jornada


letraese

Número 192
Jueves 5 de Julio
de 2012



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate



editorial

Joaquín Hurtado

Transa

Vengo muy contentito porque, como pocas veces, me han despachado con mi coctel completo: Stocrin y Truvada para ponerme hasta atrás. Canto y manejo y hago señitas a los peladazos que me recuerdan que algo llamado belleza alguna vez palpitó en mis brazos. Cosas de la dicha inicua de resistir al horror electoral de un país en llamas. Cruzo la ciudad bajo un sol primaveral de cuarenta y dos grados. Este clima de latitudes endiabladas nos complica los senderos a quienes tenemos los entresijos postrados por un malecito crónico. Un día te obsequia con una flamante diarrea y otro día te acalambra con una fatiga de siglos. Ya obtuve mis medicinas y estoy feliz. Llego a casa y me meto bajo la regadera. Quito puercas calenturas, limpio pensamientos lúbricos, exorcizo deseos de la inmunda carne que no tiene llenadera. Me echo a leer y fumarme un porro, mientras el Ipod me arrulla la tatema. Duermo en paz y me levanto a las 5 am a hacer mi caminata lunar bajo un cielo sosegado. Me preparo para tomarme la primera dosis antiviral. Venga acá la pastilla azul.
Ah, qué ingrata es la cosa esa que uno nombra felicidad. Dura menos que un amor pagado: la caja de Truvada es un poco distinta a las habituales. La mía trae una leyenda en caracteres rojos: “Programa Access de Gilead”. Prosigo. Rompo el sello de seguridad del frasco. Nuevo tropezón: la pastilla azul no es azul sino celeste. Como los ojos de aquel prieto taxista que me amachiné en Acapulco. Pero este celeste es feo, da asquito. No es el tono usual de las milagrosas sales que contienen Emtricitabina y Tenofovir Disoproxil. Tampoco trae el número “701” en relieve ¡Este es un medicamento pirata!, grito para mis soledades.
Busco afanosamente algún número 01-800 en la cajita, para llamar al laboratorio y salir de dudas. Nada. La casa Stendhal-Gilead no ofrece ese servicio a sus consumidores. Corro al Internet. Con la boca seca y las tripas mariposeando escarbo y rebusco y comparo datos, informes, fotos, pruebas de que esto no puede –de nuevo– sucederme. Hace un año les había reportado lo que me hicieron los anónimos malandros que pusieron comprimidos apócrifos en lugar del delicioso Efavirenz. Y así me los tragué durante un mes y medio. Reporté el caso ante la empresa, las autoridades judiciales (jua jua), mi clínica y los periódicos. Hasta la fecha nadie me ha dado ninguna información de qué diantres me metí aquella vez. Mi denuncia sigue durmiendo el dulce sueño en los macabros reinos de la impunidad.
Realizo llamadas de larga distancia a Stendhal-Gilead (5520006630), la empresa que aquí merca el Truvada. Veinticuatro larguísimas horas después me responde un ejecutivo y me suelta informes que me dejan pasmado. El lote de mi Truvada (L 117708 D, fecha de caducidad 14 de abril 2013) NO es apócrifo. Sin embargo, pertenece a un programa especialmente diseñado para subsidiar a enfermos de sida de países centroamericanos, más fregados e inermes que nosotros. Pura estrategia de la mercadotecnia que a veces se disfraza de dama caritativa. Supe que ese frasco y todo el lote de medicamentos no debería estar aquí, sino en Guatemala o El Salvador. Pero si ha llegado hasta mí es porque manos mañosas lo sustrajeron a la mala de aquellos circuitos, con grandes ganancias para toda la cadena mafiosa involucrada. Un robo, una transota, un aparato bien montado de bandidaje internacional, con complicidades locales. En mi clínica simplemente me lo cambiaron por otro. Y me pidieron olvidar el asunto. ¡Gulp!

 

 

 

 


S U B I R