnífico. Lo recuerdas bien por la participación de Kimbra, esa bella y capaz cantante con la que Gotye dialoga sus reclamos.

Bosquejo, trazo magistral a lápiz, la pieza termina tal como comienza y la vuelves a poner. Hace tiempo que no te dabas la oportunidad de profundizar en el aire. Rodeando los Viveros de Coyoacán, evadiendo a quienes ya trabajan sus cuerpos contra el frío, sigues manejando mientras alguien canta a tu lado. Rejuveneces. Piensas que ha llegado el momento de revisitarte. Acabas de cumplir treinta y ocho años y eliges, porque el amanecer lo exige, “Streets of Philadelphia”, de Bruce Springsteen. Luego:  “C’est la vie”, de Emerson, Lake & Palmer; “Red Rain”, de Peter Gabriel;  “On Every Street”, de Dire Straits;  “Different Strings”, de Rush; “Drowning Man”, de U2;  “Love Song”, de The Cure, y “The Rainbow”, de Talk Talk. Te lamentas de no tener a la mano a The Blue Nile, Japan o Dead Can Dance. Para decirlo de otro modo: te das una dosis de melancolía alterada, pues hace meses que no ponías freno al espíritu.

Cruzando días, semanas, meses y años, aceleras por avenida Universidad con rumbo a fechas lejanas. En una sintonía distinta, quien te acompaña saca el más reciente álbum del trío británico Placebo. Se llama B3EP. Coliges que tus oídos están listos para recibir un trabajo que ha pasado casi desapercibido entre quienes frenéticamente buscan nuevos grupos ante los cuales rendirse. Suena “B3”. Desde los primeros compases decides que lo comentarás en tu columna del domingo. Luchas contra los adjetivos, pero éstos te asedian como insectos a la carne podrida. El auto se inunda con el riff expansivo de “I Know You Want To Stop”. Vienen después “The Extra”, “I Know Where You Live” y “Time Is Money”. Concluyes que es de lo mejor que han hecho. Claro: lo vuelves a poner, te vistes de espeleólogo y desciendes sin prisa lanzándote desde la piel erizada.

El tráfico gana musculatura. No has llegado a dormir. No te arrepientes pese a que el cansancio te obsequia visiones anacrónicas. Un filtro sepia se interpone entre tus pupilas y el mundo exterior. No encuentras el teléfono. ¿Había un teléfono? Buscándolo notas que las cosas han cambiado. El tapiz y el tablero del auto parecen otros. Miras a tu lado y, quien años después firmará en tu acta de matrimonio, sonríe sin dejar de cantar. Te estacionas con miedo. Estás frente a la casa de tu adolescencia, allí donde las luces comienzan a prenderse una por una. Rostros olvidados te saludan desde el portón vecino. Con mareo, buscas tu reflejo en el retrovisor para descubrir al que fuiste, cuando la música era “sólo” música. Calculas la época. Alguien golpea la ventanilla. La parálisis te detiene. Los golpes continúan. Giras lentamente el rostro.

“¿Qué deseas?”, pregunta el encargado del Oxxo con desesperación. (Parece llevar dos décadas repitiendo lo mismo.) Sales del sueño vertical y, mientras Gotye insiste desde el auto: “eres alguien a quien solía conocer”, finalmente pides los cigarros que has venido a comprar. Aún confundido, arribas a casa y abres la primera botella que encuentras. Sacas un montón de discos; comienzas tu búsqueda mientras ella baila y baila y baila, feliz de que hayas vuelto a ser el de antes. Una vez más, gracias a la música, puedes comenzar de nuevo.