En el hervidero de
las letras indígenas

La letra con letra entra. Y la palabra indígena viene hallando sus caminos más allá de sus comunidades y sus bocas desde hace ya sus buenos 30 años, en un proceso fascinante, difícil e incierto. Con una celeridad que sólo se explica por la densidad cultural milenaria de los pueblos originarios de México, en poco tiempo se ha configurado una “nueva literatura”, en lenguas poco o nada escritas antes. Un verdadero capítulo aparte de la literatura nacional, la cual ha perdido su canon autoritario en el nuevo milenio, pero aún así ignora o desdeña las letras indígenas, como si tuviera la brújula. Como si el “poder cultural” de ciertos grupos de intelectuales sustituyera el gusto, la inspiración y el duende de la literatura, algo que no amenazan las zancadas tecnológicas del siglo y las nuevas maneras de narrar. Los pueblos se han puesto a cantar, recuperar historias e inventarse nuevas, escribirlas, grabarlas. Y no sólo: los escritores indígenas se dan a la adicional tarea de describir y analizar el nuevo fenómeno desde dentro.

En su entrega de primavera de 2012, la revista literaria Blanco Móvil (número 120) puede arriesgarse a 70 páginas de Narradoras y poetas en lenguas indígenas de México, y salir mucho más que airosa. Presenta “en concreto, el hacer literario de una fracción pequeña de creadoras literarias, escritoras, en el ámbito activo de las lenguas indígenas”, como escribe Eduardo Mosches, director de la publicación que ya anteriormente ha dedicado entregas completas a las letras en lenguas originarias. Además de los ensayos de las juchitecas Irma Pineda y Rocío González, se presentan relatos de María Rosenda de la Cruz Vázquez (tzotzil de Zinacantán), y poemas o textos de las también tzotziles Ruperta Bautista, María Concepción Bautista Vázquez, Enriqueta Lunez e Isabel Juárez, a quienes acompañan Luisa Góngora Pacheco y Briceida Cuevas Cob (mayas), Yolanda Matías García (náhuatl), Natalia Toledo y Sonia Prudente (zapotecas), Margarita Cortés (mixe), Mikeas Sánchez (zoque), Elizabeth Pérez Tzintzún (purépecha) y la muy notable autora nuu savi (mixteca) Celerina Patricia Sánchez Santiago, quien habla así en “Añoranza (Ndakaan ino)”:

Estoy en la ciudad en un andrajo
de existencia    no me encuentro
Los ríos han cambiado por autos
los surcos por calles pavimentadas
las >flores una resaca de tristezas
agazapadas en los filos de la existencia
piltrafas    cadáveres    ellas son mi espejo
no quiero saber más    sólo busco
un pedazo de cielo que me recuerde mi morada

La escritura se ha fortalecido particularmente en un puñado de lenguas que podemos llamar fuertes, tanto por su nervio cultural y político como por su número de hablantes. Tres de ellas encontraron expresión escrita antes de la llegada de los españoles, quienes arrasarían con los vestigios de esa escritura como cosa diabólica, pero mal que bien adaptaron al alfabeto romano las lenguas nahua, zapoteca y maya peninsular. En años recientes se han fortalecido por la vía escrita el tzotzil y el tzotzil, con importantes avances (y mayor dificultad lingüística) en los idiomas mazateco, mixteco, wirrárika, mazahua y ñanhú. El náhuatl no ha dejado de escribirse, incluso por autores mestizos como Sor Juana Inés de la Cruz y Miguel León Portilla. Tampoco el idioma de los binnigula’sa, quienes tendrían a su autor “nacional” en Andrés Henestrosa.

En este horizonte asoma Cosmovisión y literatura de los binnigula’sa (Universidad el Istmo, Unistmo, Oaxaca, 2011, 234 pp.), aportación colectiva con nuevos elementos para un diálogo de creación y reflexión que mantiene gran vivacidad desde hace mucho, y cuenta ya con una bibliografía envidiable, tanto propia como de lingüistas y antropólogos mexicanos y extranjeros. La influencia y la labor del poeta Víctor de la Cruz ha ido determinante; en este libro, él mismo documenta desde la arqueología “La presencia mixteca en el sur del Istmo”, confirmando la amplitud de su registro intelectual.

Los editores de la Unistmo plantean aquí tres “ejes temáticos”: etnohistoria y arqueología, filología, y literatura. En este último “eje” nos volvemos a encontrar con la incansable Irma Pineda Santiago (“La literatura de los Binnizá”) actualizando los registros de autores zapotecas realizados antes por Macario Matus, Mario Molina Cruz y el propio De la Cruz. La escritora recapitula los mejores autores del siglo xx en su lengua, y destaca a los más recientes Víctor Terán, Natalia Toledo, Víctor Cata, y más acá, Luis Amador (ver página 2 de este número de Ojarasca), Omar Luis y Gerardo Valdivieso Parada. Por su parte, Víctor Cata ofrece “Una mirada a la literatura indígena actual”, donde resalta los retos de los escritores indígenas y advierte:

La literatura indígena actual se vale de un alfabeto que procede del castellano y se vale del castellano mismo para darse a conocer a los otros; también es cierto que no todos leen la versión original, es decir la escrita en lengua originaria. Desde mi caso particular como zapoteco quiero ejemplificar lo dicho y tengo la ligera sospecha que sucede lo mismo en otras regiones indígenas. En el Istmo de Tehuantepec, una pequeña población, un círculo reducido de personas conoce y maneja el alfabeto popular zapoteco. La gran mayoría lo desconoce, no saben cómo funciona. Lo que urge es alfabetizar a la población en lengua indígena para que nuestra literatura tenga otro soporte que le permita sobrevivir. De lo contrario se corre el riesgo de crear un grupo de élite indígena.

En Chiapas, como en Oaxaca, contra viento y marea se escribe y publica en las lenguas indígenas, con o sin respaldo académico o gubernamental. El impulso cultural y social de los pueblos mayas de las montañas del sureste ha obligado a los impresentables gobiernos chiapanecos a financiar ediciones y colecciones de autores tzotziles, tzeltales, choles y zoques, no por verdadera vocación intercultural sino por una mezcla de demagogia, populismo, obligación presupuestal e inevitabilidad: lo mejor que tiene Chiapas es el pensamiento, la cultura, las artes y la escritura de sus pueblos.

El Taller Leñateros participa en esta aventura colectiva del arte indígena con gracia, originalidad y audacia artesanal, bajo el impulso de la poeta Ámbar Past. Su revista La jícara fue una de las mejores revistas literarias mexicanas de la década pasada, y sin duda la más hermosa. Calendarios, libros hechiceros, discos, poesía profunda impresa en papel de flores y árboles de lo crudo a lo cocido, marcan la huella de Leñateros, que actualmente presenta una exposición en el Museo de Arte Moderno de la ciudad de México. La caja Sueño Conjuros desde el vientre de mi madre (San Cristóbal de las Casas, 2012), con cierto aire de despedida, reúne los grandes éxitos del taller indígena merced a un hipnótico disco compacto y un libro-objeto de inagotable goce visual y literario, lleno de humor, malicia y un realismo tan real que resulta mágico.  Al modo de Frida, viva la vida parece decirnos.

Hermann Bellinghausen