EL DESPERTAR
NGÄBE

Hermann Bellinghausen

fotos: Colombe Chappey. En el camino a Cerro Colorado, Comarca Gnäbe-Buglé

Comarca Ngäbe-Buglé,
Panamá, agosto

Si algo ha logrado la resistencia de los ngäbe y los buglé es la confirmación de que son un pueblo libre en un país que no lo es, y que a diferencia del resto de Panamá, su territorio, legal y legítimo, no está en venta. “La gente antes corría, tenía miedo. Ahora ya cambió, se volteó la tortilla”. Con esa expresión resume el hecho Alberto Montezuma, ante la vista espectacular del Cerro Colorado, en el corazón geográfico de la comarca, sitio donde el gobierno del empresario y terrateniente Ricardo Martinelli y la minera coreana Cupron Resources pretendían, y aún pretenden, explotar la “segunda mina de cobre en el mundo”. Resguardar este enclave de su territorio resultó vital para los ngäbe, con mucho el pueblo indígena más numeroso de Panamá, que en los dos últimos años lo han defendido con una contundencia que impactó a la nación y se conoció mundialmente.

Ya en el camino desde Panamá City, al cruzar el Puente de las Américas en la puerta del Canal en el Pacífico, había una pequeña protesta de maestros y padres de familia en defensa de una escuela. Y más adelante, en Veraguas (donde Martinelli posee grandes latifundios), otra protesta, con mantas y vigilancia policiaca, defendía demandas agrarias. “Esto es nuevo”, explica Alberto. “Después de nuestro movimiento en 2011 y 2012, mucha más gente vio que se podía, y que valía la pena la resistencia”.

Alberto, quien ha sido vocero y es uno de los representantes más conocidos de la Coordinadora para la Defensa de los Recursos Naturales y por los Derechos del Pueblo Ngäbe-Buglé, que convocó a su pueblo a detener la construcción de la mina en Cerro Colorado y una hidroeléctrica en el norte, explica que siglos de violento colonialismo militar, religioso y civil han causado una pérdida de costumbres y de lo sagrado “en muchos sentidos”, refiriéndose a las prácticas rituales y la sabiduría mágica de su pueblo. “Pero nos queda algo sagrado: la tierra”.

Esto explica la pinta que se repite por los caminos en tinacos, muros, letreros rústicos: “El que vende la tierra vende a su madre”. Dentro de lo que desde 1997 es la Comarca habitan la mayor parte de los 200 mil ngäbe que ocupan el occidente de Panamá, así como decenas de comunidades de los menos numerosos buglé (o buklé), quienes se unieron entonces a la demanda por el reconocimiento de su territorio ancestral, que comprende grandes porciones de los departamentos de Veraguas, Bocas del Toro y sobre todo Chiriquí, la región del país más rica en recursos, vecina de Costa Rica y con enclaves turísticos de playa y montaña prácticamente en poder de propietarios e inversionistas estadunidenses (como Boquete), lo mismo que el atractivo archipiélago caribeño de Bocas del Toro.

Los kuna poseen una comarca reconocida por el gobierno desde hace décadas, no así los ngäbe, buglé y naso, aunque habitan territorios muy definidos y característicos en las montañas de la Sierra Central, las costas del Caribe y los valles y cañadas del extremo pacífico del istmo panameño. Cuando se dio la lucha por esa suerte de autonomía, los naso fueron invitados por sus vecinos, mas el rey naso, famosamente, se negó. Desde entonces lo lamentan él y las familias de ese pueblo en peligro de extinción, que siguen siendo desplazados al antojo de los gobiernos de Panamá y Costa Rica y hoy sobreviven subsidiados y como espectáculo turístico dentro del Parque Internacional La Amistad. Culpen a la monarquía (una de las pocas que quedan en el continente). Con organización democrática de comunidades y regiones, sus vecinos ngäbe-buglé lucharon juntos, y a fines de los 90, con una significativa impronta de la rebelión zapatista, conquistaron el gobierno de su territorio.

Hoy tienen al pequeño poblado de Llano Tugrí como capital de la comarca, en la región Nidrini; las otras dos regiones son Niukribú y Kodri. Un proceso en construcción mediante junta (o sea tequio, minga). Como la propia Casa de Gobierno, edificada en colectivo e inaugurada en 2011. “Aquí deben estar las sedes de registro electoral y civil. El gobierno no ha aceptado, pero ya es nuestro centro de reunión”. Ya se quieren sumar pueblos “campesinos” (indígenas que han perdido esa identidad y “latinos”, como llaman a los mestizos). “Vieron que juntos teníamos más fuerza”.

