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Queremos tapizar el Zócalo para despedir a Calderón y recordarle lo que nos hizo con su guerra

Madres de desaparecidos bordan pañuelos como una forma de resistir y aliviar el dolor

Cuentan sus historias y coinciden: sabemos que son más de 60 mil víctimas y nadie los busca

 
Periódico La Jornada
Domingo 2 de septiembre de 2012, p. 17

Leticia Hidalgo Rea llega a las siete de la tarde. Extiende cuidadosamente un tendedero para sostener cada uno de los pañuelos con horquillas. Abre su caja de costura y saca aros, hilaza verde y aguja. De pie, acaricia la tela donde está escrito Roy, el nombre de su hijo desaparecido hace 20 meses. Mete y saca la aguja con punto horizontal; en cada puntada hay compasión, ternura, catarsis, llanto, esperanza, paz...

A su lado, se van sentando en el suelo de la calle peatonal de Hidalgo, en el centro de Monterrey, otras madres de desaparecidos; también hombres y mujeres que tienen familiares asesinados durante la guerra. Todos bordan: el color rojo-sangre es para imprimir los nombres y apellidos de los muertos; el verde-esperanza para los desaparecidos.

La mayoría son mujeres. Son bordadoras por la paz. Han vencido el miedo y han salido a contar su historia. Cada pañuelo es una vida: Mi niño, te coloco en las manos de Dios. Te esperamos pronto, muy pronto. Roy, estudiante de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), fue secuestrado el 11 de enero de 2011: hijo mío, te podrán apartar de mi lado, pero nunca de mi corazón. Gino Alberto Campos Ávila, desaparecido el 8 de junio de 2011; Jaime Espinosa, asesinado el 8 de junio de 2011 al volver a su casa de trabajar.

Las bordadoras se reúnen todos los domingos en la Plaza Zaragoza, pero hoy es 30 de agosto, Día Internacional del Desaparecido, y han colocado mantas especiales: Desaparecidos. ¿Donde están? Justicia. Poco a poco van poniendo los zapatos de los ausentes y entre bastidores bordan contra la guerra que no termina. Bordar es un acto de amor, una forma de integrar a la vida de uno el discurso de las víctimas, de la violencia y del dolor; una forma de resistir propia del lenguaje. Nos une como comunidad, y cada día hay más pañuelos, cientos, dice mientras borda la activista y escritora Cordelia Rizzo Reyes, comprometida con las víctimas de la guerra.

¿Cuántos muertos y desaparecidos hubo en México durante el sexenio? El gobierno de Felipe Calderón se niega a contar las víctimas de la guerra. La última cifra oficial corresponde al 30 de septiembre de 2011, con 47 mil 515 personas asesinadas, pero instituciones como el Centro de Investigación para el Desarrollo, AC (Cidac) señalan que hay más de 300 mil desaparecidos y 90 mil muertos, según datos del propio Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).

Punto de cruz y rococó

Nadie sabía bordar o nadie se acordaba. Poco a poco fueron aprendiendo, rescatando el tradicional punto de cruz, la puntada atrás y rococó; la margarita y cadenilla; la japonesa y la rosa en base estrella. Con sus manos, las bordadoras lastimadas por la tragedia de la guerra fueron creando una atmósfera de relajación, aflojando los nudos de sus penas, soltando el dolor, liberando la angustia, la impotencia.

No hay terapia que cure el sufrimiento por un hijo desaparecido y Leticia lo sabe. Se emociona, llora: pero es un acompañamiento, cada puntada es un estar con mi niño, es amarlo, es sentirlo. Él sabe que es mi vida, que está conmigo. Cuando bordo le digo que lo amo, que pronto nos vamos a volver a ver. No sé cuándo, pero vivo por ese día.

Su hijo, Roy Rivera Hidalgo, de 18 años, estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL, fue secuestrado el 11 de enero del año pasado por un comando de hombres encapuchados que llevaban armas largas y chalecos de la policía de Escobedo, que entró a su casa durante la madrugada para robar. Pagaron 750 mil pesos de rescate, pero los secuestradores no regresaron al joven.

Las madres de los desaparecidos se han convertido en detectives ante la falta de coordinación y acción de las autoridades. Buscan a sus hijos en las procuradurías, cumplen con los requisitos de ADN, siguen la pista de los delincuentes. Te quiero mucho mamá, le dijo la última vez Roy, cuando los secuestradores le permitieron hablar por teléfono. Desde entonces ella siguió el rastro de las llamadas. El expediente pesa siete kilos, pero nadie lo está buscando. Ya nos dimos cuenta de que los ministerios públicos no buscan a los desaparecidos. El aparato judicial es pesado y corrupto, dice Leticia Hidalgo, fundadora de la organización Lupa (Lucha por amor, verdad y justicia), ahora integrada en Fundec (Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos de Coahuila), sección Nuevo León.

