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TATAU

En la antigua Roma tatuaban a criminales para poder identificarlos

El uso de ciertas tintas puede derivar en infecciones o alergias

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Foto Yazmín Ortega Cortés
 
Periódico La Jornada
Miércoles 3 de octubre de 2012, p. 2

Antoine ha convertido su cuerpo en una auténtica biografía ilustrada. Cada una de las siete imágenes grabadas sobre su piel cuenta una etapa de su vida. Su pantorrilla derecha es un lienzo que exhibe la figura de un gato celeste en forma triangular. Le recuerda un accidente en el mar en el que estuvo a punto de morir.

Para este artista plástico de 35 años, tatuarse es algo más que simple estética. Es expresar mucho de mí a través de estos símbolos y recordar quién soy.

La palabra tatuaje proviene del vocablo polinesio tatau, que fonéticamente emula el toque de un tambor y deriva de la partícula ta, que significa marcar. Por eso se interpreta como marcar dos veces.

Se trata de una práctica ancestral. En 1991 se halló una momia neolítica congelada dentro de un glaciar en los Alpes con más de 57 imágenes en su espalda, aparentemente con fines medicinales. Se le conoce como Hombre de Hielo u Otzi; es el cuerpo humano con piel más antiguo que se haya encontrado, de unos 5 mil 500 años. Existe otro vestigio: un cuerpo femenino congelado descubierto en Siberia con dibujos en su piel, de más de 2 mil 500 años.

Culturas mesoamericanas del norte marcaban su piel como un ritual de paso de la pubertad a la adultez, y en América Central representaba adoración a los dioses.

La región del mundo donde hay registros más antiguos de esta técnica es la Polinesia (Pacífico sur), donde denotaba jerarquía y respeto. Hace más de 3 mil años las sacerdotisas egipcias le atribuyeron una función protectora y mágica.

Se tiene conocimiento de que ya en el siglo X a.C. llegó a Japón y se practicaba en los sectores más poderosos, entre ellos la familia real. En las antiguas Grecia y Roma se tatuaba a esclavos y criminales para identificarlos si lograban escapar.

Arribó a Europa a finales del siglo XVIII, por los puertos, considerados zonas periféricas. Se descubrió durante las expediciones del capitán inglés James Cook a las islas de la Polinesia. Tomó auge entre los marineros, que lo introdujeron a esa región. De ahí que se le haya relacionado durante años con grupos marginales.

Comenzó a extenderse en Europa y Estados Unidos, y tiempo después entró a nuestro país por la frontera norte.

Abeyami Ortega, antropóloga especializada en demarcación corporal y cultura, y académica de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), señala que fue por las comunidades de braceros como el tatuaje se introdujo al país.

Para la cultura occidental, hasta finales de los años 50 del siglo pasado grabar figuras en la dermis era una actividad de grupos relegados y denotaba adhesión e identidad a ciertos sectores.

En México se comienza a usar en zonas populares, entre bohemios, vagabundos, trabajadoras sexuales, desertores del Ejército y ex convictos. Por eso el estereotipo de que viene de los bajos mundos, apunta Alfredo Nateras, coordinador del diplomado sobre culturas juveniles de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) Iztapalapa.

Es en los 60, con el movimiento hippie y la rebeldía juvenil contra el sistema hegemónico, cuando la contracultura lo adopta y llega a la clase media. Adquiere un sentido de autodeterminación del cuerpo, transgresión, libertad y un discurso político, afirma el antropólogo Edgar Morín, académico de la UNAM y coordinador del libro Tinta y carne.

María Elena Sánchez, sicoterapeuta de la UAM Iztapalapa, enfatiza que “para los jóvenes es importante apropiarse del cuerpo, y una forma de hacerlo es con elementos como el tatuaje o el piercing”. Nateras resalta que la juventud busca pertenecer a grupos y diferenciarse del mundo de los adultos, y su cuerpo es de los pocos espacios de expresión que le quedan.

