Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 7 de octubre de 2012 Num: 918

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Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

2 de octubre:
memoria y presente

Elena Poniatowska

Una amistad ejemplar: Westphalen y Arguedas
José María Espinasa

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Septiembre 11 de 2001: once años
de incertidumbre y guerra (II Y ÚLTIMA)

Dudas

No hay duda de que la verdad sobre los acontecimientos del 11 de septiembre estará por siempre perdida en una impenetrable nube de polvo tóxico. Pero tampoco hay duda alguna de que Bush tenía intención de invadir Irak durante su presidencia y utilizó el 9-11 y la presunta amenaza del programa de armas nucleares de Bagdad como pretexto. Está plenamente demostrado que la guerra e invasión contra ese país fue lanzada tras una campaña de propaganda a base de distorsiones de la realidad y mentiras. Nadie tampoco perdió su empleo o fue encarcelado por su participación en un acto criminal de semejantes proporciones. La guerra se vendió como un acto preventivo, pero hasta el más ingenuo pudo ver las auténticas intenciones del equipo neocon. En cambio, muchos misterios siguen sin resolverse. Por ejemplo, seguimos sin saber quién fue responsable de los ataques por correo contaminado con ántrax de pureza militar o Ameritrax (aparentemente de la cepa de Ames, producida por el ejército estadunidense) que tuvieron lugar una semana después del 11 de septiembre. O cómo es posible que los únicos tres rascacielos en el mundo que se han colapsado en la historia debido a incendios hayan sido las torres 1, 2 y 7 del WTC. Con el agravante de que esta última se cayó a pesar de que no recibió impacto alguno. La explicación oficial de dicha catástrofe es que supuestamente se debió a “los fuegos iniciados en diferentes pisos debido al colapso de las torres 1 y 2, y a la falta de presión de agua en el sistema rociador de emergencia del WTC.

La amenaza en blanco y negro

También es claro que la administración Bush estaba muy enterada del tipo de amenaza que se avecinaba. Aquella famosa advertencia del 6 de agosto de 2001 en el Presidential daily brief (resumen presidencial informativo diario) que comenzaba con el título: “Bin Laden está decidido a atacar en los Estados Unidos” y que fue desclasificada en 2004, fue sólo la punta del iceberg. Como reveló Kurt Eichenwald en el New York Times del 10 de septiembre de 2012, este documento por sí mismo no representaba una amenaza identificable, pero al ver los reportes que el gobierno no desclasificó, entonces se puede constatar que había numerosas pruebas y que el ataque era inminente. De acuerdo con el artículo de Eichenwald, quien tuvo acceso a varios de los reportes aún clasificados, los neocones que acababan de tomar el poder (empezando por el vicepresidente Dick Cheney, Donald Rumsfeld, Condoleezza Rice, David Pearl y Paul Wolfowitz, entre otros) estaban seguros (o querían estarlo) de que la CIA estaba equivocada y que Bin Laden sólo estaba blofeando, haciéndoles creer que planeaba un ataque sólo para distraer la atención de su “amigo” Saddam Hussein. Estos genios de la geopolítica aparentemente no podían entender que entre Bin Laden y Hussein había una profunda rivalidad y antipatía, y que jamás hubieran sido aliados.

¿Atar cabos?

Desde el 29 de junio de 2001 la CIA tenía completa certeza de que se preparaba un ataque que provocaría “consecuencias dramáticas” y numerosas víctimas. El 24 de julio, la CIA informó a Bush sobre el ataque. Para entonces ya incluso sabían que había sido pospuesto, pero había suficiente información para creer en la veracidad de la amenaza. Aunque la fecha era flexible, había datos de que los involucrados era milicianos decididos. La CIA supo que lbn Al-Khattab, un miliciano checheno vinculado con Al Qaeda, anunció a sus seguidores que pronto recibirían buenas e importantes noticias. Esto venía a confirmar las sospechas de la Agencia, pero la Casa Blanca no les creyó y les pidió hacer un estudio de motivaciones y aspiraciones de Al Qaeda. Por supuesto que es imposible demostrar que en caso de haber tomado en cuenta esos avisos los ataques hubieran podido detenerse; no obstante, el gabinete de Bush mintió y trató de borrar los rastros de su incompetencia y cuasi complicidad. No olvidemos que el mantra del equipo Bush era “nadie hubiera podido predecir un ataque así”;  sin embargo, como escribe Eichenwald, no se creyó la información de la CIA ni se vinculó con los recientes arrestos de dos integrantes de Al Qaeda involucrados en el ataque: Mohamed al-Qahtani, quien fue detenido y deportado de vuelta a Arabia Saudita apenas aterrizó en el aeropuerto de Orlando el 3 de agosto de 2001, y Zacarías Moussaoui, arrestado el 16 de agosto de 2001 en Minnesota por un asunto de inmigración, pero que después despertó alarmantes sospechas ya que trataba de aprender a volar aviones. Ahora bien, atar cabos no es tan sencillo. Basta ver que el juicio de Moussaoui sólo sirvió para dejar más dudas y confusión. Moussaoui deseaba vengarse de Occidente y pudo haber conocido a algunos de los involucrados en los ataques, pero no hay certeza alguna de su participación real o potencial en los ataques. Lo único que queda es una densa nube tóxica de dudas.