Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 30 de septiembre de 2012 Num: 917

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Ricardo Venegas

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

Borges se copia
Rodolfo Alonso

Tres cuartas partes
José Ángel Leyva

Entre la ficción, el
set y el escenario

Ricardo Yáñez entrevista
con Dulce María González

Imitar e inventar
Vilma Fuentes

Bradbury por siempre
Ricardo Guzmán Wolffer

Crónicas marcianas o un adiós a Bradbury
Marco Antonio Campos

Jorge Ibargüengoitia: una amenidad sin amenazas
Enrique Héctor González

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Columnas:
Galería
Saúl Toledo Ramos
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
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Perfiles
Ilan Stavans
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
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La discreción y sabiduría de los aztecas

Raúl Olvera Mijares


Huehuetlahtolli. Testimonios de la antigua palabra,
Edición y estudio introductorio de Miguel León-Portilla,
Biblioteca Americana, FCE,
México, 2011.

Como es bien sabido, los antiguos aztecas no dejaron testimonios escritos de su tradición, fundamentalmente transmitida en forma oral, pero en su lugar legaron una serie de testimonios gráficos, los códices, que hace falta interpretar. Ya en época tan temprana como 1547 fray Andrés de Olmos, de la orden de san Francisco, recogía en su Arte de la lengua mexicana algunos de los dichos de los antiguos, si bien desde 1528 se empezó a verter los textos en náhuatl conocidos como Huehuetlahtolli que, en 1600, dio por primera vez a la imprenta fray Juan Baptista Viseo, cuya edición facsimilar se ofrece en este volumen junto con la transcripción y versión al castellano moderno de un nahuatlato, asiduo a lo largo de veinte años del Seminario de Cultura Náhuatl, Librado Silva, quien siendo natural de Santa Ana Tlacotenco, en Milpa Alta, posee la lengua nahua como lengua materna.

Se trata de veintinueve pláticas o amonestaciones de naturaleza preponderantemente moral, donde se incluyen consejos de padres a hijos o miembros de diversas profesiones, como son médicos, artesanos, mercaderes, embajadores y jefes políticos. Si bien en su gran mayoría los Huehuetlahtolli han sido cristianizados y ahí donde se hacía mención de los antiguos dioses se ha insertado el nombre del único Dios verdadero, se hallan invocaciones aisladas a Tláloc, solicitando lluvia; Tlazoltéotl en rituales purificatorios, y Tezcatlipoca, deidad suprema, implorando su favor durante guerras, pestes, hambrunas y crisis de gobierno. El estudio introductorio del doctor Miguel León-Portilla, realizado en una prosa fluida y correcta, es signo de elegancia en el idioma y pulcritud en su minuciosa labor como antropólogo. De hecho, los escritos que aquí se presentan pueden clasificarse entre lo que los expertos llaman ritos de pasaje, acciones de significado religioso que preceden los eventos decisivos de la vida (el nacimiento, el inicio de la instrucción, el ingreso en el ejército, el matrimonio, la preñez, la enfermedad y finalmente la muerte).

Un verdadero placer depara la lectura del facsímil con la composición tipográfica característica de la Oficina que en Tlatelolco regenteaba Melchor Ocharte, con la imprescindible colaboración de dos minoritas, Agustín de la Fuente y Diego Adriano. Las máximas de conducta impartidas por los antiguos aztecas dejan ver una discreción y un sentido común poco esperables, al menos, para don Alonso de Zorita, oidor de su majestad quien, en su Breve y sumaria relación, habría de recopilar algunas de ellas para el mismísimo Felipe II. El trabajo de traducción a un español moderno, profundamente imbuido de la mentalidad nahua, es notable. La primera edición data de 1988. Una reedición masiva, en tiraje de 630 mil ejemplares, salió en 1991. La obra volvió a ver la luz una vez más, en 1998, antes de la presente y definitiva entrega.


A lo largo de los años

Jorge Alberto Gudiño Hernández


Libertad,
Jonathan Franzen,
Salamandra,
Barcelona, 2011.

Para que un relato se convierta en un hecho literario es necesario que sucedan varias cosas. A diferencia de lo que, como personas, nos contamos cada día, las novelas no se limitan a dar cuenta de curiosas anécdotas que, pese a lo divertidas que puedan ser, no encuentran un eco mayor en las personas que las viven. En otras palabras, las novelas y los cuentos suelen mostrar cómo determinados sucesos son capaces de transformar la vida de los personajes. De ahí que sea relativamente sencillo decir de qué trata un libro: justo de eso, de lo que propició el cambio de los protagonistas, de cómo lo afrontaron y sus consecuencias.

Existen autores que, no conformes con lo anterior, emprenden una tarea mucho más riesgosa, la de retratar a sus personajes a lo largo de los años. Un planteamiento así es peligroso desde dos vertientes casi opuestas. La primera apunta a retratar vidas comunes y corrientes, dejando que los personajes terminen anquilosados, conservando manías, obsesiones, comportamientos y hasta lenguajes desde la adolescencia hasta la vejez, al margen de todo lo que han vivido. La otra vertiente legitima esta inmutabilidad a partir de experiencias tan anodinas como esas anécdotas que nos ocurren todos los días pero no alcanzan a trascender. Así que el peligro se encuentra en ambos lados del camino y eso, para un escritor serio, siempre resulta atractivo.

Jonathan Franzen (Illinois, 1959) es uno de ellos. Tan es así, que resulta imposible decir de qué trata su novela sin volverse sumamente reduccionista. Son tantas las anécdotas que se van acumulando en la vida, primero, de Patty, Walter y Richard, que no queda sino concluir que son similares a las de muchas personas. Cada una de ellas se va sumando a sus vidas desde que los conocemos, siendo apenas unos adolescentes. Así, podemos transitar desde la complacencia extrema hasta los arrebatos de un rockstar; desde la competitividad del deportista hasta el sinsentido de la edad adulta; desde el enamoramiento sin cortapisas hasta el compromiso ridículo.

Las actividades se multiplican y extienden sus ramas hacia los miembros de la familia de Patty y Walter. Y los años pasan. Entonces descubrimos cómo es que los personajes han cambiado. Poco queda del ama de casa incapaz de hablar mal de nadie. El fanatismo del hombre que busca salvar al mundo se ha reducido a proteger a un ave migratoria. El hijo rebelde se ha vuelto republicano. Y los años siguen pasando. Tanto que, cuando nos damos cuenta, nos topamos con dos viejos que sólo pueden defenderse a partir de sus manías y, sin embargo, son tan tangibles y tan verosímiles que bien podríamos encontrarnos con ellos. Tal es el poder de la transformación que han vivido.

Franzen escribió una novela en la que da cátedra acerca de cómo deben construirse los personajes. Si a ello se le suma un contexto habitable, casi es imposible ponerle reparos.