Como toda práctica, tatuarse conlleva riesgos. Rosa María Ponce, jefa del Servicio de Dermatología del Hospital General de México (HGM) de la Secretaría de Salud federal, asegura que puede provocar afectaciones dermatológicas y médicas.

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Foto Yazmín Ortega Cortés
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Foto Yazmín Ortega Cortés

Es común que ciertas tintas generen dermatitis, alergias persistentes o infecciones locales, lo que requiere tratamiento médico. También se puede presentar cicatrización anormal, que es muy dolorosa. Además, existe la posibilidad de contraer hepatitis B o C o VIH-sida si los instrumentos de trabajo han sido usados en alguien con dichos padecimientos.

En México, el artículo 268 bis de la Ley General de Salud establece que los tatuadores, perforadores y micropigmentadores deberán contar con autorización sanitaria y tienen prohibido realizar cualquiera de esos procedimientos a menores de edad o personas que no se encuentren en pleno goce de sus facultades mentales, a menos que acudan acompañados de sus padres o tutor. Sin embargo, decenas de sitios incumplen esta norma.

Gabriela Frías, de la Academia Mexicana de Dermatología, apunta que no son recomendables para personas con mala cicatrización, trastornos de la sangre o que padezcan alguna enfermedad sistémica seria, como hepatitis.

Existen procedimientos para eliminarlos, pero son dolorosos y muy caros: una intervención quirúrgica –que se ofrece en el Hospital General de México– que corta el área de la piel donde está la imagen para desecharla, y después la dermis se vuelve a coser, pero deja marca; el otro método, aplicado en hospitales privados, consiste en varios tratamientos de láser, cuyo costo va de los 5 mil a los 15 mil pesos por sesión (se requieren de 12 a 16) y es tan doloroso como hacer la estampa.

Con el paso del tiempo, el tatuaje se ha convertido en una moda. Morín afirma que ha sucumbido ante la mercantilización, como prácticamente todos los elementos de la contracultura . A finales de los años 80 y principios de los 90, con el imperio de MTV y los videoclips se transforma en un fenómeno global, de masas, en mercancía.

A ello se suma el surgimiento de las técnicas para borrarlos. Si algo lo definía hasta los 80 es que era una marca permanente. Pero con la aparición de los instrumentos que los eliminan se vuelve una pieza efímera, cosmética y de consumo. Pasa del barrio a la pasarela, dice la profesora Ortega.

En México, el costo por tatuarse es tan variable como las imágenes mismas. Por algunos diseños sencillos se pueden pagar 500 pesos. Pero hay otros que por el tamaño y la diversidad de colores necesitan de varias sesiones, las cuales alcanzan precios de hasta mil 500 dólares cada una.

Hoy en día figuras como el futbolista David Beckham o la actriz Angelina Jolie lucen abiertamente sus tatuajes, por ello son motivo de comentarios entre seguidores o presentadores del espectáculo.

Los medios lo han masificado y se da un efecto paradójico: se ha desestigmatizado y ha salido de la penumbra. Pero a la vez se ha convertido en pasajero y banal. Algo que llevarás en el cuerpo de manera permanente no puede ser una moda, sostiene Pablo Ash, uno de los tatuadores más reconocidos a escala mundial.

Hace 21 años comenzó a tatuar de manera informal y experimental sin saber que dos décadas después su trabajo sería uno de los más buscados. Oriundo del Distrito Federal, Ash hoy tiene su propio estudio en Madrid, España. Recientemente estuvo en México para realizar trabajos especiales, donde este diario pudo entrevistarlo.

Si bien acepta que se trata de un negocio redituable, al mismo tiempo defiende la idea de que cada imagen debe ser especial. Hay ególatras que sólo quieren enriquecer su portafolio y bolsillo. Pero parte de nuestro trabajo es escuchar al cliente, aconsejar y enfatizar que debe tener un significado profundo, ser una pieza única que nadie más lleve. La idea es que a los 85 años vean su tatuaje sin arrepentirse y se asuman como unos viejitos tatuados. Es un compromiso de por vida.