Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 5 de agosto de 2012 Num: 909

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Ricardo Venegas

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

Un poeta nómada
Hugo Plascencia entrevista
con Michel Butor

De Papeles mexicanos
Michel Butor

Escritores por Ciudad Juárez

Dialogar con Ivan Illich
Ramón Vera Herrera

Actualidad de El Gatopardo
Marco Antonio Campos

La fascinación por correr
Norma Ávila Jiménez

Leer

Columnas:
Galería
María Bárcenas

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Perfiles
Alejandro Michelena

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Francisco Torres Córdova
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Mandasai fita i fe

Aun de la frase más simple y cotidiana, las palabras de pronto pueden desprenderse, caer en el vacío y volverse extrañas en la voz, alterar sus flujos y pausas, modificar su centro y mostrar matices de sonido inesperados, escalas y tonos que tal vez recuerdan su sentido en otra parte. Pasa si las repetimos mucho y juntas. Pasa si después callamos por completo y dejamos que esa resonancia de tan lejos de nuevo nos alcance. Entonces surge el poder inicial de su inocencia, su delicado origen en la incesante arquitectura del lenguaje, ahí, de regreso al balbuceo de la criatura, donde el azar y una memoria celular letra a letra las construye, las gira y tuerce, las sube, baja y rompe en el paladar como semillas, las hila o las rasga y las abre y cierra al sonido y su materia. De los espejos de la onomatopeya a los giros lúdicos de sílabas –“Mandasai fai fai fai fai/ feguedere so/ mandasai fita i fe”, decía el abuelo materno con ritmo juguetón y voz amena-zante antes de hacerles cosquillas a sus hijos–, a la Pitia en Delfos, fuera de sí y sólo así por completo sumergida en los sonidos oscuros del oráculo, su letanía inconfundible y secreta, para descifrar en el viento inasible la presencia tangible del misterio, el relumbre de una inteligencia que articulaba en acertijos la certeza de un destino; de las palabras mágicas escritas en hojas de laurel para invocar al hijo de Zeus y Leto –akrakanarba, allalala: allalala: santala: talala–, y los hexámetros de uno de sus himnos: “Laurel, sagrada planta de la adivinación de Apolo cuyas hojas gustó un día el propio soberano portador del cetro y manifestó sus sagrados cantos, Íeios, glorioso Peán que habitas en Colofón […] Ven pronto a la tierra desde el cielo para ser mi compañero y, aquí establecido, inspira los cantos de las inmortales bocas…” (Textos de magia en papiros griegos), a los conjuros que en la casa de Creta Elytis le oía decir a una vieja cocinera, con las repetidas señales de la cruz, las gotas de aceite en el agua, los cabellos que ardían y la ramita de albahaca con que rociaba los iconos, pero sobre todo –recuerda–, “eran las palabras; extrañas, ‘disparatadas’, como decía mi madre, desvinculadas por completo de cuanto escuchaba a mi alrededor, sin ninguna ilación; ‘un traslado del sueño al idioma hablado’, como podría definirlo hoy”, y que fue uno de los caminos que lo llevaron a la poesía. En ese lúcido desorden que guardan de su infancia las palabras, cada vez que el aliento inicia sus rituales para tocar el mundo y revelarlo, es el alma primitiva del lenguaje que se inquieta, que conmueve las suaves fibras de sentido en lo inefable, y desde el sonido puro de las cosas llega y trama en el poema una realidad que aparece entonces sin fisuras: “La luna es tortuga de plata/ nadando en la noche tranquila./ ¿Cuál será el pescador osado/ que a su red la traiga prendida:/ Sokola, Babiro, Bombassa,/ Yombofré, Bulón o Babissa?/ Tum-cutum, tum-cutum,/ ante la fogata encendida” (Luis Palés Matos.)