Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 19 de agosto de 2012 Num: 911

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Paisajes del origen y
el vagabundeo de Yk

Lydia Stefanou

Máscara de falsa juventud
Rosa Nissán

La objetividad no existe
Alessandra Galimberti

Dos cuentos

El doble Chevalier d’Eon
Vilma Fuentes

Chavela Vargas,
la esencia y la existencia

Antonio Valle

La 20, cartografía
volumétrica
, de
Agnieszka Casas

Ingrid Suckaer

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Enrique Héctor González

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Miguel Ángel Quemain
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Ira, la suave lluvia del perdón

Inspirada en hechos reales, Ira, dirección de David Psalmón y texto de Javier Malpica, con el rigor de la organización teatral Teatro sin Paredes, es un trabajo que posee la riqueza del conjunto formado por una compañía de teatro estable decidida a contar con un repertorio que respalda editorialmente.

La peculiaridad de este trabajo es que la orquestación teatral se pone al servicio del montaje y se valoran las posibilidades de cada elemento en ese concierto. Si hay virtuosismo es porque todos los talentos han decidido gravitar a favor de un texto que se pronuncia en el corazón de un tiempo suspendido, fragmentado y de un ritmo en crescendo que Psalmón somete a una narrativa que fluye por acumulación, hasta liquidar unas historias paralelas que se encaminan hacia lo divergente: la reconciliación y el odio.

David Psalmón trabaja con sus actores el tema de la verdad (veracidad) sobre la escena y la confronta con la que propone el discurso dramatúrgico, polifónico y proliferante a través de textos que ocurren en la proyección del video y que funcionan al modo de los letreros de advertencia que utilizaba el cine mudo para distinguir capítulos, referir un diálogo o intervenir como un deus ex machina textual.

Estamos frente a un trazo que el director bordó sobre una tela donde se despliegan varios ejercicios artísticos. Sería obsoleto decir  “al servicio de…” porque realmente el trabajo escenográfico de Aura Gómez Arreola y Ana Patricia Yáñez, el estupendo trabajo de video de Daniel Ruiz Primo y musical de Daniel Hidalgo y Alexander Daniels, permiten el flujo de la historia a través de atmósferas distintas que, en su belleza, clarifican dramaturgia y dirección.


David Psalmón

Psalmón es un auténtico platónico que procede con la sabiduría y la humildad del escucha que le ofrece al público versiones equidistantes de la vida, la sexualidad, el odio y la venganza. Al mismo tiempo reescribe con singular intensidad escénica las citas que propone Javier Malpica y que explican el sentido de tan enigmático título para esta obra polisémica: “Hay golpes en la vida tan fuertes… ¡yo no sé! Golpes como el odio de Dios…”  ( “Los Heraldos Negros”, César Vallejo); y “El perdón cae como suave lluvia desde el cielo a la tierra. Es dos veces bendito; bendice al que lo da y al que lo recibe”, de William Shakespeare.

Asombra la complejidad que se presenta de manera tan legible y clara, a pesar del riesgo que corre al mostrar un mundo en añicos, fragmentado al modo de un conjunto de rompecabezas que se completan únicamente con piezas compartidas y mantienen a alguno a punto de una imposible integridad.

Hay personajes que se sostienen impasibles frente al dolor del otro, y en esta pieza es Rebeca Rivera (la poderosa y contundente actriz Norma Angélica), la esposa de Henry Rivera (Hernán Mendoza/Fermín Ramírez instalado en una resignación abatida que Psalmón inscribe en sus movimientos) y madre de Dylan Rivera (el joven Víctor Sánchez, que dobletea como agente de estación). Su odio por la “naturaleza torcida” de su hijo no tiene remedio y desemboca en la exclusión de Dylan, quien tampoco perdona.

Es importante hacer notar el signo de la dirección de Psalmón sobre actores de tan probada calidad y que tienden por lo regular a una especie de rebeldía que consiste en atender a su naturaleza creadora, generalmente opuesta a las ideas de cualquier director.

Contrario al mundo repetitivo de actores idénticos a sí mismos, Hernán Mendoza posee un manejo del cuerpo y la voz, con una “resignación” crítica (¿paradójico?) que se opone al beligerante altavoz marcial de Norma Angélica, que mantiene una línea de belleza atroz frente a un hijo que termina por negar.

Es conmovedora la complicidad de David Hevia, un director que es un escritor y un estupendo actor que toma con gran creatividad y disciplina la mirada/batuta que Psalmón le propone como un personaje central (“todo lo que he hecho es jugar ajedrez con la nada”), cuya excepcionalidad está en el margen del mundo: “cuando la libertad se acerca con las manos manchadas de sangre, es difícil estrechárselas” (Oscar Wilde).

Rebeca insiste en que la homosexualidad de su hijo es una enfermedad con cura. Toda su vida trató de salvarlo de eso que mira como abyección y que la confronta al grado de aceptar que es mejor perderlo y mostrar que lo materno puede renunciar al amor incondicional antes de aceptar la “naturaleza” de su prole.

Se presenta los días miércoles de agosto y septiembre en el Teatro Helénico, 20:30 horas.