Celestino Montezuma (sin parentesco con Alberto) es alcalde de distrito por el Partido Revolucionario Democrático (PRD, fundado por Omar Torrijos). En el patio de su casa en la comunidad Hato Chamí, con absoluta seriedad dice: “Con lo que se nos venía, revisamos las experiencias en Perú y Chile, y montamos talleres de capacitación. En esas experiencias aprendimos lo que puede ser la contaminación, cómo las empresas imponen sus proyectos y prometen a la gente regalías. Panamá es pequeño, los ríos más importantes nacen en Cerro Colorado y salen a los dos océanos. El territorio comarcal estaba en riesgo. Dejaría de haber tierra libre por la reubicación en campamentos con una indemnización injusta y la gente iba a perder sus tierras y cultivos. No estamos a esa vida, vivimos en aire libre”.


Torneo de futbol femenil en Hato Guabo

Abre los grandes brazos (es alto) señalando lo que lo rodea: “Estamos en el camino del corredor Mesoamericano, del que llamaban Plan Puebla Panamá”, señala. “Empezaron a comunicarse todas las comunidades, con preocupación por el medio ambiente, y sobre todo la identidad, la lengua. Eso me motivó a participar”, admite en su carácter de funcionario municipal. “Nuestra presencia en las protestas legitimaba la lucha. No me importó lo que dijera el gobierno”.

A contracorriente de la historia oficial, que desdeña la década de Omar Torrijos (1968-80) como parte de la “dictadura” del nefando Noriega, Constantino recuerda que en 1972 se crean el poder popular, la asamblea de representantes y una vocería; se construyen escuelas, clínicas, caminos. Torrijos visitaba las comunidades. Aun así, en los años posteriores se sufrió mucho para conseguir la comarca. Hubo muertos, caminatas a la capital. “Lo que tenemos no ha sido fácil. El gobierno manipuló: ‘Primero la comarca, luego la minería’. Cogimos la comarca, y siempre supimos que no queríamos minería. El gobierno vino entonces a imponer. Y un dato importante, la inconformidad unió a los ngäbe más allá de partidos y religiones, que son lo que siempre divide”.

Un pequeño grupo, también de Chamí, se ha caracterizado por apoyar el proyecto minero. “No son más de cincuenta, les dieron su propio transporte, apoyos, los entrevistan en la televisión. Pensamos que les dan dinero”. Y declara: “Ningún pueblo indígena se ha desarrollado por la minería. Teníamos que organizarnos contra la minería, que era la destrucción. Nuestra comarca protege sus recursos, el principal es el hídrico. El ambiente es sano”.

La gente en Panamá City prevenía sobre la pobreza de los ngäbe, la desnutrición, la insalubridad, el aislamiento. No fue precisamente lo que Ojarasca encontró en un recorrido de varios días por dos de las tres regiones de la comarca. Para empezar, y salvo excepciones, las calles y patios son limpios, nunca hay basura en los caminos, los manantiales y ríos son cristalinos. Pocos niños, si alguno, parecía desnutrido. En la importante población de Soloy, centenares de niños y jóvenes iban y venían de sus hermosas escuelas públicas, sonrientes. En Hato Guabo, comunidad vecina de los “latinos” de San Félix y de la Intercontinental, decenas de atletas futbolistas, la mitad mujeres, se cotejaron a lo largo de un domingo dentro de las ligas ngäbe varonil y femenil. Alberto resultó entrenador de un equipo de muchachas, que por cierto perdió 2-1.

Sí, hay carencia de clínicas y médicos, como en toda la América indígena. Sus tierras parecen con frecuencia áridas, pero son un ecosistema peculiar, rico en agua (de ahí la otra tentación tentacular del capital: una hidroeléctrica en el río Tabasará para exportar energía). Pero son de los pocos panameños que cultivan y viven del campo. La tierra es suya. ¿Aislados? Se comunican por económico celular en casi toda la comarca. Ha servido de arma organizativa. Por eso durante la resistencia de febrero, el gobierno de Martinelli cortó la señal a lo chino. Ni las televisoras comerciales pudieron reportar desde aquí.

Entonces
Atónito

Descubres que eres extranjero hasta en tu propia tierra Y que la famosa cultura occidental cristiana y capitalista Te la metieron a cristazos y a himnazos en el cacumen tal como se mete un vómito en un basurero

Aristeydes Turpana, poeta kuna

Los indígenas saben, por ejemplo, que no necesitan la carretera que quiere imponer el gobierno en su dilatada costa del Caribe donde los ngäbe navegan su “carretera” por el mar y no requieren más. El gobierno y la minera argumentaron en los medios que Cerro Colorado “es un desierto, no vive nadie”, recuerda Alberto a la vista de la serranía, cerca de Cuernavaca, en el abandonado campamento de exploración de la empresa. “Mentira. Alrededor de Cerro Colorado viven miles de familias que trabajan la tierra; otra cosa es que el gobierno no las vea”. Llegaron máquinas, las constructoras dijeron que para caminos, y eso hicieron hasta que nos dimos cuenta que eran para la mina y nos lo estaban ocultando. Eso enojó a los hermanos, y los echamos”.

