Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Sábado 15 de septiembre de 2012 Num: 915

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Dos poemas
Epaminondas J. Gonatás

Agustín Lara en blanco
y negro

Luis Rafael Sánchez

La estación de las lluvias
Jorge Valdés Díaz-Vélez

Elegía citadina
Leandro Arellano

De traición, insensibilidad
y muerte

José María Espinasa

Klimt, arrebato
y contemplación

Germaine Gómez-Haro

Horacio Coppola,
un artista de la cámara

Alejandro Michelena

Columnas:
Perfiles
Ilan Stavans

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Rodolfo Alonso

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Horacio Coppola,
un artista de la cámara

Alejandro Michelena

Cuando en 1930 se publicó un libro titulado Evaristo Carriego, fueron dos las sorpresas que ocasionó su lectura: que su autor, el joven poeta vanguardista Jorge Luis Borges, revalorara en ese ensayo –destinado a marcar un antes y un después en el estudio de la obra del poeta del suburbio– la melancólica figura de Carriego, un romántico tardío con tonos populares poco apreciado por el canon literario de aquellos momentos; pero también despertaron interés las fotos que ilustraban el volumen, verdaderos retratos de la vida de los barrios de Buenos Aires que en ese entonces iban cambiando de manera acelerada, debidas al ojo y a la cámara de otro joven casi desconocido llamado Horacio Coppola.

Tales fueron los comienzos del gran fotógrafo que dejó este mundo a los 105 años, el pasado 18 de junio, en la ciudad que lo vio nacer y a la cual recreó en diferentes etapas a través de sus tomas, logrando uno de los más impecables retratos fotográficos de una gran ciudad en el siglo pasado.

Que Borges lo convocara para ilustrar su libro no fue algo casual. A ambos los unía la ambición de búsqueda y cambio, y el amor por esa cosmopolis compleja y variada en que vivían, muy lejos ya –en su explosivo crecimiento– de aquella “gran aldea” de finales del siglo XIX. Antes y después, Coppola seguiría fotografiando esas calles suburbanas, esas esquinas, esos climas urbanos. Poco después la revista Sur, dirigida por Victoria Ocampo, le pide algunas fotos que se publican en los números 4 y 5, y que son editadas no como ilustración de textos, sino realzándolas como obras en sí mismas, algo inusual en aquella época y en Latinoamérica.

Cronista fotográfico de la gran ciudad

Por la misma época, la Municipalidad de Buenos Aires lo contrata para hacer un retrato fotográfico de la ciudad. Trabaja en dos etapas –1931 y 1936–, en dos formidables series que se publicarán en un libro conmemorativo del cuarto centenario de la capital argentina. En la primera, Horacio Coppola va desarrollando su mirada, apoyándose en los tópicos urbanos y probando nuevos recursos formales a través del ángulo y la iluminación, trabajando siempre con su moderna Leica de 35 mm. Para el artista todavía en formación, el paisaje ciudadano era una continuación de la inmensidad de la pampa; por eso sus cielos más allá de los muros, su captar los horizontes lejanos en la fuga de las calles suburbanas.

Luego vendrá el periplo europeo y la conexión con la Bauhaus, instancias que le ayudarán a afinar sus recursos y a lograr su peculiarísima mirada. Y a su retorno realizará la segunda serie –la del año ’36– en la que abarcará a Buenos Aires desde todos sus ángulos: de los más célebres, como el Obelisco, la novedosa Diagonal Norte, la Boca y el Riachuelo, a los empedrados anónimos y las esquinas de barrio; de los bares y cafés con sus parroquianos todavía luciendo sus “ranchos de paja” como sombreros de verano, al tránsito de tranvías, ómnibus y colectivos. En síntesis, todo el latir de la compleja urbe que por esas fechas llegaba a su apogeo, quedó fijado –trasmutado en arquetipo– a través del genial lente de Coppola.

El fotógrafo seguirá, de ahí en más, registrando con verdadera pasión a Buenos Aires. Por ejemplo en la serie que dedicó a la intensa vida de la calle Corrientes con sus teatros, sus cafés y su vida nocturna. Pero también extenderá sus inquietudes hacia otros ámbitos: sus elocuentes fotos europeas, las intensas imágenes de las obras del escultor brasileño El Aleijadinho, sus imágenes de huacos en el altiplano andino.

Sin negar la variedad de sus temas e intereses, el paisaje urbano y específicamente Buenos Aires hacen que se le recuerde y valore como el gran cronista gráfico de la gran ciudad; algo más que un cronista: uno de los artistas que supo fijar algunos de sus momentos más vitales y espléndidos.

Homenaje al maestro

Hace pocos años, un fotógrafo mucho más joven que se consideraba su discípulo, Facundo de Zubiría, le propuso a Coppola realizar un libro en conjunto, que incluyera una selección de aquellas fotos ya emblemáticas de la ciudad de los años treinta y cuarenta, con el complemento de otras del propio Zubiría captando los mismos escenarios en clave contemporánea. El volumen fue publicado en 2006 por Ediciones Lariviere, y entre sus méritos tiene el dar a conocer esa obra imprescindible entre nuevas generaciones que a lo más habían visto de él fotos aisladas.

Con la muerte de Horacio Coppola se va el último representante de generaciones brillantes de fotógrafos latinoamericanos, la que encabezan el mexicano Manuel Álvarez Bravo y el peruano Martín Chambí. En estos tiempos de foto digital y de sobresaturación icónica, la riqueza de matices, la sutileza y la profundidad de propuestas como la de Coppola nos reconcilia con la dignidad del arte fotográfico.

Vale la pena volver a observar y valorar con detenida atención su apasionante relato en clave fotográfica del Buenos Aires de los años treinta, para conocer realmente, en lo esencial, la gran ciudad, de la misma forma que comprendemos mejor aquel París del siglo XIX a través de las novelas de Balzac. Pero también: tal cual sucede con las imágenes de otros maestros de la cámara como Cartier-Bresson, acercarnos al verdadero arte de la fotografía.