Sociedad y Justicia
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Mar de Historias

Lista negra

D

os mujeres están sentadas en un camellón, bajo la sombra de un árbol raquítico.

Clara: Poquito tiempo que nos dan para almorzar y tú, en vez de comer, te la has pasado escribiendo en ese cuaderno.

Isabel: Era de mi hijo. Mira, tiene su nombre en la pasta: Wenceslao. Me lo dejó casi nuevo cuando ya no quiso estudiar.

Clara: Hazle la lucha de que al menos termine la prepa. La situación está bien difícil. Puede ponerse peor y más para quienes no tengan estudios.

Isabel: Se lo repetí hasta el cansancio y el domingo volví a decírselo pero me salió con lo mismo de siempre: De qué sirvió que mi hermano Felipe terminara la carrera de ingeniero eléctrico si acabó trabajando en una fábrica de molduras para ventanas. Ya con eso me tapó la boca. (Vuelve a inclinarse sobre el cuaderno.)

Clara: ¡Otra vez con lo mismo! ¿Pues qué tanto escribes?

Isabel: Una lista.

Clara: Yo debería seguir tu ejemplo, porque luego, cuando voy al mercado, termino por comprar todo menos lo que necesitaba. ¿De qué te ríes?

Isabel: De que la mía no es una lista de compras, sino de mis problemas.

Clara: Y eso ¿para qué?

Isabel: Para no ahogarme con mis broncas. Híjole, son las dos y media. Pícale porque si no, para qué quieres que don Carlos nos eche la aburridora.

II

En el interior de un taller de artesanías las dos mujeres trabajan y conversan.

Clara: Me dejaste picada con lo de tu lista de problemas. (Elige un pliego de papel amarillo y se pone a cortarlo en pequeños trozos.) ¿Cómo se te ocurrió hacerla?

Isabel: Cuando me di cuenta de que no tenía con quién desahogarme.

Clara: Eso déjalo para mí, que no cuento con nadie. Hace tiempo estoy distanciada de mi familia; en cambio tú, tienes marido, hijos y además te viven tus padres.

Isabel: Pero son grandes, mi papá está muy enfermo y entre los dos apenas alcanzan a sostenerse con su puestecito de dulces. Ya que no puedo darles nada, al menos no los cargo con mis problemas. (Abandona sobre la mesa la máscara de una calavera hecha de cartón.) Mis papás nunca estuvieron de acuerdo en que me casara con Santiago. Decían que era un bueno para nada y que con él me iba a morir de hambre. Si les cuento que Santiago lleva ocho meses sin trabajar lo odiarán más y van a preocuparse por mí.

Clara: Como siempre me dices que tu marido se va de la casa muy temprano, pensé que salía a trabajar.

Isabel: Si consideras trabajo a que salga a la calle y se ponga a tocar la guitarra en cualquier esquina, pues entonces sí chambea, y ¡bien duro! Luego va regresando a la casa a las 10, 11 de la noche y todo para ganarse 70, 100 pesos cuando mucho. (Suspira.) Lo raro es que nunca se queja conmigo.

Clara: A lo mejor él también tiene su listita negra de problemas para no decírtelos ni hacerte la carga más pesada. (Se aproxima a su amiga y baja el tono de voz.) Perdona que me meta, pero tus hijos ya son mayorcitos, están en condiciones de darte su apoyo cuando lo necesites.

Isabel: Casi no hablo con ellos. También salen temprano y regresan tardísimo, si es que vuelven. No les importa que me pase la noche esperándolos y luego tenga que venirme al taller toda desvelada. Creo que por eso me dan las jaquecas tan seguido.

Clara: De seguro lo saben.

Isabel: Porque mi esposo se los ha dicho. Ellos, en vez de disculparse aunque sea de dientes para afuera, le responden muy altaneros o de plano se largan y lo dejan con la palabra en la boca.

Clara: Santiago debería reclamarles.

Isabel: No se atreve, porque como los muchachos tienen un trabajo formal y algo nos ayudan con los gastos, pues él se siente menos y sin autoridad frente a ellos. (Con los ojos encendidos.) Cuando veo que Santiago permite que le falten al respeto, me le pongo brava y le recuerdo que él es el jefe de la familia y tiene que darse su lugar. No me contesta. Él también se va y cuando regresa me llega con aliento alcohólico. (Inclina la cabeza.) Se lo reclamo y me jura por Dios que no tomó nada y que si huele a alcohol es por los chochitos que le da el homeópata para los nervios.

Clara: Por estar hablando contigo no he terminado los cempasúchiles y ya van a venir por ellos.

III

En una avenida ancha y desolada las dos mujeres caminan.

Clara: Ay, Isabel, vas muy rápido, ni que fueras a recoger herencia.

Isabel: Pero ¿de quién? En mi familia el que no está fregado está jodido o en la cárcel.

Clara: No digas eso.

Isabel: Pero si así es, ¿qué quieres que haga? Mi prima Concepción se hizo de un novio muy guapo y menor que ella. Al Beibi, como ella le dice, se le notaba por todos lados que era un transa de lo peor. Se lo dijimos; es más, yo la otra Navidad que me tomé unas copas le advertí que ese fulano iba a meterla en un lío. Así fue: el desgraciado le pidió el favorcito de que le llevara un paquete a su compadre que vive en Ojo de Agua. A la muy tonta se le hizo fácil darle gusto al dichoso Beibi ¡y la agarró la policía!

Clara: No me digas que el paquete era de droga.

Isabel: Pues sí. Ahora ella está en el reclusorio y del tal Beibi ni sus luces. De la familia soy la única que a veces visita a Concha. Me parte el corazón verla metida en la cárcel, como si fuera una criminal, y para colmo esperando que el Beibi se le presente. Yo no la desanimo. ¿Para qué? (Con sigilo.) Tú eres la primera persona a quien se lo cuento. Por favor, no vayas a decírselo a nadie y mucho menos lo de mi cuaderno. (Se detiene y mira sonriente a su amiga.) Has de decir que estoy loca.

Clara: No, para nada. Ya hasta estoy pensando en escribir también mi listita de problemas. En la primera hoja pondría: Estoy sola. Y después… Mira, ahí viene mi combi. Nos vemos mañana.