La extraña orografía recoge multitud de especies vegetales completamente desconocidas para un servidor, que no es botánico por lo demás. El fuerte pastizal llamado miguí que cubre laderas pierde terreno al avance de los bosques autóctonos. Al revés de casi todas partes, aquí la naturaleza es la encargada de reforestar. En el sistema de cañadas y barrancas crecen profusamente helechos rojos, líquenes y musgos negros, orquídeas, arbustos que parecen de otro planeta o del fondo del mar. Duele imaginar estos parajes y montañas esmeralda —de donde se distinguen a la vez el Pacífico y el Atlántico— convertidos en cráteres, páramo, cisternas, cañadas rellenadas de cascajo, canales, cianuro, solventes. Se rumora que además de cobre habría cantidades “atractivas” de oro en estos suelos.

La Cooperativa de Servicios Múltiples “Despertar Ngäbe”, con sede en Chamí, comercializa el café, expende “mercancía seca” y proporciona transporte a las comunidades, todo a cargo de los propios pueblos. Rogelio Montezuma (él sí primo de nuestro guía Alberto) habla en su oficina, a un costado del almacén. Uno de los dirigentes más visibles durante el movimiento ngobe, participó junto con la cacica Silvia Carrera en las negociaciones con el gobierno en Panamá.

“Hasta el sol de hoy han pasado seis meses, y el gobierno dejó sin cumplir sus promesas”, expresa con calma y sencillez. Cabe figurarse a Rogelio, o a la cacica Carrera, confrontando al poderoso secretario de Gobierno Jorge Ricardo Fábregas, a los diputados que promueven la minería, hasta obtener la Ley 11, que prohíbe minas y represas en la comarca ngäbe-buglé. Con las calles ocupadas por manifestantes y las comunidades indígenas en ascuas.

No obstante, continúa la construcción de la hidroeléctrica Barro Blanco. Semanas después de las movilizaciones, la represión, las negociaciones y los compromisos de Ricardo Martinelli (conocido también como buen amigo del italiano Silvio Berlusconi, “su héroe”), el ministro Fábregas confió a la cadena Al Jazeera: “Una cosa debe quedar clara, no se cancelará Barro Blanco, el proyecto sigue adelante”. El reportero confesaba que al escucharlo pensó: “Así que el ministro y sus amigos pretenden decidir el futuro de los ngäbe-buglé”. La cacica Carrera lo tranquilizaría luego: “Nuestro pueblo nunca se va a rendir”.

La hostilidad contra los ngäbe se confirma una y otra vez. En Boca Juso, Feliciana contará que lleva meses sin empleo, desde que la corrieron de la escuela donde era maestra bilingüe. Enfermó con fiebres y faltó tres días. “La directora ‘latina’ me despidió, como nunca lo hace con los ‘latinos’, que faltan todo el tiempo, o llegan tarde, y no hablan nuestra lengua”. El trasfondo es político, explica Alberto, traduciendo a la profesora indígena, una mujer correosa de extraña, dramática belleza: “Martinelli obliga a los trabajadores y maestros a afiliarse a su partido, o pierden el trabajo. En la comarca predomina la oposición a esa derecha. Por las protestas, el gobierno quiere castigarnos con el pretexto que sea”.

Rogelio Montezuma recuerda: “Trabajamos fuerte. Los pobladores hicimos una consulta para rechazar la minería. Desde 2010 vimos que tarde o temprano lo iban a intentar. En 2011 nos juntamos en San Félix y llegamos a Panamá. En 2012 otra vez, durante ocho días. Sostuvimos 19 bloqueos en distintas partes, todos con miles de nosotros. Martinelli respondió violentamente con la Policía Nacional, que nos atacó militarmente. Un compañero murió acribillado en San Félix”.

Es inevitable encontrar significativo que el caído, Jerónimo Rodríguez, de 24 años, esté enterrado en su patio familiar en Tugrí. Su notable por discreta tumba se ubica a un centenar de metros de la nueva Casa de Gobierno de todos los ngäbe-buglé en esa pequeña comunidad.

Prosigue Rogelio en entrevista: “Hicimos una mesa de diálogo con el gobierno y fuimos al Congreso. No ganamos al cien pero detuvimos la obra. Ahora buscan dividirnos. La empresa extranjera reparte dinero a hermanos que ahora están por la mina y no nos hablan. Con engaños los aíslan de su propio pueblo y no ven que conseguimos una gran alianza nacional. Que se sumaron otros pueblos, movimientos campesinos, periodistas. Fue importante el respaldo kuna. Y la participación de nuestros jóvenes, parte de nuestra fortaleza. Valió la pena organizar al pueblo. Se logró que la gente se mantuviera firme”. Es realista: “El problema va a seguir. No confiamos que el gobierno vaya a detener la minería. Se supone que tienen en la mira el 44 por ciento del territorio de Panamá, y los caudalosos ríos de toda la comarca. Nos preocupa que el gobierno sólo quiera salir del paso, vemos que sigue la obra en la presa Barro Blanco. Pero logramos lo más importante, despertar a la gente”.