Las bordadoras, una iniciativa del Colectivo Fuentes Rojas, han formado grupos en varios estados de la República y bordan no sólo los nombres de sus hijos, sino los de otras personas que nunca conocieron. Pretenden llenar la plancha del Zócalo con sus pañuelos para despedir a Felipe Calderón en el final de su sexenio y recordarle a cada una de las víctimas de su guerra: Que mire Calderón lo que nos hizo. El reto era bordar 60 mil, ahora sabemos que son miles más y vamos a bordar un pañuelo por cada uno. Queremos darles rostro, humanizar la tragedia. No son cifras ni todos eran delincuentes, tienen nombres, ilusiones, sueños, proyectos, familia, dice Blanca Silvia Navarro Escobedo, mientras borda el nombre de varias víctimas asesinadas en Guanajuato

Su hijo Luis Alberto Navarro Escobedo desapareció el 23 de mayo de 2010 en la presa de la Boca, cuando un comando de supuestos militares que viajaban en vehículos no oficiales, pero que se identificaron como de la Sedena, se lo llevaron con otros dos amigos: Jesús Omar Salaya Montejano y Miguel Ángel, mientras estaban en una celebración familiar. ¿Por qué nadie nos ayuda?... No sabemos a dónde ir; los pasos que hemos dado son gracias a que las madres, esposas y abuelas que estamos en la misma situación y nos hemos unido. Bordar nos da paz. Bordar por alguien que ya no existe es doloroso, y bordar por los verdes (los desaparecidos) es una herida en el corazón que no se cierra. Es muy difícil tener que vivir así.

Hasta encontrarlos

El Día Internacional del Desaparecido, Elena Ramos Rodríguez, de 43 años, se levantó a las 5:30 horas. Ha dejado a un lado el miedo y por primera vez acudió a una manifestación por los desaparecidos convocada por Cadhac (Ciudadanos en apoyo a los Derechos Humanos, AC), dirigida por Consuelo Morales.

Son las 7:30 y las mujeres empiezan a manifestarse en riguroso silencio afuera del palacio de gobierno. Visten camisetas verde fosforescente con la leyenda Dónde están enfrente y la palabra Justicia en la parte trasera. Van colocando sobre las escalinatas las fotos de los desaparecidos, que en Nuevo León son miles. Una a una, menciona el nombre y los apellidos de los ausentes y las circunstancias en que desaparecieron. Con un nudo en la garganta, el acto de mencionarlos y hacerlos presentes las hace llorar.

Su esposo, Juan Antonio Cortinas López, trailero, y su compañero Enrique Martínez, trabajadores de la empresa Auto tanques Regiomontanos, que fleteaban a la empresa de huevos Bachoco, desaparecieron en General Terán, Nuevo León, el 14 de mayo de 2008. Los tráileres que ambos conducían fueron encontrados abandonados en la villa de San Juan, poblado perteneciente a Cadereyta Jiménez.

El lunes 27 de agosto hubieran cumplido 13 años de casados. No puede contener el llanto al recordarlo: Tener un desaparecido es la cosa más horrible, una impotencia. Me quedé sin nada, vendí los muebles, todo lo que tenía, para moverme. Lo busqué por todas partes, no logré nada. No tuve éxito. Nadie nos ayuda. El patrón nos dio 10 mil pesos en dos meses y ya no nos volvió a dar nada. Ahorita estamos resignados a lo que venga, pero queremos saber la verdad, sea lo que sea.

Leticia Silva Hernández, de 50 años, está protestando frente a la Cámara de Diputados. La legislatura saliente se negó a tipificar el delito de desaparición forzada, engañó a los familiares de las víctimas y al final la fracción priísta los traicionó.

Tiene cuatro hijos y 11 nietos, pero desde que secuestraron a su hijo Juan Miguel Rodríguez Silva, el 20 de mayo de 2010, afuera de su casa, sufre depresión y tiene problemas de nervios: Hace dos años que se lo llevaron, pero yo no lo olvido. Lo sigo buscando.

Dice que cuando vuelva a su casa se encerrará en su cuarto mientras su esposo esté rezando en la iglesia cristiana, y aprovechará para hablarle y desahogarse. Llora sin parar. Acaricia la foto. “Diario me agarro con mi soledad y tomo su foto para recordar. ¿Cómo no voy a llorar? El sábado me agarró un poco la locura; empecé a llorar y a reír al mismo tiempo. Y veía su foto y le decía: ‘mira chiquito, no te burles de mí. Te quiero. Extraño tus ojitos. No puedo dejar de sufrir... Quiero saber de ti. ¿Dónde te tienen?’”.