Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 2 de septiembre de 2012 Num: 913

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Ricardo Venegas

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

El lavaloza que se
volvió alquimista

Paula Mónaco Felipe entrevista
con Ferrán Adriŕ

Come, este es mi cuerpo
Esther Andradi

Nahui Ollin o la elección del destino
Juan Domingo Argüelles

Palo dado…
Enrique Escalona

Pérez Gay: el compromiso de la memoria
Xabier F. Coronado

Chema Pérez Gay,
deus ex machina

Ricardo Bada

Leer

Columnas:
Galería
Enrique Héctor González

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Perfiles
Rodolfo Alonso

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Hugo Gutiérrez Vega

Guadalajara: una ciudad, una revista (III Y ÚLTIMA)

La ciudad crecía y seguía siendo la capital cultural y educativa del occidente y la costa del Pacífico. Las pensiones de estudiantes se llenaban de sonorenses, sinaloenses, nayaritas, colimotes que asistían a los colegios de los jesuitas y maristas o a la universidad y, más tarde, al ITESO. La Autónoma tenía sus residencias exclusivas para evitar que sus cachorros sufrieran contaminaciones ideológicas. En las pensiones se hacían milagros para enfrentar con éxito los apetitos bestiales de los pupilos. Las sopas de fideos, tortilla, arroz con huevo cocido, las pacholas, albóndigas, albondigones, cuetes mechados, patitas de puerco y bisteces entomatados; las enchiladas, enfrijoladas y enjitomatadas; las tortas de papa, chayote o chinchayote y los frijoles “para llenar huequitos” eran parte del milagro de administración doméstica. No recuerdo la razón por la que los pollos eran un lujo y pienso en la enorme variedad asturiano-mexicana de los panes dulces, en el pan salado, los molletes, los chilaquiles tronadores y el chocolate, las aguas frescas y los refrescos de la recién abierta Canada Dry, especialmente el sofisticado Ginger Ale y un refresco de uva que hacía el papel de vino en las fiestas. La cerveza era de la fábrica local, se bebía más ron que tequila (ahora acabo de comprar una botella de tequila en abonos; acabaré de pagarla en dos años) y del otro lado de la Calzada se decía que el ron Castillo con tehuacán podía cumplir el papel de un whisky modesto. Las botanas industriales empezaban a suplantar al pico de gallo; La Copa de Leche y El Francés eran los comederos de lujo; se bebía café y se alegaba sobre las cosas del cielo y de la tierra en los lugares de los griegos con nombres helénicos, Acrópolis, Apolo...

El PRI ganaba monótonamente las elecciones. En el centro y las colonias, el PAN obtenía una modesta votación, en las zonas rurales se cumplía lo que ahora sería un sueño guajiro de los gobernadores nostálgicos del monolitismo: casillas con 3 mil votos para el PRI y cero para los otros partidos. Los controles de la CTM y las federaciones regionales, así como las de las agrupaciones campesinas, eran un modelo de disciplina ciega y sólo el PAN y los pocos comunistas hacían una oposición con nulas esperanzas. La ciudad iniciaba su despegue y perdía genio y figura. Nos azoró el movimiento de la telefónica sobre los gatos hidráulicos del ingeniero Matute y contemplamos el principio del fin del rostro urbano cuando la calle Juárez se abrió empujando o demoliendo bellos edificios. La ciudad, decían, tenía apendicitis y era necesario operar, hacer una profunda herida para que fluyera el mal y se normalizara el organismo enfermo de crecimiento.

Tenemos en las manos una hermosa y bien escrita revista que nos muestra el rostro cotidiano de nuestra ciudad, su arquitectura humilde, bella y funcional. Sobresalen los textos de Alfaro, historiador de la arquitectura que mucho sabe de las moradas para que la vida transcurra cómoda y bellamente; del historiador Muriá, que sabe balancear la microhistoria con los grandes movimientos de la superestructura; del nostálgico Pérez Verdía; del fundador de la más ilustre Escuela de Arquitectura del país, Nacho Díaz Morales, talentoso, modesto y lleno de ideas urbanísticas; del sociólogo Guillermo de la Peña que nos habla de la economía y sus años, éxitos y daños; del crítico de Orozco, González Mello, y de Juan Palomar, arquitecto y gran sacerdote del culto a nuestro miglior fabbro, Luis Barragán. Un texto de Tennessee Williams, en versión de Hernández y Paz Lestón, completa la bella entrega ilustrada con fotos perfectas y deliberadamente sencillas para servir mejor al propósito de mostrar la vida cotidiana de una ciudad que debe conocer mejor su pasado para mejorar su presente. El futuro es un país desconocido y yo no soy ni predicador ni diputado por Cocula. Así es que ni lo vuelvo a mencionar.

Ashbery me dará las últimas palabras: “Y como acostumbro, empiezo a soñar acodado en el escritorio y medio asomado por la ventana sobre la Guadalajara vislumbrada. ¡Ciudad de flores rosadas! ¡La Ciudad que más quería ver y menos vi de México. ¡Qué limitada, pero con todo y eso, qué completa ha sido nuestra experiencia de Guadalajara! Vimos el amor adolescente, el amor de casado y el amor de una madre vieja por su hijo.”

Eso vio Ashbery, eso vimos los tapatíos huidos, eso ven ahora ustedes, a la ciudad viva, con sus truenos en seco –campana bendita y magnífica–, sus grandes lluvias, fríos y calores. Ciudad para que la vida cumpla sus ritos y, como novela de Yáñez, ampare al amor que es “la más peligrosa y temida forma de vivir el morir”.

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